En el día de ayer Grecia incumplió el pago de 1600 millones de euros con el FMI; uno días antes el gobierno de ese país convocó a un referéndum para el 5 de julio próximo en el que los griegos deberán optar por si o por no al plan de austeridad exigido por las autoridades de la Unión Europea.
La crisis griega, como la de otros países de la región, tiene en vilo a la oligarquía financiera mundial. Algunas facciones del poder imperialista mundial porque temen que esta crisis termine con la salida de Grecia del euro, iniciando así un proceso de desintegración de la Unión Europea. Otras facciones, en principio, estarían frotándose las manos ante la inminencia de tal fin lo que supondría ganar casilleros en la sangrienta y descarnada puja interimperialista mundial. Pero atención: No se trata aquí de ganadores o perdedores; se trata de cómo se resuelva momentáneamente dicha puja en paralelo a una profundización de la crisis estructural del sistema capitalista en su conjunto.
La Unión Europea, más allá de una unificación monetaria, nació y se desarrolló como la unión de los monopolios con base en los países de ese continente (no sin contradicciones) para afrontar la lucha interimperialista mundial por la captación y control de mercados a nivel planetario. Este proceso significó la materialización de la concentración y centralización de capitales, carácter distintivo de la etapa imperialista del capitalismo, y que se vio potenciado por la etapa mal llamada de la “globalización” que es, ni más ni menos, la configuración del mundo como un mercado único de circulación de los capitales. Ese mismo proceso de adaptación del capitalismo europeo fue realizado llevando adelante reformas que atacaron las conquistas históricas de la clase obrera de aquellos países, provocando un empobrecimiento de las masas populares nunca antes visto. El deterioro del nivel de vida de los sectores populares fue amortiguado por el crecimiento exorbitante del crédito, proceso que hizo implosión con el estallido de la crisis en Estados Unidos en 2008.
De allí en adelante, las condiciones de vida de las masas se vieron agravadas por la implementación de nuevos ajustes, recortes, bajas salariales, desmantelamiento de sistemas sociales, etc. Esta era la única receta que la burguesía monopolista podía adoptar para afrontar los salvatajes y la caída de empresas de todas las ramas de la economía. Lo que parecía un lecho de rosas para el capital monopolista se vio obstaculizado por la irrupción del movimiento de masas obrero y popular que trajo como consecuencia que los gobiernos monopolistas vieran entorpecidas la aplicación de más medidas de ajuste.
Las consecuencias de este proceso de la lucha de clases es lo que hoy se está materializando en Grecia y lo que puede implicar el desmantelamiento de la Unión Europea como se concibió hasta aquí y el realineamiento de las facciones oligárquicas, lo que implica un profundización (y no la solución) de la puja interimperialista mundial con su consiguiente profundización de la crisis estructural del sistema.
Es por ello que, como lo decimos más arriba, no se puede hablar de ganadores y perdedores en el campo de la burguesía monopolista. Todos pierden porque, muy lejos de las épocas en las que las políticas de la oligarquía financiera se desarrollaban en un marco de tranquilidad y consenso, la lucha de los pueblos es la que está determinando las condiciones de la disputa.
Tanto por arriba como por abajo el tembladeral es de tal magnitud que amenaza el equilibrio de fuerzas y abre perspectivas de cambio en las que los pueblos ya no pueden ser considerados el convidado de piedra. Muy por el contrario, la acción de las masas es la que está marcando el pulso de la crisis y ello, por definición, es el fantasma político más grave que el sistema capitalista en su conjunto debe afrontar.