Basta sentarnos unos minutos delante del televisor, para que un profundo desagrado y hastío nos invada. Todo el andamiaje de la política burguesa se presenta prolijamente alineado “en defensa de las instituciones”; y la “carrera electoral” promete taladrar nuestras mentes con sus dimes y diretes. Candidatos por aquí y por allá, que se cambian de frente electoral o alianza con total impunidad, como si se tratara de un cambio de ropa interior.
Con sus medios masivos a la cabeza, el sistema capitalista pretende asociar la democracia a su propio funcionamiento, de tal forma que sus voceros hablan indistintamente del capitalismo y de la democracia, o bien de la democracia y del capitalismo, como sinónimos uno del otro. Su objetivo es dar la idea que la democracia es una sola. Elegir y ser elegidos para los cargos públicos y desde allí “ellos resolverán” en nombre del pueblo, los destinos de la sociedad.
Nos dicen que para ello se requiere “capacidad, preparación, experiencia, honestidad y otras virtudes” que no cualquiera posee… Nunca se pone en cuestionamiento el real interés de clase que defienden… se presupone que se trata “del interés nacional”. La democracia entre ellos, o sea los de la clase burguesa, es la discusión de “ideas y proyectos”; pero para el pueblo trabajador es la dictadura de la imposición de los negocios capitalistas, a costa del hambre, la miseria y la hipoteca de las generaciones futuras.
Para ellos, todo se reduce al cambio de personas. Nos dicen que si no nos gusta el gobierno elijamos otro mejor. “Participen, voten y, entonces, las cosas podrán cambiar”. No les importa si se lo hace como un trámite obligatorio que hay que hacer y sin expectativa alguna, porque ya sabemos, que toda esa política está alejada totalmente de nuestras necesidades: los problemas del pueblo, pasan por un lugar y esa política pasa por otro.
Para las grandes mayorías, la política de la burguesía resulta sucia, despreciable, sospechosa y encubridora de negocios turbios, o sea, contra los intereses del pueblo.
Es decir, “interés nacional” no significa para todos lo mismo.
Los obreros que producimos todos los bienes y servicios, los trabajadores que participan de la distribución y administración de esos bienes y los que ponen en funcionamiento los servicios, más los propietarios de pequeños bienes de producción que también trabajan con los mismos y los carentes de trabajo y de medios, los niños, los viejos (jubilados o no), queremos, aspiramos y soñamos una nación que con el esfuerzo social pueda albergar un presente y futuro en el que podamos desarrollarnos como hombres y mujeres plenos para nosotros y las generaciones venideras.
Enfrentados a este proyecto, están los dueños de los grandes medios de producción (las fábricas), bancos y servicios, los funcionarios de toda la institucionalidad de la burguesía (incluidos los sindicatos, devenidos en gerentes de las empresas).
Este grupo minoritario de la población, alberga el interés de los negocios que hacen a costa y en contra de las mayorías populares, arrancando cada día una porción de las aspiraciones y sueños de una nación que nos impiden disfrutar.
Tan alejados y encontrados son estos dos sectores de nuestro país, que la democracia de los poderosos significa dictadura para las clases populares. No hay democracia a secas. La democracia de este sistema capitalista es la dictadura de la burguesía monopolista.
“Gobierno y oposiciones” están en la misma vereda: defienden y reproducen el mismo interés de los negocios monopolistas de la burguesía en el poder. Todo ese arco político, pasando por “la derecha”, “el centro” a “la izquierda” (todo bien entre comillas), tiene en común no sólo el interés en mantener esta democracia burguesa y el sistema capitalista de producción (que les garantiza los negocios y la reproducción de sus ganancias), sino también, el miedo pánico a que el pueblo decida por su propia cuenta, sin falsos representantes dispuestos a traicionarlo.
Trabajan permanentemente para que toda manifestación o movilización del pueblo no se desborde del sistema y del marco institucional. Odian la autoconvocatoria y le temen a la acción creadora y revolucionaria de las masas organizadas luchando por sus propios intereses en forma independiente de las instituciones del sistema. Por esa razón, tengan discurso liberal, progresista o de izquierda, los partidos políticos defensores de esa democracia representativa, expresan los intereses de la burguesía monopolista.
Los problemas que atañen a las mayorías populares, sólo pueden estar expresados por un proyecto político revolucionario que proponga, transite, luche y unifique esa aspiración de un proyecto de nación, contradictorio y opuesto a los negocios de la burguesía monopolista, al Estado y a las instituciones que lo sostienen y reproducen.
Es necesario desarrollar y profundizar ese proyecto, anclado en la lucha de clases, fuerza contra fuerza. La clase obrera y el pueblo argentino, a través de la autoconvocatoria, encuentran en la lucha la herramienta para desarrollar, extender nacionalmente, unificar y organizar masivamente un proyecto nacional que, de la mano del partido revolucionario de la clase obrera, conduzca a la conquista del poder, para destruir este Estado burgués e instaurar el socialismo, que nos permita realizar los anhelos del país que soñamos y es posible construir.
Las clases oprimidas de este país, se deben esa tarea para sí y para las generaciones futuras; la suerte está echada y hemos comenzado a transitar ese camino.