En la imagen final de la película Casino, dirigida por Martin Scorsese en 1995, se aprecian las demoliciones de los casinos de Las Vegas, construidos y manejados por la vieja mafia ítalo-americana y a continuación las imponentes nuevas edificaciones que aparentaban la imagen de esa ciudad del juego y la corrupción como una nueva ciudad modernizada.
Esa imagen constituía un paralelismo entra la caída de los viejos mafiosos y el ascenso de una burguesía “educada y moderna” que se apropiaba de las multimillonarias cifras que redituaban las actividades “santas y no tan santas” de ese lugar.
La puesta en escena del gobierno norteamericano, a pocos días del Congreso Mundial de la FIFA, y las detenciones e investigaciones que fueron y son noticias en todo el mundo, sacuden uno de los negocios más lucrativos en el capitalismo actual donde los distintos sectores de la oligarquía financiera internacional disputan enardecidamente los pedazos de torta.
Las investigaciones que ahora (¿casualmente?) salen a la luz, hacen recordar aquella película. Detrás de una aparente movida para que el negocio del fútbol mundial ya no esté manejado por ancianos que constituyeron un sistema de corrupción en el que los votos se venden al mejor postor por unos pocos millones de dólares, aparece el tema de que al mismo tiempo esos personajes son receptores de recursos provenientes de los más diversos orígenes que constituyen una enorme cantidad de capital circulante que otros sectores de la oligarquía financiera disputa.
Entonces, abajo los viejos ladrones y paso a los nuevos ladrones que dirigirán y le continuarán robando el destino y el futuro a la Humanidad entera.
¿El fútbol? Bien, gracias.
Ninguno de los actores principales de esta pelea está preocupado del fútbol como deporte, como actividad recreativa para nuestros niños y jóvenes. Lo único que persiguen es apropiarse de un excedente de capitales que, en otras manos (más “profesionales”) seguramente redituará en muchos más capitales para los que hoy no manejan la FIFA.
El otro costado de esta operación es la intención del gobierno norteamericano de erigirse en juez “imparcial” de la corrupción en el fútbol. Incluso, los parlanchines repetidores de las frases hechas han afirmado hasta el cansancio por estos días que “en Estados Unidos la justicia funciona y es imparcial”. Habría que preguntarse si opinarán lo mismo los familiares de los ciudadanos afroamericanos de ese país asesinados a sangre fría por la policía sin que haya ningún agente preso por esos hechos; o las decenas de miles de familias de muertos civiles y desplazados por los bombardeos en Irak, Afganistán, Palestina, Libia, Siria y tantos otros lugares donde la mano del gobierno de los EE.UU. es ejecutora o cómplice de asesinatos en masa.
La operación contra el impresentable Blatter y su séquito de malandras (entre los que el argentino Grondona era uno de los cabecillas) es parte de la guerra interimperialista por el dominio de los capitales en el mundo y por el aprovechamiento político que puedan realizar a través del deporte más popular y masivo que la historia haya conocido. Son mafias, de un lado y del otro. Unas, las que se quedaron expuestas con sus chanchullos; la otra, la mafia de guante blanco, con aires renovadores, que tiene como objetivo el manejo de la multinacional FIFA y todo el negocio que tiene entre manos.
Unas y otras tienen algo en común. A ninguna les interesa el deporte como tal; están lejos de la nobleza deportiva y del sentimiento y la pasión que miles de millones de seres humanos en el planeta sentimos por el fútbol.