En las últimas semanas, mientras toda la atención mundial se centraba en el desenlace de la crisis europea en Grecia, otras noticias pasaron desapercibidas. Éstas, ratifican que el rumbo mundial de la economía capitalista navega por aguas más que turbulentas y que la peor tormenta todavía no se ha desatado.
Las condiciones impuestas por la Unión Europea al gobierno de Grecia (cuya capitulación total se produce después de cinco meses de haber asumido) “resuelven” medidas económicas que son políticamente inviables. Las protestas de ayer en la capital griega así lo demuestran y esto es sólo el comienzo.
Mientras tanto, el parlamento europeo avanza en la concreción del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) negociado con el gobierno de Estados Unidos. Este acuerdo, que cuenta con cláusulas secretas, viene a liberalizar las barreras comerciales entre ese país y Europa. A semejanza de otros acuerdos similares como el NAFTA o el ALCA, el TTIP significa más precariedad laboral, más privatizaciones de los servicios públicos, la cesión de soberanía de los países en temas como el fracking, los transgénicos, eliminación de barreras arancelarias. Para ello es necesario “nivelar hacia abajo” arrasando con las aún existentes leyes de protección social, laboral, medioambiental, etc. que impidan “el libre comercio”. En una palabra, hacer tabla rasa con todo lo que implique una traba a las necesidades y negocios de la trasnacionales, con el consiguiente deterioro de las condiciones de vida de las masas trabajadoras y populares.
El agravamiento de la guerra intermonopolista mundial provoca que este tipo de tratados sean necesarios como agua en el desierto para permitir que las corporaciones imperialistas ganen terreno en esa lucha.
Sin embargo, otras noticias hacen prever que la ya maltrecha economía capitalista necesita más que tratados de libre comercio. Desde 2008, con la caída de Lehman Brothers y las consecuencias que ello trajo en la economía mundial, la recesión en el planeta no ha parado de crecer. La generalizada caída de las tasas de crecimiento de las principales economías del mundo contaron, hasta ahora, con la enorme ayuda de la demanda china. En efecto, después de la crisis desatada en 2008, y ante la contracción mundial de la economía, el gobierno chino adoptó una política de estímulo de su mercado interno para suplir la baja de sus exportaciones ante un mundo que entraba en una recesión sin fecha de vencimiento. Es así que China multiplicó su demanda de productos al mundo, desde minerales hasta leche en polvo, además de la soja, el petróleo y todo producto que se necesite para hacer funcionar a la economía más grande del planeta. Para ello el gobierno chino adoptó una agresiva política de exportación de capitales hacia diferentes regiones del planeta mientras que para estimular el consumo interno llevó adelante planes de gasto público directo de más de 700.000 millones de dólares, al tiempo que los bancos en ese país acentuaron el crédito a niveles nunca antes vistos. En solamente cinco años, el sistema bancario chino creció lo que el sistema bancario norteamericano tardó más de cien años. La explosión de préstamos ha llevado a que, mientras en 2008 las deudas de China significaban el 125% de su PBI, hoy alcanzan a más del 200%. No hay que ser un gran economista para darse cuenta que prestar a ese ritmo termina, inexorablemente, en que los deudores no puedan devolver los préstamos.
Y los primeros síntomas de este descalabro se han hecho notar a finales de junio y principios de julio cuando las acciones cayeron un 30%. En esos días las bolsas de Shanghai y Shenzhen habían perdido un tercio de su valor; el gobierno chino prohibió a los grandes accionistas vender sus carteras, al tiempo que inyectó más de 20.000 millones de dólares para comprar acciones y parar la caída que obligó, el 8 de julio, a que Wall Street suspendiera sus actividades bajo el pretexto de un “fallo técnico”.
Se calcula que desde el 12 de junio a la fecha el derrumbe del mercado de acciones en China ha significado una pérdida de alrededor de 3,2 billones de dólares, lo que equivale a todo el PBI del Reino Unido.
El verdadero “fallo técnico” es la anarquía de la economía capitalista que, para paliar los efectos de la crisis de 2008, ha creado una burbuja financiera que se ha multiplicado exponencialmente.
Hoy vemos que aquellos ilusos y/o idiotas y/o apologistas del sistema capitalista que pronosticaron que China vendría a salvar al capitalismo han fallado el tiro nuevamente. Los capitales en el mundo circulan sin fronteras para ganar hoy en un lugar lo que ayer ganaban en otro, alimentando así una carrera especulativa desenfrenada que tiene a los capitalistas del mundo en una guerra permanente. Una lucha que está lejos de tener rasgos de cooperación sino, muy por el contrario, que es una guerra despiadada por la acumulación y la centralización y cuyos efectos sufrimos los pueblos del mundo.
El significado que puede tener la debacle de la economía china es de alcances insospechados e incalculables. Estamos ante un agravamiento de la crisis estructural del capitalismo y ante la ratificación de que la Humanidad no puede esperar que alguna facción de la oligarquía financiera mundial resuelva el problema.
La lucha entre las facciones del capital no cuenta con capitales “buenos” y capitales “malos”; todos están en el mismo barro y su carácter es esencialmente depredador y explotador. No estamos ante caballeros (allí está el pueblo griego para confirmarlo) sino ante genocidas que hoy, con saco y corbata, deciden sobre el destino de la Humanidad entera por lo que la necesidad de una propuesta de revolución social que derrumbe definitivamente al sistema está más vigente que nunca. La revolución es lo único que puede frenar este descalabro y ahorrar más sufrimientos y padecimientos a los pueblos.