La burguesía monopolista en la Argentina produjo un viraje de 180 grados luego de la rebelión de 2001. La movilización popular no terminó solamente con un gobierno; enterró también una época y un ciclo de la acumulación capitalista en la Argentina y condicionó las políticas de la clase dominante. Lo hemos dicho muchas veces y lo ratificamos una vez más: Cualquier gobierno que asumiera después de 2001 debía realizar políticas que tuvieran en cuenta el escenario de la lucha de clases del momento para poder sobrevivir y retomar el rumbo de la dominación burguesa; primero Duhalde y luego Kirchner no tenían margen alguno ante el movimiento de masas para retomar el timón de la nave capitalista en la Argentina.
Dicho esto, queda a las claras que las conquistas que se lograron a partir de esos años son producto de la lucha del pueblo y no de la voluntad ni de la generosidad de ningún gobernante.
Entonces, la etapa que se abrió vino presentada como la del capitalismo del “pleno empleo”; el plan era generar millones de puestos de trabajo con salarios miserables, proyecto que a poco de andar volvió a toparse con las demandas de los trabajadores. Basta recordar que el primer “techo salarial” que el gobierno propondría era del 19% y ese objetivo se hizo añicos de entrada cuando los obreros de General Motors lograron los $ 1.800 de básico y el 30% de aumento salarial que después fue superado por el 38% logrado por los trabajadores de Arcor en Córdoba.
Esto es lo que la Presidenta no dice en sus discursos, como el de ayer. Ella habla y habla sobre los ingresos más altos de América Latina. Esta no es ninguna medida, sí vamos a afirmar que los ingresos de los trabajadores son lo que son por la lucha y no por ninguna concesión graciosa de la burguesía monopolista y su gobierno.
El promedio salarial de la Argentina es de 5.500 pesos. Será mucho o poco para las estadísticas, pero para la vida real de nuestro país es un ingreso miserable. Un grupo importante de trabajadores gana por encima de los diez mil pesos; repetimos, lo ganan porque todos estos años la lucha proletaria consiguió arrancar esas conquistas a la burguesía. Entonces, la burguesía (como se explica en la nota del día de ayer) la plusvalía que no puede apropiarse en los centros de trabajo se la apropia a través del Estado a su servicio, cobrando el impuesto a las ganancias a los trabajadores. Un impuesto al salario liso y llano con el fin de robar por un lado lo que se ven obligados a dar por el otro.
La Presidenta entonces pide comprensión. La multimillonaria Presidenta, que vio acrecentar su fortuna y la de su familia durante sus años de gobierno, pide comprensión y que se acepte que el impuesto al salario es justo y sirve para distribuir la riqueza: Sin lugar a dudas, sirve para distribuir la riqueza, pero entre la propia burguesía monopolista.
Al mismo tiempo afirma: «A esta Presidenta ningún buitre financiero ni ningún carancho judicial la va a extorsionar»; la traducción del mensaje es: “Aprendan a extorsionar, hagan como Chevron y las petroleras y no tengan dudas que les doy todo lo que piden, y más”.
Esta Presidenta que intenta demostrar fortaleza en sus discursos es en realidad la cara visible de una burguesía que se sumerge en su propio fango y no puede esconder la crisis política estructural que la corroe. Pedir “comprensión”, además de un acto de cinismo, es una muestra de debilidad política apabullante. La burguesía demuestra una subestimación enorme a nuestro pueblo, lo que a su vez desnuda su incapacidad por sostener una iniciativa que dure más de 48 horas. Todo se le viene en contra, todo termina siendo cuestionado y la lucha contra el impuesto al salario y contra las injusticias están a la orden del día, lejos de la tregua y la paz que la burguesía necesitaría.