Las condiciones de vida de los seres humanos determinan su conciencia, su moral y sus conductas. Así, cada una de las clases que conforman la sociedad argentina tiene un tipo de conciencia, moral y conducta que se refleja en su ideología y sus expresiones picas.
A diario, personajes políticos de la burguesía, es decir, de partidos que no cuestionan al sistema capitalista, que no proponen romper con el mismo hasta destruirlo y forjar sobre sus ruinas la sociedad socialista, nos proponen la «unidad nacional, la unión de todos los argentinos para salir de la crisis, el diálogo racional para entendernos y mejorar el sistema porque todos somos argentinos, etc.». El mismo discurso lo llevan al plano regional y nos hablan de «unidad latinoamericana, la patria grande, la unidad antimperialista», y otras expresiones por el estilo.
Sin embargo todos los llamados a la unidad de parte de personajes de la burguesía y partidos de esta clase, no puede ser auténtico. No es inherente al capitalista la cuestión de la unidad. Su conciencia, su moral y su conducta son contrarias a la unidad, porque el capitalista ve competencia en todo lo existente. Y competencia es él o el otro. ¡No hay término medio!
Así como para el burgués, el otro es un ser a quien hay que derrotar para hacer prevalecer el negocio propio, todas las clases y sectores sociales, además de los recursos naturales, constituyen los medios para lograr el objetivo de acrecentar las ganancias, acumular capital y limpiar de capitales competidores el terreno del cual desea apropiarse. El capitalista ve al mundo como un lugar hostil en el que sólo el más fuerte sobrevive. Y el más fuerte, en la sociedad burguesa, es el capital más grande. Es el que acumula mayor cantidad absoluta de ganancia y por lo tanto el que impone las reglas de juego. Un capitalista no sólo no puede concebir una unidad con ninguna clase popular sino, ni siquiera, con su propia clase burguesa. Por eso es que ningún gobierno ni partido burgués puede hablar honestamente tan siquiera de unidad nacional y, de la misma manera, los Estados capitalistas tampoco pueden hablar sin mentir de Patria Grande Latinoamericana. Lo único que puede unir a un burgués con otro es un negocio conjunto (y mientras lo realizan, están desconfiándose mutuamente, al punto de eliminarse para evitar que el otro lo traicione).
En cambio, el proletario, el trabajador, y sectores populares, tienden a la unidad por su práctica social. El obrero se enfrenta todos los días a la manipulación de medios de producción masivo que sólo pueden ser puestos en movimiento en forma colectiva. Nadie puede decir, esto lo hice yo. Todo lo que produce es colectivo. Necesita del otro no solamente para realizar su tarea diaria, sino también para enfrentarse al capitalista explotador de su mano de obra. Requiere la unidad para lograr la fuerza suficiente ante el reclamo al capitalista y a sus instituciones estatales. Requiere la unidad para poder cubrir sus necesidades básicas de existencia y también para su desarrollo social, pues sin esa unidad social le sería imposible disfrutar espiritualmente de los valores humanos que puede cultivar fuera de la extenuante explotación de su fuerza de trabajo en la unidad productiva. El obrero, el trabajador y sectores populares buscan socialmente los caminos de la felicidad. Sus actos de regocijo espiritual son generalmente sociales. Por eso es tan necesaria e imprescindible en cada lucha la unidad de clase y de la clase obrera con el pueblo. Por el contrario, el burgués, ve en los actos sociales, negocios en puerta.
Además, el proletariado, es la única clase que puede y debe criticar la sociedad capitalista pues es la que lo agobia en su vida y la que lo enajena.
La burguesía, perdió su capacidad crítica cuando derrotó a la sociedad feudal. A partir de ese momento, eliminó la crítica social remplazándola por la adulación del sistema que le cuadra, le permite realizar sus negocios y sostiene el modo de organización de la producción y la sociedad capitalista a sangre y fuego.
Estos son fundamentos materiales sobre los que se asientan las aspiraciones de cada clase social y, consecuentemente, de los personajes voceros de las mismas.
El llamado a la unidad de parte de funcionarios, políticos y partidos de la burguesía es tan falso como un dólar anaranjado. Igualmente falso es el llamado de los oportunistas y reformistas a unirse a algún partido o sector burgués bajo la expectativa de que se ponga al frente de una supuesta lucha antimperialista.
La única clase capacitada para convocar a la unidad nacional, latinoamericana e internacional es la clase obrera, cuyo interés objetivo es contrario al capital. Es la única a la que le interesa la unidad con los sectores oprimidos por un mismo verdugo, los dueños del capital, y es la única que critica al sistema capitalista. Por eso es que tanto la unidad nacional como la unidad latinoamericana y la unidad del mundo es cosa de los revolucionarios, de la clase obrera y de los pueblos oprimidos, y nunca de la burguesía.