En cada mesa familiar, en cada encuentro que tenemos los trabajadores, surge como tema de peso y preocupación la situación que atraviesa hoy nuestro país. La plata no alcanza, nuestros derechos continúan siendo pisoteados, los problemas no se solucionan, los números y estadísticas oficiales siempre están dibujados y carecen de contexto; la confrontación con los “medios opositores” hacen que se digan o publiquen barbaridades al borde del ridículo, con el sólo fin de apoyar operaciones y zancadillas entre ellos. En fin, se percibe, se siente, un descalabro, un desmanejo, un enorme quilombo… que lejos de apaciguarse, crece día a día. Esto es lo que venimos insistentemente definiendo como una profunda crisis política.
Ahora bien, la burguesía pretende hacer entender por crisis política las peleas y choques en la superestructura, las divergencias internas entre ellos, los reacomodamientos de organizaciones o personajes, los enfrentamientos mediáticos, las miserias electorales y sus borocoteadas, etc.
Para nosotros en cambio, lo determinante si hablamos de crisis política, es el nivel de credibilidad, acompañamiento, confianza o apoyo real de masas que pudiera tener, ya sea un gobierno, una institución, un sindicato o un “referente”.
Es imprescindible observar con detenimiento qué sucede en los lugares de trabajo, en los barrios, en las escuelas… abriendo bien los ojos y los oídos a lo que hace y dice nuestro pueblo, para saber cuál es su estado de ánimo, sus preocupaciones y aspiraciones, su disposición. Porque muy distinta es la situación si las masas están conformes con la vida que llevan, o si se disponen a luchar por sus derechos, aunque pueda parecer que todo siga igual.
A la burguesía sólo le queda rogar que octubre llegue lo más rápido posible, a ver si logran con algunos de sus muñecos fotoshopeados recuperar alguito de aliento nomás… Pero poniendo las cosas blanco sobre negro, queda visto el grado de debilidad del gobierno de los monopolios y el resquebrajamiento de todo el andamiaje institucional del sistema, cosa que para todos ellos es acalambrante y su verdadera preocupación.
El auténtico telón de fondo de la crisis argentina es la imposibilidad del poder, a la hora de intentar contener la acción de masas, la impotencia de no poder parar su crecimiento.
El desenmascaramiento de los sindicatos como un gerente más de las empresas, devino en que los trabajadores reaccionemos y tomemos un camino independiente, confiando en nuestras fuerzas, forjando nuevas formas de organización y lucha, dejando huérfano al poder que pretendía controlarnos y hacernos jugar en su beneficio. Ese derrumbe estrepitoso (que no hay forma de esconder), les achicó los márgenes de maniobra y engaño. No hay espacio para inventar un nuevo sello, o una ruptura, ya que la descomposición y el repudio los cruza a todos: a los gordos y a los flacos, a los “progres” y a los “burócratas”, a los viejos, a los nuevos, a todos por igual. Porque todos se han agachado frente al poder y nos han dado la espalda, entregándonos.
A esto hay que sumarle lo que ocurre con toda la “representación institucional y política” sea de donde fuere, en donde queda evidenciado frente a nuestros ojos, cuál es la verdad de la milanesa… están todos cortados por la misma tijera. Por eso, se hace fuerte y pesa el hecho de que no aceptamos que nadie decida por nosotros, y que a la hora de la lucha “hay que negociar con todos”.
Los llamados a que “se baje un cambio”, a que “hay que preservar las instituciones”, “defender la democracia”, son todos intentos de subsistencia de un poder en decadencia y podrido. Entonces, ¿qué tenemos que hacer nosotros? Sencillo, entender que están pidiendo la escupidera y no darles tregua, no dejarlos respirar.
La lucha por un aumento salarial del 40% como piso, por mejores condiciones de trabajo y de vida, contra los abusos y las injusticias, es el camino que ya estamos recorriendo. Demos un paso más, avanzando con objetivos políticos unitarios, para que cada triunfo nos fortalezca más y más. El momento es propicio, porque las fuerzas obreras y populares han alcanzado un temple. Con esa potencia podemos pegar más fuerte, conquistar nuestros derechos y poner en pie nuestra dignidad.