La mitad de la gente ocupada, unas 8 millones de personas, gana menos de $6.500 mensuales. Un escalón más abajo, el 30% de esos ocupados, 4,8 millones de personas, percibe menos de $4.000 mensuales. Y hay un 10% ó 1,6 millones de personas que cobran menos de $2.000 por mes. El promedio de 16 millones de trabajadores es un ingreso de $7356.(datos oficiales del INDEC)
En solo cinco renglones y sin plantear más nada, la denuncia estaría hecha. Haríamos un “silencio” y estaría todo dicho.
Sin embargo hay otros factores que pesan en la vida de todos los trabajadores que son tan intensos y aberrantes como los problemas económicos. Son los problemas de la vida que llevamos bajo un sistema que nos pone condicionamientos constantes al desarrollo espiritual que necesita cada individuo como ser social que es.
La “legalidad” burguesa nos ha impuesto de leyes, decretos, resoluciones, etc. que han definido la fuerza de trabajo como mercancías. No hicieron más que adecuarse a la realidad.
El sistema capitalista usa la fuerza de producción Hombre como una mercancía más, somos 16 millones de almas más nuestras familias, es decir la gran mayoría de la población un gran “paquete de mercancías” para satisfacer a minorías parásitas, incapaces de generar la más mínima riqueza.
Si el problema económico de las mayorías es grave, el espiritual no le va en zaga.
Millones de trabajadores que van a sus puestos de trabajo comienzan su jornada y la terminan yendo y viniendo en trasportes colectivos deplorables.
Horarios rotativos. Entre 10 y doce horas de ritmos inusuales para producir y trabajar en lo que fuese. La misma rutina una semana, un mes, un año, toda la vida. La angustia de desgaste físico, la angustia de vivir cansados, la angustia de coartar el desarrollo intelectual, es el maldito sistema capitalista que impone la división del trabajo.
Es común escuchar el dolor provocado por no ver crecer ni poder estar al lado de nuestros hijos. No compartir momentos esenciales de ese crecimiento.
Somos mercancías y nos lo hacen sentir
Todo lo que hacemos nos es ajeno. La gran mayoría el trabajo lo hace bien. Pero el producto de ese trabajo realizado no es nuestro, está cada vez más lejos de nosotros.
No entendemos por qué si lo hacemos no lo tenemos. Los sueldos promedios indicados por el INDEC así lo denuncian.
Como trabajadores o usuarios de las mercancías y los servicios lo movemos todo. Pero vivimos con la angustia de luchar por la vida a cada momento. Nuestros pensamientos están acorralados en la asfixia económica y en la asfixia de la vida.
Todo se compra y todo se vende.
Hasta aquí una descripción básica e insuficiente de lo que es la alienación y la enajenación en que está sumida la gran parte de la población.
Pero hay muy malas noticias para la clase dominante.
El problema que se debate hoy entre los trabajadores no se cierne sobre el problema económico solamente, se está debatiendo qué tipo de vida se está llevando. Existe un estado deliberativo muy profundo que abarca la problemática política y social, inquietudes que tienden a romper el bloqueo impuesto por las actuales formas de producir y trabajar.
Hay malestar, descontento, bronca. Se abren debates en torno a estos fenómenos y aparecen entonces las inquietudes de cambiar las cosas.
No está claro ni cómo hacerlo y en todo caso ¿qué hacer?, pero esa mayoría ha elevado su tono de crítica al sistema, descree que haya solución bajo las mismas reglas de juego. La rutina del dolor, la rutina de que todo les es ajeno se choca frontalmente con la necesidad de la sociedad humana del progreso constante y permanente y que el mismo está acorralado, bloqueado por una clase dominante parasitaria que lo tiene todo y no hace nada.
Este estado de ánimo está pesando en los trabajadores, no es solo la lucha por la conquista económica, se están jugando otras cosas, y es aquí en donde el proyecto revolucionario tiene que caminar abriendo los caminos de expectativa de cambios radicales. Se debe batallar para ampliar esa expectativa e ir acelerando el cambio de correlación de fuerzas hacia la revolución.
Millones y millones cada vez tienen menos que perder, millones y millones se han proletarizado sea por su condición de proletarios en sí o como de pobreza masificada. Unos con mejores salarios que otros, ello ya no importa, pero a todos como sociedad humana, el capitalismo nos trata como mercancías.
Somos esclavos con grilletes en el desarrollo espiritual.
Esas cadenas las estamos rompiendo, las ideas de revolución social comienzan a reverdecer y en sendos artículos de la prensa burguesa así lo sienten y lo denuncian. Este actual estado de ánimo y de deliberación pesa y mucho.
Hay que persistir en lo que nuestro pueblo viene haciendo y conquistando con sus luchas, organizaciones y metodologías, caer como una gota de agua que perfore los cimientos del poder burgués, ensanchar y profundizar el camino de disputa con la clase dominante en el terreno que se encuentre.