Es mucho lo que en etapas de disputa electoral como estas, se escucha sobre la corrupción en el uso de los fondos públicos, acerca de “la falta de control” del Estado sobre los destinos del dinero, sobre la malversación de ellos. Candidatos que van y vienen sacan los trapitos al sol, con el solo objetivo de apilar algunos nuevos votos…
Pero detrás de toda esa borrasca, de tanta acusación cruzada, nada se dice sobre el origen de los fondos públicos, sobre el modo en que el Estado recauda, y si ese “modelo” es limpio y transparente o si es una forma más de engaño y defraudación.
No podemos entrarle al fondo de esta cuestión sin precisar a priori qué papel cumple y qué intereses representa el Estado “democrático” actual. Con el golpe militar del 24 de marzo de 1976 se impuso mucho más que el terrorismo de Estado. La irrupción de Martínez de Hoz al Ministerio de Economía posibilitó adecuar la estructura estatal a los intereses de la burguesía monopolista, reestructurando toda su función de acuerdo a sus designios.
El poder económico que los monopolios tenían en la economía se trasladó a la política, dando forma al Capitalismo Monopolista de Estado, donde los monopolios se adueñaron definitivamente del Estado. Del 83 para acá, esa característica, lejos de atenuarse se ha profundizado; basta ver la presencia destacada de cuadros de las grandes empresas en puestos claves del aparato estatal como ministros y secretarios en los gobiernos del 80 hasta hoy: Cavallo, Born, Redrado, Lavagna, Giorgi, Peirano, Etchegaray, entre otros.
Es desde el poder de los monopolios que podemos entender el carácter regresivo del sistema impositivo argentino, donde tributan el mismo porcentaje el pan y la leche que el caviar y el champagne; que considera al salario como ganancia pero alienta de mil formas la evasión impositiva de los poderosos, aceptando a libro cerrado sus declaraciones “juradas”. Como lo hace con una gran cantidad de ejemplos, ya sea el trabajo en negro, las exportaciones, el envío de remesas a las casas matrices de las multinacionales, por citar alguno de ellos.
En el capitalismo, el pilar del funcionamiento de la economía sale de la plusvalía: la tajada que los burgueses le sacan a los trabajadores como trabajo no remunerado, mucho más aún bajo la dictadura monopolista; donde la expoliación alcanza al resto del pueblo. Es con esa masa de dinero en su poder que los monopolios, desde el Estado a su servicio, deciden cuánto, dónde y cómo se distribuirán los fondos públicos, que de públicos tienen sólo el nombre.
Entonces nos encontramos que los subsidios van a parar siempre a los mismos monopolios, igual que las exenciones impositivas, o que el Estado destina cifras fabulosas para defender el “trabajo argentino” haciéndose cargo de un porcentaje de los sueldos de las empresas que “le hacen bien al país”; que la mayor parte de la obra pública está destinada a demandas y necesidades de los mismos de siempre, que el Estado llega hasta el colmo de ser socio de esas mismas empresas apoderándose de los aportes jubilatorios de los trabajadores (que deberían ser usados en mejorar los ingresos de los jubilados, pero claro, no hay plata para el 82 % móvil, ni para una mínima con algo de dignidad, en lugar de los $ 3.800 que pagan hoy). Lo mismo ocurre con los aportes a las obras sociales, que desde los años 90 son administrados por el Estado, (recordemos que desde esa fecha los aportes patronales se bajaron y nunca más se habló del tema), sin hablar de cómo, bajo las órdenes del Banco Mundial pasaron a convertirse en empresas privadas regenteadas por los caciques sindicales.
El saqueo al patrimonio nacional es ejecutado desde la misma administración del aparato estatal, con las leyes que salen del Congreso legalizando la fiesta monopolista, con la administración de su justicia, con la seguridad de sus fuerzas del orden (prefectura, gendarmería y policías custodiando sus empresas por dentro, igual que sus barrios privados). No hay ningún aspecto del Estado, ninguna política que no esté contaminada por esta corrupción: la plata del pueblo argentino al servicio de los monopolios.
Éste es el telón de fondo de la cuestión. Quién tiene el control de la caja, quién decide, quién manda. De esa gran masa de dinero, las migajas para el pueblo llegan a cuentagotas; y no por voluntad de la burguesía sino porque se las arrancamos con nuestra lucha. La diferencia entre esto, exigiendo lo que nos pertenece, o sentarse en la mesa de los poderosos como comparsa tragicómica, queda hoy más clara a los ojos del pueblo, en la medida que más claro se expresa la dominación monopolista.
Ellos no tienen ninguna moral. Como muestra recordemos las famosas palabras de Juan Carlos Pugliese, ministro de economía de Alfonsín, cuando al salir de una reunión con los capitanes de la industria, dijo: “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”.
La dominación monopolista es la expresión más cruda de la corrupción, en la medida que usufructúa el trabajo y el sacrificio social en su exclusivo beneficio. Pedirle claridad y transparencia es como pedirle a la lluvia que caiga de abajo para arriba. O pretender que el “electorado” ahora crea que Scioli era un kirchnerista de la primera hora…
No existe capitalismo humanizado, ni capitalismo con interés social, el capitalismo es capitalismo y punto. El capitalismo es el reino del capital. El capitalismo es explotación, miseria y dominación. Por eso, está condenado a desaparecer.