Se hace muy evidente por estos días que es imposible tapar el sol con la mano.
El gobierno de los monopolios, con la presidenta a la cabeza, no se cansa, y se vuelve constante la “estrategia” de incriminar a ajenos por problemas propios. Y lo hacen con total impunidad, sin reparar en los estragos que han hecho y están haciendo sus políticas antipopulares disfrazadas de “progres”. Productores rurales, comerciantes y proveedores, bancos y “buitres”, periodistas y medios de comunicación, ahora los que viajan al exterior, etc. etc., son los depositarios permanentes de las “culpas” que intentan repartir, para justificar los tremendos males que nos afectan a millones.
Pero la enorme evidencia de lo mal que estamos viviendo, hace que por más esfuerzos denodados que hagan por seguir mintiéndonos, la burguesía monopolista en el gobierno no puede esconder esta real situación; por acción o por omisión, una tras otra, sus “intervenciones” o discursos no hacen más que desnudar su crisis.
Como así también que el momento que vivimos es diferente a otros no tan lejanos en relación a lo que pasa por abajo: el dolor frente a la indignidad a la que nos condenan, no es una queja o un lamento, es un dedo acusador a los responsables de tantos padecimientos, a los que se apropian de nuestro trabajo, a los que saquean nuestras riquezas, a las empresas monopolistas y a todas las instituciones del Estado que están subordinadas a ellas.
No hay desánimo o desconsuelo, hay bronca, hay indignación. Y hay un sinnúmero de experiencias que ya comienzan a buscar una salida concreta por fuera de la “institucionalidad” establecida, una salida con decisiones directas de los trabajadores y del pueblo.
El resquebrajamiento del que venimos hablamos entre la clase dominante, y la clase obrera y el pueblo, es cada vez más marcado. Es inevitable chocar, porque sus planes son abiertamente contrarios a las aspiraciones de un movimiento de masas en ascenso, que ya no compra buzones ni se come los chamuyos del poder.
Hay que profundizar la confrontación y no darles respiro, haciendo pesar como eje central de la lucha política, todas las mejoras que necesitamos en las condiciones de trabajo y de vida. No es casual que frente a esto, TODOS los gremios, pertenezcan al sector que sea, estén tratando de oficiar de bomberos, buscando apagar el incendio que se les viene encima.
El estado de bronca es muy marcado y la burguesía no solo lo sabe, también lo siente. Vuelven a no poder esconder que los planes y compromisos de producción que ya tienen en marcha, no admiten quilombos. Cualquier chispa puede encender la mecha, lo peor que les puede pasar como clase en este momento es que crezca el conflicto con los trabajadores. Como tantas veces lo hemos señalado, aunque a veces parece “que no pasa nada”, cuando se mueve aunque sea un poquito el avispero, por abajo pasa de todo. Y somos los trabajadores los que debemos cubrirnos las espaldas, nadie va a venir a hacerlo por nosotros. Nos respaldamos nosotros.
Este escenario de la lucha de clases les duele, porque es un nuevo escalón en el terreno de la lucha política, que deteriora aún más la dominación de la burguesía. La expresa debilidad política del gobierno (y de las “oposiciones”) y la propia crisis, pone a la oligarquía financiera y a sus instituciones en el centro del huracán, como responsables directos de todos los males que aquejan a nuestra clase obrera y a nuestro pueblo.
Pero tenemos un futuro que puede ser cierto. Contamos con las fuerzas de toda una clase, de todo un pueblo que erosiona, diezma y deteriora el poder de la burguesía; la lucha de todo el pueblo es parte de una sola lucha, la lucha de clases, y esto es lo que nos obliga a los revolucionarios a elevar la mirada.
Trabajemos en profundidad para consolidar el proyecto revolucionario, adecuemos las formas organizativas a partir de la unidad política, capaz de ser la dirección y la bandera de millones de compatriotas, para terminar con el desamparo en donde nos han sumergido el poder monopólico y su sistema capitalista.