La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, primer presidente afroamericano de Estados Unidos, fue presentada por la totalidad de la prensa burguesa mundial, como la consagración del “modo de vida americano”; incluso, no pocos ¿ilusos? progresistas de aquí y de allá, cantaron loas al acontecimiento.
Los acontecimientos de Baltimore, después de otra muerte de un hombre negro a manos de la policía, desnudan la falacia de estas apreciaciones. La sociedad estadounidense está atravesada por una impresionante baja del nivel de vida de su población y por una oleada de luchas políticas y sociales totalmente ocultadas y silenciadas; en el medio de esta realidad, la población negra (como en otras épocas de la historia de ese país) está siendo utilizada para que, detrás de los prejuicios raciales, se “legalice” una política represiva que tiene como mira a todo el movimiento de masas en lucha. Cada persona negra que la policía mata impunemente, es una señal al resto de la población que cada vez más rompe años de reflujo y retoma la lucha de calles. Precisamente, esa impunidad garantizada desde el gobierno norteamericano “legaliza” las muertes y la acción represiva como una política de Estado que apunta a amedrentar al conjunto.
El color de piel, la religión, el sexo, la etnia, las nacionalidades, son utilizadas en forma sistemática por la burguesía para ocultar el papel de las clases. Detrás de estas mentiras, la clase dominante asume, en los hechos, que la lucha de clases es el motor de la Historia y que existe, más allá de su propia voluntad. La burguesía monopolista norteamericana, ejecutora de las masacres más infames en el resto del mundo, se está viendo obligada a tomar un cariz abiertamente represivo al interior de su país. Y todo ello, llevado adelante por el primer presidente negro de su historia política.
¿Contradicción? Por supuesto que no. Es la política de sometimiento de una clase minoritaria sobre el resto mayoritario de las clases desposeídas. Lo mismo hizo Margaret Thatcher en Inglaterra (cuando se afirmaba que la mujer le “cambia la cara al poder”); Lula en Brasil (que viniendo de origen obrero, fue el ejecutor de políticas de concentración y centralización de capitales inédita en Brasil); y así podríamos hacer una lista interminable de gobernantes que ratifican en todo momento que, las políticas que ejercen, son de una clase determinada que es la clase dominante.
El papel de las clases y sus proyectos políticos fueron, son y serán determinantes. Hoy en día, cuando el capitalismo como sistema de organización social y la clase que lo encabeza, la burguesía, pasan por una crisis estructural irreversible, todas las propuestas que se lancen a cambiar gobiernos sin cambiar la clase que gobierna, sin cambiar la estructura de explotación y dominación burguesas, es seguir alargando la agonía de la Humanidad.