La actual fase de desarrollo de la lucha de clases expresa varias aristas y frentes de batalla que hay que prestarle atención y no descuidar o subestimar. Así, por ejemplo, no dejamos de afirmar que la burguesía padece una tremenda crisis política, pero aún detenta la dominación; o que tampoco pueden implementar sus planes económicos como quisieran por la tenaz oposición de la clase obrera y demás trabajadores que no cesan en sus reclamos salariales.
Pero hay otros aspectos en los cuales el enfrentamiento se expresa de una manera cruda y sin cuartel donde el papel de los revolucionarios y las ideas revolucionarias están destinadas a jugar un rol protagónico que es la lucha contra el populismo y el reformismo, que hoy donde más notoriamente se ve expresada es, por un lado, en la defensa del sistema, y por el otro, en el ataque y boicot permanente a las metodologías expresadas por las masas que pugnan por imponer la democracia directa en el terreno de la lucha.
En muchas ocasiones afirmamos que las empresas hicieron de los sindicatos subgerencias de las empresas como órganos represores en contra de estas metodologías. Es más, hasta se sienten parlamentarios que pueden decidir y actuar a espaldas de los trabajadores donde vociferan a viva voz que lo importante es la organización gremial, y se “olvidan” de las masas, cuando en realidad los sindicatos desde sus orígenes surgen como herramientas de los trabajadores para la lucha económica. Pero para estos tipos, la asamblea y la libre expresión de los trabajadores en ella, pasa a constituirse en una mala palabra que atenta contra “la organización de los trabajadores”.
Esta es la expresión y versión aggiornada del populismo “Siglo XXI”, es decir, la gran parodia de la burocracia sindical del populismo de los años ’60 y ’70 institucionalizado por el vandorismo cuya esencia era la conciliación de lo irreconciliable: el capital y el trabajo.
Pero tampoco el reformismo se quedó atrás en la competencia a ver quién daña más a los trabajadores, con la variante que se expresan como “combativos” pero que también (y no es casualidad) el epicentro de su leitmotiv es coartar y truncar la democracia directa. Esto se ve expresado claramente en que es el aparato del partido quien define los pasos a seguir y los cómos haciendo caso omiso a la opinión y decisión de las mayorías, y los muy vivillos, partiendo de un reclamo justo o de una verdad a medias se montan sobre ello, y una vez desatada la pelea se olvidan de las masas a las que dicen defender, intentan enajenar las asambleas hasta agotarlas con discusiones estériles y secundarias donde tampoco aceptan la libre expresión de los trabajadores empujando todo a quebrantar las metodologías que revolucionariamente vienen adoptando las masas: que si todos lo producimos, todos lo decidimos. Pero a ellos lo que no les suena familiar a sus intereses fundamentalmente electorales, ya sea en el terreno gremial o político, les es suficiente para hacer todos los esfuerzos para bastardear las auténticas organizaciones de las masas.
Si no lo controlan no es del partido, y si no es del partido no sirve. Una verdadera y clara muestra que para el reformismo la “lucha” es un fin en sí mismo, un verdadero sentido de la propiedad privada y la más clara expresión actual del reformismo donde, para ellos, la revolución (amén de ser una mala palabra) es obra de una estructura que se relame por una silla en el parlamento burgués para darle soluciones económicas a los monopolios de cómo resolver tal o cual crisis, intentando dejar sepultado el concepto de que el principal problema a resolver es la lucha por el poder que la clase obrera y el pueblo deben llevar a cabo.
En suma, todo vale para los monopolios en el terreno del enfrentamiento contrarrevolucionario. Si no alcanza con la Gestapo populista vamos con la división y el boicot a las masas vía el reformismo, aunque flameen los trapos rojos teñidos con la victimización de los avatares de la lucha de clases.