En forma permanente, todos los meses los trabajadores vemos afectado nuestro bolsillo. Ya sea por el descuento del impuesto a las ganancias, por el nivel inflacionario y hasta por la baja directa del salario cuando estamos suspendidos. Todo es parte de lo mismo: capitalismo en su máxima expresión. Niveles de producción que se mantienen o aumentan (dependiendo la rama productiva y los negocios previamente acordados) y un salario qué, por h o por b, es siempre inferior en su poder adquisitivo.
Por ejemplo: intentan embretarnos en un debate sin sentido cuando se plantea que las empresas automotrices están especulando, como si dentro de este sistema alguna vez no lo hubieran hecho o, lo que es peor, que hay una posibilidad de tener empresas que no especulen en el futuro. Estos grandes monopolios son los que realmente deciden las políticas que cada gobierno de turno debe implementar, son los dueños del poder y su esencia es la especulación.
Dejando a un costado la especulación (aunque todo sea parte de lo mismo realmente, como por ejemplo los planes para vender autos cobrando altísimos intereses, con sus propias financieras que mediante la usura hacen negocios, etc., etc., etc.), vamos a centrarnos en lo que pone en movimiento todo este gran negocio: la mano del obrero, que es realmente la que a través de la transformación produce la mercancía.
Allí radica la verdadera disputa, producir con una mano de obra eficiente y que su salario sea cada vez menor. Pero como ya en todo rincón del mundo los pueblos se alzan contra el robo, cada vez les cuesta más implementar sus políticas de explotación, y la Argentina es fiel ejemplo de esto.
Luchar contra el impuesto a las Ganancias, conseguir aumentos que superen el índice de inflación, resistirse a las suspensiones, o cualquier reivindicación que vaya contra el objetivo de mayor productividad (o sea, mayor explotación) es, además de ponerles una piedra en el camino a ellos, una mejora en nuestras condiciones de vida dentro de este sistema y nos brinda una luz de esperanza en el camino hacia un futuro más digno.
Cuando la lucha se planta por fuera de las instituciones burguesas (incluidos los sindicatos-empresas) los trabajadores deliberamos y ejercemos nuestro poder, a pesar de los aparatos burocráticos del Estado y de los gremios.
En ese recorrido que incipientemente estamos trazando como clase, comienza a despuntar que hay un proyecto revolucionario que está caminando y contempla el ¿Qué hacer?, en el sentido estricto de la acumulación de fuerzas, que vaya forzando un cambio cualitativo de la correlación de fuerzas contra el poder.
Cuando esa calidad comienza a cambiar a favor de la revolución, nuevos retos aparecen en la escena de la lucha de clases. Y el oportunismo y el reformismo quedan desairados cuando intentan clavar desconfianzas y dudas sobre la masividad que aparece en las luchas de la Asamblea como Institución Revolucionaria. Son fuertes las presiones que intentan reemplazar este poder en formación por expresiones burocráticas de todo color, alejadas de las mayorías.
Pero diversos hechos anuncian las nuevas calidades. La distancia que hay, hoy por hoy, de este nuevo proceso con el poder político burgués, ubica a la burguesía en medio de una crisis insostenible. Ésta, por un lado, zapateando en el aire como puede y, por el otro, el proyecto revolucionario, que comienza a expresarse materialmente en decisiones políticas por fuera de las instituciones del Estado, cualquiera fuese el carácter de las mismas.