El lunes 6 de octubre, los medios de comunicación del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, informaron que el día anterior había muerto un obrero en Loma Campana, yacimiento perteneciente a la formación Vaca Muerta, que es explotado por YPF. De acuerdo a la información, la muerte se habría producido por aplastamiento, mientras el trabajador se encontraba realizando tareas de mantenimiento.
Hasta aquí llega la noticia, porque para los medios de comunicación de la burguesía, los trabajadores sólo somos instrumentos de trabajo y, la muerte de un obrero tiene para ellos la misma trascendencia que la pérdida de una pinza o un martillo.
No se lo menciona por su nombre, Fabián, ni se dice que era padre de cinco hijos, tampoco que había llegado a Neuquén poco tiempo antes, expulsado de su lugar de origen por la pobreza y la exclusión que genera el modelo “nacional y popular”. Fabián, como muchos otros, se radicó en Neuquén atraído por las supuestas riquezas que va a producir “para todos” Vaca Muerta o, como la denomina la clase dominante, la nueva Arabia Saudita. Era su primer día de trabajo y estaba empleado para una empresa subcontratista de otra empresa subcontratista de YPF.
Esto constituye una demostración del nivel de tercerización y, por ende, de precariedad laboral, que existe en la actividad petrolera. También evidencia la connivencia entre la patronal, en este caso, la empresa estatal YPF y el Estado, además del silencio cómplice del sindicato.
…“Esto se tiene que terminar, más seguridad por favor. No puede ser que esto siga pasando. Trabajo en producción de gas y la seguridad es pésima, todos los días me despido de mi familia cuando voy a trabajar porque no sé si vuelvo.”…
Este comentario apareció en el diario La Mañana de Neuquén, en referencia a la noticia mencionada, pertenece a un obrero petrolero y pone de manifiesto el sentimiento de desprotección y temor que experimentan quienes trabajan en los yacimientos de gas y petróleo.
En lo que va del año, la cantidad de personas que trabajan en la actividad petrolera se incrementó de dieciséis mil a veintitrés mil, y se espera que en poco tiempo más se sumen otros cuarenta mil o sesenta mil, además de los ya existentes, por lo que todos los días arriba a la región gente procedente de todos los rincones del país y de países limítrofes.
La tendencia en las empresas es, al mismo tiempo que contratan personal nuevo, despedir a los de mayor edad y experiencia. El objetivo es obvio: abaratar los costos y maximizar las ganancias.
Muchos de los nuevos trabajadores son migrantes jóvenes, desocupados y sin carga de familia o, si la tienen, las mismas quedan en su lugar de origen. Para aumentar su cuota de ganancia, los monopolios petroleros, ya sea en forma directa o a través de subcontratistas, los emplean bajo condiciones laborales inferiores a las que tenían los despedidos. Además de pagar salarios más bajos, reducen la inversión en seguridad e higiene laboral a niveles mínimos. Algunas empresas se limitan a entregar el mameluco, las botas, el casco, los guantes y, como mucho, protectores auditivos.
No se invierte en la provisión de equipos que minimicen el trabajo manual, ni se aplican normas elementales de seguridad, como cortar la energía eléctrica de un equipo al que se le va a hacer mantenimiento, si ello implica paralizar la producción.
La consecuencia lógica de esto, es el incremento en forma exponencial de los accidentes. Los mismos consisten en explosiones, incendios, derrames de petróleo u otras sustancias químicas, fugas de gas o, como en este caso, la muerte de una persona.
También en Loma Campana, pero hace unas semanas, se había producido una explosión e incendio en un pozo y el posterior derrame de petróleo sobre un área que abarca varios kilómetros cuadrados. En esa oportunidad, los trabajadores debieron ser evacuados, en parte por seguridad y, en parte, para que no hubiera testigos del desastre ambiental producido.
Volviendo a la muerte, supuestamente accidental, de Fabián, el Estado burgués, fiel a su clase, se apresuró a sacarle las papas del fuego a la patronal, tanto a las subcontratistas como a la estatal YPF. Para encubrir su responsabilidad en esta muerte injustificada, inculpó a otro obrero, acusándolo de homicidio culposo. El mismo habría puesto en funcionamiento el equipo que aplastó a Fabián. Aparentemente, los funcionarios estatales no investigaron la razón por la cual, a dicho equipo no se le había cortado la corriente antes de iniciar los trabajos de mantenimiento.
Como se dijo más arriba, el senador Guillermo Pereyra, secretario general del sindicato petrolero y ex sub secretario de trabajo durante el gobierno de Jorge Sobisch (el asesino del docente Carlos Fuentealba), mantiene al respecto un silencio cómplice que avala todo lo actuado por la patronal y el Estado a su servicio.
No está de más recordar que este gobierno se llama a sí mismo defensor de los derechos humanos por los juicios truchos contra los militares… pero nada dicen estos “defensores” respecto a que en los seis años de dictadura hubieron 30.000 desaparecidos, pero actualmente, según estadísticas manejadas por la CTA en el año 2012, se producen 20 muertos por día a causa de accidentes del trabajo contando causas directas, accidentes in itineri (en el camino de la casa al trabajo y del trabajo a la casa) y por enfermedades ocasionadas en el trabajo, lo cual hace una cifra espeluznante de más de 7.000 muertos por año. Quiere decir que durante los gobiernos «democráticos» se produjeron más muertes por accidentes de trabajo que las desapariciones que provocó la dictadura más sangrienta de nuestra historia. Desde el 2003 al 2014 ese promedio da una cantidad de 77.000 trabajadores muertos. Y este gobierno ha contribuido a profundizar peores condiciones de trabajo y de vida apañando a los monopolios, sosteniendo y profundizando la legislación laboral a favor de los mismos.
Y, por supuesto, siendo una necesidad del capital rotar constantemente cada vez a mayor velocidad para sostenerse como tal, es evidente que estas condiciones son cada vez peores para nosotros y, por lo tanto, cada vez, trabajar nos hace sufrir mayores riesgos.
Ante la voracidad del capital, cuya única ley es el aumento de la ganancia, los trabajadores debemos organizarnos y cuidarnos entre nosotros, porque para las empresas y sus lacayos -Estado y sindicatos-; no somos más que una mera mercancía; para ellos no existe nuestro sufrimiento ni el de nuestras familias, sólo existen los “costos de producción” que se ven obligados a reducir al mínimo posible para ser “rentables”… aunque ello implique poner permanentemente en peligro nuestras vidas.