La concentración de casi 4 millones de personas en el centro de París, estuvo protagonizada por el pueblo que se movilizó contra el terrorismo.
Mientras tanto, y en forma separada, rodados de un fuerte operativo de seguridad, unos 44 «líderes» mundiales, según la calificación de los medios masivos de difusión, acompañados por un séquito de unos varios cientos de funcionarios y seguidores, montaron un espectáculo filmado consistente en una marcha de algunos metros con los brazos entrelazados. Los representantes del terrorismo internacional generador de las mayores matanzas y ataques contra la humanidad intentaban así fusionar esa obra teatral con la multitud que se había movilizado contra el terrorismo.
Sus intervenciones en las guerras múltiples que en este momento se desarrollan en todo el mundo no pueden ni podrán ser disimuladas. Allí están, sólo por nombrar algunos, los testimonios de los pueblos de Irak, Afganistán, Palestina, Siria, Malí (cuyo presidente iba del brazo del presidente francés Hollande en un gesto de agradecimiento por la intervención de las fuerzas armadas de este país en territorio africano).
Es que las guerras y, en consecuencia el terrorismo, no son otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Y esto, en forma consciente o intuitiva está vigente en la mente y los corazones de las grandes mayorías populares que sufrimos sus efectos.
Porque detrás de la maraña de confusionismo generado por la parafernalia de videos mentirosos, información intencionada, editoriales firmados por plumas compradas y alquiladas con parte del botín producto del saqueo, los pueblos tenemos claro que no nos interesa apoderarnos de territorios de otros países, fuentes de materias primas, recursos humanos y otros bienes por los que luchan, disputan y asesinan los dueños de los monopolios (grandes empresas, bancos, y funcionarios estatales) internacionales. Ése es el interés permanente de esa oligarquía financiera mundial que nos lleva a la generalización cada vez mayor de estos conflictos que no son nuestros pero en donde sí somos la carne de cañón. ¡Y ellos son los que nos hablan de paz!
Mientras ellos pelean por apropiarse de esos bienes en función de sostener y acrecentar sus capitales, nosotros luchamos por una vida digna que es a lo que aspiramos los pueblos.
Ellos, para obtener lo que quieren, se enfrentan con los pueblos y las distintas naciones. Nosotros, para obtener lo que queremos nos enfrentamos diariamente contra esa clase asesina, corrupta, decadente y guerrerista.
Éste es el camino que tenemos que profundizar y prolongar hasta la derrota definitiva de esa clase parasitaria que desestabiliza nuestras vidas, nos muestra un futuro lleno de violencia y destrucción portando las pesadas cadenas de la esclavitud asalariada o expulsada de las posibilidades de sustento humano.
Una vez más la disyuntiva de clases marca a fuego la diferencia entre estos personajes y las mayoría oprimidas.
La manifestación en Francia mostró claramente esa división que no pudieron ocultar.