Muchas veces hemos afirmado que la burguesía sabe muy bien lo que tiene que hacer en economía, pero que su problema es el respaldo político con el que cuente para hacerlo.
Así se confirmó cuando el presidente electo, Mauricio Macri, anunció con la velocidad de un rayo su gabinete económico: con Prat Gay a la cabeza, mientras el último casillero que llenaron del gabinete fue el del ministerio de trabajo. En ese lugar se produjeron idas y vueltas, ministros designados y luego desmentidos, tironeos con sindicalistas y empresarios, etc.
Finalmente fue designado Jorge Triaca, hijo del dirigente del mismo nombre que fue titular del gremio del plástico, un adelantado en erigirse como un gerente sindical, modelo que ya hoy es generalizado en los gremios que todavía son controlados por lo más rancio y traidor de lo que en otros tiempos era la burocracia sindical. El padre del nuevo ministro fue uno de los cabecillas del “dialoguismo” con la dictadura militar, mientras el fascismo en la Argentina apuntaba sus cañones, principalmente, a las organizaciones y dirigentes obreros. Al punto que en el juicio a la juntas militares afirmó sin ponerse colorado que desconocía la desaparición de trabajadores. Para cerrar su “carrera”, Jorge Triaca padre, fue el primer ministro de trabajo de Menem siendo artífice principal de las políticas que por esos años arrojaron a la calle a cientos de miles de trabajadores estatales y privados.
El ministro designado no tiene por qué hacerse cargo de los pecados de su padre. Pero en su “adn” político se halla el mismo componente que el de su progenitor. En sus primeras declaraciones afirmó que su plan es que, a partir de la asunción de su gobierno, las paritarias se calcularán por productividad. Así, se propone un “acuerdo social” con empresas y sindicatos para implementar esta nueva modalidad a la hora de calcular los aumentos salariales.
Volver al concepto de productividad es un viejo anhelo de la burguesía monopolista; ello significa que para los aumentos salariales el trabajador debe cumplir los criterios de productividad resueltos por la propia burguesía. Lo que se está proponiendo es, lisa y llanamente, una reducción salarial de hecho, dado que si los salarios dependen de lo que se produce se deja de lado cuánto salario necesita un trabajador para mantener el poder adquisitivo del mismo. Se intenta así que la fuerza de trabajo se discipline ya no sólo aceptando la apropiación por parte del capitalista de más plusvalía sino también más superexplotación y un incremento de los ritmos productivos.
Así, la burguesía monopolista nos dice: produzcan más para conseguir incrementos salariales.
Volvemos al principio; está muy claro qué necesitan las fuerzas del capital para continuar con la reproducción del mismo y sostener a como dé lugar su tasa de ganancia. Lo que se les pone peliagudo es cómo harán para lograrlo políticamente.
Porque si la estrategia del nuevo ministro es sentarse en una mesa con empresarios y sindicalistas anunciando estas medidas, al tiempo que para maquillarlas anuncia en simultáneo un aumento de los topes para el cálculo del impuesto al salario, significa que su subestimación a la clase obrera y a nuestro pueblo no conoce de límites.
Una medida de estas características implica una declaración de guerra al proletariado. El nuevo gobierno no ha dicho una sola palabra de la descomunal escalada de precios sufrida estas semanas en el bolsillo de las familias del pueblo trabajador; sí están preocupados por ver cómo limitan las demandas salariales. Y encima, contando con la “colaboración” de los jerarcas sindicales, herramienta desgastada y deshilachada por donde se la quiera analizar.
Así se hace palpable la crisis política que atraviesa a la burguesía enla Argentina
La burguesía va a la guerra con armas melladas y oxidadas, al mismo tiempo que en el bando que se propone enfrentar se encuentra una fuerza obrera y proletaria que ha mostrado en los últimos tiempo su decisión acérrima y cada vez más sólida de no ceder ni al chantaje ni a la extorsión, ni mucho menos a las políticas de disciplinamiento que la clase dominante ha intentado e intentará.
Así se va a desenvolver la lucha de clases en la etapa inmediata. Y la contienda tendrá en el enfrentamiento entre las dos clases fundamentales el marco en el que una y la otra se estarán disputando, más allá de la lucha económica, la dirección política del resto de los sectores populares. Allí debemos intervenir los revolucionarios para que el proletariado cuente con las políticas revolucionarias que le permitan avanzar como dirigente de todo el pueblo alzando una salida definitiva a la aspiración de vida digna de millones de argentinos.