Los conflictos en la sociedad capitalista son tratados por la burguesía y todo el aparato ideológico, cultural y social de sus instituciones como hechos aislados y problemas puntuales a resolver. De tal forma que la puja por la distribución de la riqueza, los problemas de seguridad, la falta de recursos para la educación pública, el abandono manifiesto en la prevención y tratamiento de la salud social, la miseria de jubilados y desplazados de la producción, etc., son todos problemas puntuales que pueden resolverse en forma independiente unos de otros y que requieren atención de supuestos profesionales y entendidos en la materia para su solución.
Los partidos políticos de la burguesía, tanto el oficialismo como la llamada oposición, apuntan a la crítica de aspectos puntuales y entonces elaboran «propuestas» que llevan al parlamento para su tratamiento a fin de avanzar en las supuestas soluciones de los mismos. Con esa lógica, los oficialistas nos dicen que, «aunque falta mucho para resolver, estamos en la buena senda». Por su parte la oposición nos dice que «así no es como se resuelven las cosas», entonces nos hablan de la corrupción, de la ineficiencia, de la lentitud, de los intereses personales o de grupos, etc.
La discusión entonces gira alrededor de quién o quiénes tienen las ideas más correctas y más útiles para ir solucionando los problemas que aparecen en las cotidianas vidas de los 40 millones de personas que habitamos este país. Todo se reduce al plano de la lucha de ideas, la cual debe llevarse en forma ordenada y correcta en el marco de las instituciones que fueron creadas y están sostenidas precisamente para mejorar el funcionamiento del sistema que a todos nos abarca.
Las luchas que la agudización de cada uno de esos problemas genera en los sectores populares se aceptan mientras que las mismas se mantengan en el marco de esa institucionalidad y se consideran como parte del juego democrático en el que supuestamente las mejores ideas son las que aportarán las mejores soluciones. Entonces, si se quiere resolver el problema salarial, el mismo sólo puede ser resuelto si se sacan recursos de otro lado, por ejemplo, de los planes de desarrollo de infraestructura hospitalaria, o de los ahorros sociales para el pago de jubilados, etc., y así sucesivamente con todos los problemas, porque la frazada es corta: entonces si tapamos los pies destapamos la cabeza y viceversa.
Mientras que las demandas aparezcan separadas y no conectadas unas con otra, todo pareciera transcurrir como un problema de luchas de ideas o de intereses de grupos o sectores. «Todos somos argentinos y tenemos que buscar el equilibrio que a todos nos permita ir encontrando los mecanismos que ayuden a resolver los problemas, dando un poquito para que el otro se sienta mejor», nos dice la presidenta, repitiendo el argumento que otros utilizaron antes y otros utilizarán después.
La lucha por mejoras salariales, así no tiene nada que ver con la lucha por la seguridad o la situación de los jubilados. Es más, entre ellas se confrontan porque, por ejemplo, si se elimina el impuesto al salario, se restan recursos para las jubilaciones; si aumentan los fondos para la educación, se restan fondos para el funcionamiento de los hospitales; si no se deja trabajar a las mineras porque contaminan, no se abren puestos de trabajo que son necesarios para combatir la desocupación; etc., etc.
Todo ello contribuye a fortalecer la idea de que hay que tener paciencia, de que la solución de los problemas son de muy difícil concreción, de que las personas encargadas de llevar adelante las políticas de Estado tienen que estar técnicamente muy formadas profesionalmente y que no cualquier hijo de vecino está capacitado para actuar en esos puestos de decisión. Son todos problemas que se resuelven con las ideas más geniales que sólo algunos lúcidos pueden llegar a tener. Todos queremos lo mismo, nos dicen, dejemos entonces resolver a quienes entienden en la materia. Discutamos ideas, hagamos propuestas, participemos, pero dejemos actuar a los que saben. No pretendamos solucionar todo de una vez, demos tiempo y con el tiempo veremos que iremos cambiando.
En conclusión, la base de resolución de todos esos problemas distintos y separados uno de otro, no encuentra factor de unidad posible. Desde esa visión, ¿qué tiene que ver la seguridad con el tema salarial? ¿Qué tiene que ver el problema de salud con el monto de la jubilación?
Pero lo que se esconde detrás de esto es que no todos queremos lo mismo. Y las cosas se ponen blanco sobre negro cuando se paraliza algún mecanismo que hace funcionar el eje central del sistema: cuando se afecta el funcionamiento del ciclo del capital que no es otra cosa que la relación en la producción entre el trabajo asalariado y los dueños de los medios de producción. Ahí es donde se acaba la lucha de «ideas» y se deriva, indefectiblemente, en la lucha de clases. Allí es donde aparece nítidamente que no se trata de discusiones sobre las mejores ideas, allí es donde se obliga, por medio de la fuerza y la represión, a que se vuelva rápidamente al funcionamiento del ciclo del capital que hace obtener ganancias a la clase privilegiada: la burguesía.
Como dice el viejo dicho: «Bien me quieres, bien te quiero…No me toques el dinero».
La lucha de clases entre los que poseen todos los medios de vida y los que no tenemos nada más que nuestra capacidad de trabajo para ir a alquilarnos todos y cada uno de los días de nuestras vidas por un salario para poder vivir, es la base de la unidad amplia que abarca todos los problemas de salud, vivienda, educación, jubilación, seguridad, y sobre la que debemos construir nuestro futuro. Es una lucha política contra el poder de la burguesía monopolista y su Estado.
No se trata de lucha de ideas solamente, ni de grupo o sectores. Se trata de una lucha de clases que es antagónica. La lucha de clases es la que tenemos que llevar adelante los obreros y pueblo en general contra los causantes de todos los problemas que nos aquejan y que, por ese motivo, tiene el mismo punto de unidad y, por lo tanto, de resolución: una revolución que nos lleve a tomar por asalto el poder para disponer de los medios de vida que, como mayoría absoluta de la sociedad, nos pertenecen y que hoy están en manos de la burguesía monopolista. Nuestras luchas, la unidad y el funcionamiento cada vez más intenso y generalizado de las asambleas populares que decidan los pasos a seguir en cada acción es el camino a transitar.
He ahí por qué la lucha, en cada aspecto, debe ser regada con las ideas, la acción y el proyecto revolucionario, único factor de unidad posible de todo el pueblo.