A fines de la década de los 90 la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) para “fortalecer y sustentar” los argumentos políticos de su política militarista en el mundo dio a conocer el informe “State Failure Task Force Report”. En el mismo analizaba en forma cuantitativa los gobiernos “fallidos” de países que por ende ponían en “riesgo a la seguridad internacional y la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Después del ataque a las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001, el Consejo de Seguridad de Estados Unidos, definió a los “estados fallidos” “como entes de riesgo a la seguridad nacional de Estados Unidos y estableció una estrategia para la intervención” abriendo paso así a las guerras imperialistas del presente siglo.
Al igual que hicieron con la teoría del “fin de la historia” -la cual pretendía dar la extremaunción y sepultura a la lucha de clases- fueron sus usinas políticas ideológicas basadas en los claustros académico e intelectuales las que dieron “vuelo” y “masificación global “ a la fatua e interesada idea.
A la matriz CIA cientos de autores de las más disímiles disciplinas burguesas dieron soporte político ideológico con toneladas de tinta a la arrogante idea.
Economistas, politólogos, antropólogos, sociólogos, psicólogos, y todo tipo de “ólogos” al servicio de imperialismo y huecos oportunistas, dieron el “contenido” necesario para dar una nueva vuelta de rosca a su permanente negación por parte de la burguesía del carácter clasista del Estado.
Y así redondearon: “un Estado fallido” es aquel que “no puede mantener el monopolio legítimo de la fuerza y no garantice un nivel básico de funciones del Estado en la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia organizada” o aquel que “pondría en peligro a sus propios ciudadanos, y amenazaría a sus Estados vecinos a causa del flujo de refugiados, inestabilidad política, conflictos, revoluciones” o aquel que sea “totalmente incapaz de mantenerse como un miembro de la comunidad internacional” “deficiencias e imposibilidad de ciertos Estados para responder a las diversas demandas que hacen sus ciudadanos” .
Es decir, el más amplio abanico de justificaciones para que la oligarquía financiera emprenda las más rapaces intervenciones y guerras.
De la mano de la crisis política y las confrontaciones interimperialistas la “moda literaria” instalada en el mundo ha llegado a nuestra región. Políticos, intelectuales y periodistas criollos, como loros barranqueros, desde su mediocridad, empiezan a repetir el concepto en función de los intereses políticos que demanda la actual confrontación clasista y su coyuntura electoral. Intentando, como ayer con el concepto de que “el Estado está ausente”, tapar el sol, ya no con un dedo, sino con la mano, el descarnado y grosero carácter clasista del Estado en nuestro país.
Titulares como “Argentina un Estado fallido”, “El fantasma del Estado fallido”, “Argentina, ¿un Estado fallido?” “Rosario narco Estado” empiezan a abundar en los medios periodísticos y en la jerga de los políticos y algunos hasta se animan a plantear la necesidad de la refundación frente a este “Estado inútil e ineficiente”. Cuando en realidad el Estado de la burguesía monopolista, como en el resto del mundo capitalista, ha estado en las últimas décadas omnipresente, y ha cubierto eficientemente las necesidades de la oligarquía financiera.
Más allá de los discursos, el poder ejecutivo cumpliendo las órdenes de la clase dominante, el legislativo votando masivamente y el poder judicial dando sustento legal, ha entregado el patrimonio de todos los argentinos y los derechos de los trabajadores logrados en décadas de lucha.
Ha entregado todos los recursos naturales y las reservas energéticas y el medio ambiente en condiciones leoninas. El derecho de los pueblos al agua y las comunicaciones a grandes monopolios. Ha otorgado millonarios subsidios y exenciones a los impuestos. Les ha garantizado la permanente reducción del salario y la creciente flexibilidad laboral y lanzado a las más miserables condiciones de vida a millones de argentinos.
Pero las luchas y movilizaciones de los trabajadores y el pueblo han derrumbado los muros del ocultamiento dejando al desnudo el papel del Estado de los monopolios y sus gobiernos y empiezan a ensayar, desde la democracia directa, formas de contrapoder que hacen que la revolución social posible.