En épocas preelectorales como las que vivimos, entrando en los últimos 25 días previos a una nueva ¿elección? presidencial, el pueblo argentino tiene que desarrollar hasta niveles desconocidos su capacidad de asombro, porque para lo que se escucha, la verdad es que hay que tener un estómago bárbaro…
Sea cual fuere el candidato en cuestión, un tema que nunca deja de aparecer es el de “la pobreza”. Que si se mide bien, que si se mide mal, que si estamos en Burundi o en Alemania…, toda una parafernalia que NUNCA toca el fondo del problema.
Presentan fenómenos que, analizados por un instante, son anormales por donde se los mire. Se habla como si se tratara del clima acerca de la cantidad de personas que sufren hambre en el mundo; se repiten frases como “siempre hubo pobres” para referirse a los millones de habitantes que, en pleno siglo XXI, viven en condiciones infrahumanas; los gobiernos hablan de “crisis” y advierten a los pueblos sobre sus consecuencias, mientras por la ventanilla de al lado se desembolsan permanentemente billonarios salvatajes a los bancos y a las empresas capitalistas. Y así podríamos seguir hasta darnos cuenta que todos los días se repiten conceptos que tienen que ver con lo que nos inculcan desde la infancia, a través de todas las herramientas ideológicas con las que el sistema cuenta para “moldear” las conciencias y las ideas de la sociedad.
A lo que se apunta con toda esta batería de ideas (lo que popularmente se denomina sentido común), es a esconder, y si no se puede esconder a justificar, la esencia inhumana del sistema capitalista.
Sabemos que el capitalismo basa su funcionamiento y su reproducción como sistema en la explotación que ejercen unos pocos, dueños absolutos de los medios de producción, sobre la inmensa mayoría de la población que sólo cuenta con su fuerza de trabajo, que es explotada por los capitalistas y es lo que permite al explotado sobrevivir. Este fenómeno es lo que la burguesía escondió históricamente bajo siete llaves, y cuando ya no puede esconderlo lo presenta como algo natural, algo que siempre existió, algo que no tiene alternativas.
Entonces, así aparecen las frases hechas acerca de que “lo importante es que tenemos trabajo”, no lo que nos paguen por el mismo; que si osamos rebelarnos y pelear por nuestros derechos, las empresas dejarán de invertir y nos quedaremos sin sustento; que en las épocas de vacas flacas hay que ser pacientes y ayudar para que “todos” salgamos adelante y luego, cuando las cosas marchen bien, “todos” aprovecharemos los beneficios. Una tras otra se repiten las mentiras que, de tanto repetirse, terminan apareciendo como verdades.
En nuestro país, desde la crisis de 2001 en adelante, la burguesía debió adecuarse a la realidad que la lucha de clases le marcaba, por lo que adoptó una posición política a la defensiva ante el auge y la profundidad de la lucha del pueblo.
Es así que los que antes habían defendido, apoyado y se habían beneficiado con las políticas de los 90, pasaron a ser los críticos más acérrimos y los que venían a redimir al pueblo. Pero mientras esto ocurría en política, la economía capitalista debía seguir adelante por lo que la concentración económica y la centralización de capitales no detuvieron su marcha, acompañada ahora con una nueva vuelta de tuerca de la transnacionalización de la economía, que ratificaba plenamente las políticas de la década del 90.
Los gerentes políticos de hoy, devenidos en candidatos presidenciales como representantes de una u otra facción de la oligarquía financiera, resaltan “la marcha de la economía”, festejan “crecimientos” y plantean que hay que hacer “correcciones”… Pero ninguno se detiene siquiera un instante a plantear sobre qué espaldas está sostenido todo esto, a quién beneficia y a quién perjudica “la economía”.
Más de la mitad de los trabajadores en la Argentina cobra un salario inferior a $ 6.000 mensuales. Más de 6 millones de argentinos trabajan en negro. La ganancia de las compañías que cotizan en la Bolsa es más de un 40 % superior a las registradas el año pasado. Aluar, el Grupo Techint y el Grupo Galicia, entre las que más crecieron. Un ejemplo, no más.
Las ganancias de las empresas y los niveles salariales, revelan a las claras que el llamado modelo se sustenta en la utilización intensiva de mano de obra, cuyos niveles salariales serían más bajos aún si no fuera por la decidida lucha que los trabajadores hemos presentado, lo que provocó romper cualquier techo salarial que la burguesía monopolista intentó marcar.
El aumento de la producción refleja el consiguiente aumento de horas trabajadas, pero no así el aumento de la ocupación de mano de obra; lo que refleja la realidad que se vive en las empresas: ritmos de producción inhumanos y jornadas agotadoras de hasta 12 horas todos los días.
Cuando los candidatos burgueses dicen que con el que gane “volverá la inversión”, el mayor o menor volumen de la misma no implica en absoluto la imposibilidad de la obtención de ganancias, que están basadas en la superexplotación de la fuerza laboral ocupada, derribando así la mentira de que “si no vienen capitales no hay producción”.
Cuando los candidatos burgueses cacarean entre ellos para ver cuál es “la mejor forma de distribuir el ingreso”, ninguno menciona siquiera que la fabulosa creación de riqueza no depende de la buena o mala voluntad de los que gobiernan, sino de la superexplotación que se realiza sobre el conjunto de los trabajadores que, a pesar de las luchas mantenidas, todavía en más del 80% no se consigue un salario que cubra el costo de la canasta familiar.
Ninguno de los sectores burgueses en pugna (léase candidatos presidenciales) está en condiciones de sostener una política que vaya más allá de posicionar a su facción por sobre las demás, y así quedarse con la parte del león de la inmensa producción de riquezas que realiza la clase obrera argentina.
Con un discurso más de “izquierda” o más de “derecha”, más “progresista” o más “neoliberal”, todos se dan la mano y coinciden en lo esencial: la defensa a ultranza del sistema capitalista.