La puesta en escena fue indisimulada: la mesa o el atril que siempre están presentes en los discursos de la presidenta desaparecieron para mostrar a una mujer en un silla de ruedas, con una bota-férula y vestida con transparencias blancas que probablemente querían simbolizar un alma diáfana. Es de sospechar que la imagen que pretendía mostrarse fuera la de una persona disminuida físicamente y, a pesar de ello, fuerte en convicciones y determinación y con un aura de alma transparente a lo que contribuía su vestimenta.
Sin embargo, el avance del discurso hizo cambiar la imagen que se pretendía, por la de una presidenta renga en sus apoyos, ayudada por una silla de ruedas para sostenerse ante sus pares y el pueblo, y con unas transparencias en sus hábitos que evocaban más bien un alma en pena.
Porque en todo momento lo que ofreció no fue otra cosa que la muestra de un gobierno atrapado en su propia impotencia, incapaz de aglutinar tras su política a toda la oligarquía financiera, quien por lo que se evidencia, sólo sostiene la mano del mismo a fin de mantener la institucionalidad burguesa y llegar al fin de su mandato bajo el imperio de sus leyes. Pero, a los fines políticos, es un gobierno terminado para la burguesía monopolista que, por su parte, producto de sus contradicciones de clase y de su crisis política, no encuentra el camino de su remplazo por nuevas figuras potables para los estómagos y las mentes populares. Pues cada hueso que presentan es más duro de roer para el gusto popular.
Quiso, de la mano de la muerte del fiscal Nisman y de la bandera del respeto y la búsqueda permanente de los derechos humanos y de la honra de la memoria de las víctimas populares, presentarse, también ella y su gobierno como víctimas de las conjuras de supuestos poderes ocultos que la atacan por defender los intereses populares.
Pero la historia es terca, si cabe la expresión, y muestra a la presidenta y su fallecido marido por más de veinticinco años (1976 a 2003) formando parte de todos los elencos gubernamentales en donde fueron funcionarios del Estado, tal como en el presente, al servicio de los monopolios, totalmente ajenos, o más bien contribuyendo con su silencio, con su omisión o bien con su decidida acción, a la profundización de los problemas sufridos por el pueblo, la caída de miles de luchadores populares como preludio necesario para el ataque monopolista a los medios de vida de la población (leyes laborales, disminución del poder adquisitivo, negación del 82% a jubilados, ataques a la salud, disminución de la calidad educativa, creciente delitos contra los trabajadores y sectores populares con la introducción del narcotráfico, la trata de personas, etc., facilitados por la aumentada población lumpen generada por el sistema que los distintos gobiernos de turno defienden, y otras pestes que hemos sufrido y estamos sufriendo).
Por el contrario, los derechos humanos es la bandera que enarbolan estos gobiernos obligados por las circunstancias históricas en las que el elemento central que los ha forzado a sostenerla es la lucha inclaudicable del pueblo. Lo mismo que hacen Obama y encumbrados gobernantes de la oligarquía financiera al tiempo que extienden la agresión y las guerras en mayor cantidad de países. Quieren aparecer como víctimas cuando en realidad son instrumentos y cómplices de los victimarios.
El proyecto de ley de seguridad con la creación del nuevo organismo (AFI), no es más que el intento de renovar un instrumento de inteligencia ingobernable, depurándolo y tratando de convertirlo en herramienta eficaz para enfrentar los nuevos escalones de la lucha de clases que se avecinan. De ninguna manera está pensado para la seguridad del pueblo sino, por el contrario, tal como lo afirmó la presidenta, «para sostener las instituciones del Estado» monopolista y ayudar a combatir a quienes atenten contra las mismas. Es decir, al pueblo insurgente.
Al tiempo en que se llenaba la boca con los juicios que ellos llaman «de la verdad», en donde se acotan las condenas en las personas de los ejecutores mientras se intenta ocultar la verdad de que la dictadura fue promovida y llevada a cabo por la misma oligarquía financiera que hoy nos domina con este remedo de «democracia» y se beneficia a manos llenas con las políticas de Estado y del gobierno de turno regenteado por la presidenta, lo cual fue reconocido en varios discursos por la propia mandataria quien repite recurrentemente la conocida expresión de que «se la llevan con pala», ensalzaba la función del máximo responsable de la seguridad de Estados Unidos.
Calificó al personaje de «insospechado»… Nosotros diríamos insospechado de tener algún apego a los intereses populares. Miembro destacado de mantener la seguridad del mayor guerrerista del mundo y de los mandatarios de los Estados imperialistas cada vez que se reúnen en sus convenciones en las que discuten, a punta de amenazas y demostraciones de fuerza, el nuevo reparto del mundo para su explotación.
La memoria del pueblo no se expresa en el llanto permanente sobre los cadáveres de miles de nuestros seres queridos que dieron el tiempo de sus vidas por una sociedad mejor y a quienes la oligarquía financiera les arrebató, contra su voluntad, su existencia intentando vanamente el escarmiento de los oprimidos.
La memoria del pueblo, por el contrario, se construye en cada lucha en donde renacen los millones de caídos y sirve para levantar firmemente sus banderas y seguir su ejemplo en el combate contra el oprobio y la explotación a la que nos somete el capitalismo y no dejarse engañar por estas puestas en escena y discursos malolientes con los que quieren encubrirse las políticas de defensa de las instituciones de un sistema que acelera su bancarrota histórica pero al que hay que empujar en forma revolucionaria para hacerlo caer.