Mientras en los grandes medios de comunicación nos saturan hasta el hartazgo con la campaña electoral para que el pueblo “decida” entre sus dos versiones del mismo producto que hoy tiene la “oferta” de presidenciables; el gran debate en la burguesía es el cómo llevar adelante el ajuste en todos los planos que su capitalismo “reclama” en el actual marco de lucha de clases.
En el imaginario burgués, la cuestión es simple y es ajustar, devaluar, disciplinar y todos los condimentos conocidos propios de las recetas capitalistas.
Pero querer no es poder frente a un pueblo rebelde que ya los ha hecho retroceder en chancletas en el 2001 y desde entonces le ha salido al cruce a cada uno sus planes, negándole así la paz social a su dominación de clase. Desde entonces, su debilidad política los ha obligando a travestirse de “nacional y popular” para con el engaño navegar los tiempos tempestuosos generados por el pueblo.
Hoy el paisaje del enfrentamiento clasista es cualitativamente distinto al de entonces. La clase obrera y el pueblo, en miles de luchas, ha experimentado, ensayado y practicado la autoconvocatoria y la democracia directa que les permitió empezar a dar esencialmente un carácter revolucionario a sus organizaciones frente a las ya caducas e irrepresentativas instituciones del Estado burgués.
Este nuevo insipiente fenómeno ha traído nuevos aires y ha alentado las luchas del conjunto de las clases populares. Muestra de esto es la demolición por parte de los trabajadores de los topes salariales en las últimas paritarias, la instalación nacional del movimiento contra el fracking y la minería a cielo abierto, y el repudio generalizado de las políticas de la oligarquía financiera. Y en los últimos meses, la generalización del estado asambleario de toda la industria automotriz y metalúrgica, las huelgas y bloqueos de los petroleros, la movilización y conflictividad en las zonas y parques industriales de todo el país con su consecuente consolidación y ampliación de las organizaciones obreras contra los despidos y suspensiones que ha obligado a las empresas a garantizar la continuidad laboral y así esquivarle a la inminente y temida confrontación política con la clase obrera.
De todo esto se desprende que la cruz de la burguesía es su debilidad política frente al crecimiento de la combatividad popular, haciendo que la partida por el ajuste propuesta por el poder hoy tenga final abierto y su resultado dependa del fortalecimiento y crecimiento de las organizaciones políticas y sociales de todas las clases populares y ésta es la tarea prioritario de los revolucionarios.