En el día de hoy, en más de 80 ciudades de todo el país y ciudades de Uruguay y Chile, se llevará adelante la movilización bajo la consigna: “Ni una menos”.
Se pone así sobre el tapete la problemática de la violencia contra la mujer; solamente en 2014 hubo 277 asesinatos de mujeres. Se calcula que cada 30 horas muere una mujer en el país a causa de la violencia de género. Es muy importante la convocatoria (la que apoyamos y a la que adherimos) y más importante todavía que cada vez se tome más conciencia y se actúe contra este flagelo.
La violencia contra la mujer no es nueva ni exclusiva de nuestro país. Como decíamos más arriba, celebramos que la cuestión se haga visible masivamente.
Sin embargo, es necesario ir a las raíces profundas del por qué crece día a día el número de víctimas. La violencia contra la mujer no es solamente la intrafamiliar; también se ejerce violencia (tal vez no física, pero no menos grave) en el trabajo, en el estudio y en todos los ámbitos donde se desarrollan las relaciones sociales. Levantarle la mano a una mujer, humillarla en el trabajo por su sexo, y tantos otros ejemplos no se explican solamente porque vivimos en una sociedad patriarcal.
Eso es cierto; pero, ¿dónde se origina la sociedad patriarcal? En el momento en que las sociedades humanas se dividen en clases. A la división de las clases le siguió la división del trabajo y ese mismo momento marca el inicio de la dominación del hombre por el hombre y la subsiguiente dominación del género masculino sobre el género femenino como un fenómeno social y no individual. En este proceso, la relación hombre/mujer, los vínculos familiares, el amor, las relaciones humanas de todo tipo están atravesados por la concepción clasista predominante en cada etapa de la Historia (esclavismo, feudalismo, y el capitalismo actual) en la que el concepto de propiedad es el que rige dichas relaciones.
El matrimonio, la herencia, son todas instituciones en las que no rige el concepto liso y llano del amor; son instituciones en las que las relaciones de producción capitalista mandan y el dinero, las apariencias, las convenciones sociales a preservar se fundan en el hombre como “propietario” de la mujer y de los hijos y de la familia como un contrato en el que cada uno debe cumplir su parte, con la supremacía del hombre que puede disponer de los bienes y hasta de la vida.
De allí que la violencia hacia la mujer (sin entrar en casos particulares, sino analizando el fenómeno social) se exacerba cuanto más se exacerba el capitalismo; la sociedad está regida por leyes en las que la propiedad privada lo tiñe todo y entonces una mujer deja de ser concebida como un ser humano y pasa a ser un objeto “propiedad de”. Lo mismo que ocurre con el resto de las relaciones sociales vigentes en este sistema donde un trabajador (sea mujer u hombre) se usa y se descarta. Donde, en definitiva, vale más la preservación de la propiedad del capitalista que la propia vida humana.
El fin de la violencia de género será posible cuando no haya divisiones de género, que es lo mismo que decir cuando no haya divisiones de clase.
Mientras tanto, hay que luchar contra este flagelo desde la comprensión y la acción por lo que la marcha del día de hoy (más allá de los oportunistas de siempre) es importantísima como parte de esa lucha intransigente contra todo tipo de violencia de género.
Y los revolucionarios debemos incorporar permanentemente en la lucha ideológica y política estos temas para sentar las bases de la sociedad sin clases que queremos lograr.