Está más que claro que las campañas presidenciales en la Argentina son de un vacío conceptual extraordinario. El término “nada” es la principal propuesta de todos los candidatos; vaguedades y alguna que otra bravuconada son la constante de todos los candidatos presidenciales.
Lo único que se oye es quién garantiza continuidad, cambio o continuidad con cambios. Una verdadera ensalada de conceptos vagos que no tiene condimento ni sabor alguno. Y justamente, esto que parecería ser lo que habría que “elegir” en la próxima contienda electoral también es mentira.
Volver al pasado o continuar con lo que se hizo es parte de un falso debate que esconde la verdadera intención de la burguesía monopolista: que luego del 10 de diciembre necesita que el nuevo presidente haga los deberes necesarios para sostener la tasa de ganancia de la clase dominante. Y esto se hace con la reducción de la masa salarial, el aumento de la explotación y el consiguiente deterioro del nivel de vida de las masas populares.
Volver al pasado no se puede. Principalmente porque no es una opción. Las reformas estructurales realizadas en los 90, en la mal llamada década neoliberal, están hechas y no fueron tocadas por los gobiernos que siguieron a esa época. El capitalismo en la Argentina fue reconfigurado para ser un eslabón más del ciclo de reproducción capitalista mundial, con especial énfasis en el grado de penetración y dominio del capital trasnacional, el que se vio enormemente favorecido por el actual gobierno; sino que lo digan Monsanto, los grandes conglomerados agoexportadores, las petroleras, las automotrices, las mineras, las empresas de la alimentación, los bancos y sector financiero. Estado y monopolios son una sola cosa. Y este gobierno, como los anteriores, cumplió su papel de gestor de los intereses monopolistas, mal que le pese a la trasnochada intelectualidad progresista que se ha convertido en malabarista profesional para justificar lo injustificable.
Esto hace que las otras dos posibilidades, por definición, no sean opciones. La continuidad o continuidad con cambios terminan en un pozo ya que nadie se plantea ningún cambio estructural del capitalismo. En todo caso, lo que debaten las distintas facciones del capital financiero son cómo imponer sobre otra facción su hegemonía política. Y entre todos, cómo imponer a su enemigo de clase (el proletariado industrial) las condiciones para profundizar el grado de explotación y sometimiento.
Los candidatos se prueban el traje sabiendo la música que sonará en los salones del poder.
La única oposición que se ha expresado todos estos años y la que se expresará en los tiempos que vienen es la del pueblo trabajador y explotado. De allí que el problema para la clase dominante no sea qué medidas económicas toman desde el nuevo gobierno sino cómo van sostener políticamente esa medidas ante la implacable fortaleza del movimiento popular.
Esa oposición no se expresa en el plano electoral, sino fundamentalmente en el de la lucha de clases abierta. Y no son las urnas y la representación parlamentaria burguesa el medio elegido por las masas para expresarse, sino el ejercicio de la democracia directa, el único que ha demostrado en todos estos años de experiencia ser efectivo para sostener las demandas y obtener las conquistas ante la burguesía monopolista.
La burguesía en la Argentina aplica la única opción que tiene: fugar hacia adelante intentando someter al proletariado en medio de la crisis política que se agranda cada día y que ni los procesos electorales logran atenuar.
El camino de los de abajo es seguir profundizando el ejercicio la verdadera democracia para avanzar en la consolidación de la organización del poder popular, la institucionalización de sus herramientas políticas y orgánicas para afrontar en abierto enfrentamiento contra las políticas oligárquicas que se intenten implementar. Por estos andariveles transcurre el proceso revolucionario en nuestro país; allí hay que mantener firme el timón de la táctica.