En la década del 40, y para imponer su predominio sobre los distintos sectores capitalistas en la política y el Estado, la entonces burguesía nacional se vio forzada a aceptar las demandas de la clase obrera, que se encontraba en franca lucha por sus derechos políticos.
El famoso e histórico 17 de Octubre se constituyó en el fenómeno cumbre de todo un proceso de acumulación y luchas de la clase obrera, que le daría nacimiento a una etapa de la lucha de clases que duraría, incluso, hasta después del golpe de Estado de 1976.
De ahí en adelante, la clase obrera conquistó y se afirmó en sus derechos políticos, ganó la “legalidad” política como clase dentro de las fábricas, y subió la apuesta en la respuesta al Plan CONINTES, luego de enfrentar el golpe de La Libertadora. Y a partir del Cordobazo, se perfiló decididamente a la disputa del poder político de la burguesía. Había estallado el proceso revolucionario en Argentina.
Pero todos esos años tuvieron un sello distintivo: la clase obrera había comprendido su identidad de clase. La fue amasando hasta los años ’60, comenzó a verse en clase para sí ayudada por un factor determinante: el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y con ellas, nuestro Partido, que iba a poner en el centro de la escena la lucha por el poder. Todo este movimiento revolucionario significó para la clase obrera la autoridad política que se necesitaba para poder avanzar con su experiencia de lucha a un nivel de toma de conciencia, que le permitió barrer con todos los escollos que le ponía la burguesía para trabar la conquista más importante, que era mandar dentro de la fábrica como clase, conquistando así los derechos políticos de la organización independiente y la de poder expresarse. Por esto se le hacía difícil a la burguesía desarmar, por ejemplo con despidos, la organización de los trabajadores.
La represión con encarcelamientos por actividades políticas proscriptas fue la respuesta y no la causa de tal conquista. Pero a pesar de ello, no se pudo apagar tanto fuego, y los derechos políticos no pudieron ser tocados. Esta fue una de las causas fundamentales que los llevaron a recurrir al golpe de Estado más sangriento de la historia de nuestro país, y a pesar de ello, fueron las luchas de los trabajadores de la industria y sus huelgas las que socavaron y produjeron, junto a otros factores, la caída de la dicha dictadura.
Con la ausencia del movimiento revolucionario, la burguesía fue ganando terreno, y a partir la década del ‘90 terminó de acondicionar los sindicatos a sus necesidades, constituyéndolos, en general, en una especie de Gestapo que están a la caza de obreros y activistas que aspiran a una organización independiente. Cuando los detectan, a la calle.
En aquella época es de destacar el papel del Estado y sus instituciones: los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que operaron en tándem en contra de los trabajadores y el pueblo.
Así transita la democracia burguesa, llevando a cabo la peor tiranía que haya conocido la Historia de la clase obrera argentina en la lucha por sus reclamos, llenándose la boca de la palabra democracia.
Pero tal es, a pesar de ello, la debilidad que tienen que, cuando la mínima expresión de independencia de la clase obrera logra hacer pie en el seno de las mayorías, ya nada pueden hacer. Así, en múltiples experiencias se va logrando en la actualidad, aunque dispersas, reconquistar los derechos políticos. Esto explica, por ejemplo, que en el último paro nacional la alta industria, en numerosas fábricas, impusiera la medida por fuera de la decisión de las estructuras gremiales.
Las avanzadas de la clase obrera que van logrando tal objetivo indican el devenir y la tarea central a resolver en las fábricas. Pero no llevando la disputa a su terreno, pretendiendo construir un aparato que compita con la “Gestapo Sindical”, sino centrando la importancia en la mayoría, empujando a las asambleas, generando un estado asambleario y hostigando en grupos, sector por sector, a estos sindicalistas, donde el planteo empuje más allá de lo económico, se repudie hasta en pintadas con nombre y apellido, se denuncie con volantes y se empuje hacia las asambleas.
Con las mayorías, estos aparatos (que hasta la izquierda los oficia) sufren y son parte de la tremenda crisis política de la burguesía. Es más, es por ello que concentran todos los misiles contra el proletariado, porque son conscientes que si éste avanza en la conquista de sus derechos políticos, su poder en la debilidad que se encuentran se profundizará hasta su caída.
Por esto es importantísimo la construcción del partido en las fábricas, y que éste con sus posiciones políticas justas y su conducta, sumado a la propaganda revolucionaria, se constituya en la autoridad política a ser tomada en cuenta por los trabajadores a la hora de dar un paso y tomar decisiones en el terreno político.
Las organizaciones de masas son de las masas, el partido aporta y orienta, pero jamás se apropia, porque así no solo no es revolucionario sino que le es ajeno a las masas. Ahí se termina victimizando la lucha, los trabajadores se hacen a un lado y nada se habrá aportado.
Generalizar conquistas políticas y avanzar en la unidad de la mano del proyecto revolucionario es sin duda el paso en calidad y cantidad que se debe dar para que emerja con toda la fuerza una situación política que haga parir la alternativa revolucionaria.