Con la ejecución de un clérigo chiita por parte del régimen saudita, la reacción iraní y el rompimiento de relaciones entre ambos países, se produce una nueva escalada en el enfrentamiento económico, político y militar que sacude el cercano y medio oriente, desde Turquía hasta Afganistán, pasando por la península arábiga y toda la región de África del norte y oriental.
La mentira burguesa tiñe este conflicto de un matiz religioso para esconder su carácter esencialmente de clase, donde se están dirimiendo disputas de las distintas facciones imperialistas de la región y el planeta, todo esto cruzado por la situación álgida de la lucha de clases en ese lugar del mundo.
Es muy complejo hablar hoy de intereses puramente nacionales cuando lo que se dirime son intereses de burguesías trasnacionalizadas altamente entrelazados entre sí y entre las burguesías del resto del mundo que allí tienen intereses. Sería equivocado presentar este problema como un enfrentamiento entre Arabia Saudita, histórico aliado de Estados Unidos y Europa, con Irán, histórico aliado de Rusia (y hoy de China), como un enfrentamiento entre esas potencias centrales, al estilo de la segunda guerra mundial o de la llamada “guerra fría”. Si bien los grandes “jugadores” mundiales atraviesan con sus intereses los conflictos en esa parte del mundo, las tradicionales políticas de Estados Unidos, Europa, Rusia, China van mutando de acuerdo mutan los negocios de cada facción imperialista, las que aun utilizan los Estados a su servicio pero en un marco de contradicciones hacia lo interno de esos propios Estados en los que hoy se impone una facción, mañana se impone otra, en una dinámica en la que ninguna de las mismas logra un disciplinamiento del resto.
Es así, entonces, que el problema excede largamente el problema de Isis y otros grupos denominados terroristas que, en definitiva, son de poca monta. Precisamente, esos grupos son un factor más de intervención de las distintas fuerzas imperialistas enfrentadas. Porque una cosa debe quedar clara: Aquí no hay ni buenos ni malos. Las afirmaciones de que Rusia y China hoy vendrían a cumplir el papel de “contrapeso” de los intereses norteamericanos y europeos, es tirar por la borda el análisis del conflicto desde una perspectiva clasista, donde lo principal es analizar y caracterizar que todos son estados imperialistas con intereses geopolíticos desparramados por todo el planeta.
Toda esta situación está cruzada por un alza constante de la lucha de clases en todos los países de esa región. Las llamadas primaveras árabes, que muchos dieron por muertas antes de tiempo, están lejos de ser enterradas.
En Túnez, donde se inició ese proceso, las fuerzas políticas y sindicales que estuvieron al frente de las revueltas de 2010 siguen sosteniendo una política de enfrentamiento con el régimen dominante; en Egipto, las últimas elecciones arrojaron una participación del 28% de la población, lo que implica una deslegitimación política, de hecho, del gobierno de ese país, mientras las huelgas y reivindicaciones de los obreros de la poderosa industria textil egipcia no cesan, como así tampoco el poderoso movimiento juvenil y estudiantil que protagonizaron los levantamientos; en Siria, Libia, Yemen e Irak las guerras civiles siguen su curso, a pesar de la intervención de las potencias imperialistas que, con el pretexto de combatir el terrorismo, lo que persiguen es la derrota de los movimientos revolucionarios. A todo esto no hay que perder de vista ni por un minuto la intervención e influencia de la guerrilla kurda, liderada por el PKK al frente de una amplia alianza obrera y popular, que ha liberado zonas en el norte de Irak y Siria, al tiempo que avanza en posiciones políticas y militares en Turquía dejando al desnudo el régimen de Erdogan (presidente de ese país), consiguiendo cada vez más apoyo para su lucha de liberación y la condena y aislamiento del gobierno turco.
Como vemos entonces, las condiciones para dirimir las disputas interimperialistas son por demás complejas. En situaciones de lucha de clases en alza las posibilidades de resolución de estos conflictos de intereses, además de su propia complejidad interna, padecen de una complejidad adicional y que se torna principal; sería mucho más fácil para el imperialismo resolver sus conflictos sin estar pendientes de lo que pasa al interior de sus países. Y dialécticamente, la situación interna de esos países acrecientan las disputas y las posiciones guerreristas de las burguesías monopolistas, con un carácter esencialmente contrarrevolucionario como así ha ocurrido en todas las guerras imperialistas quela Humanidadha padecido y padece.
Las condiciones de explotación y expoliación de los pueblos son las causantes de los levantamientos y éstos son, al mismo tiempo, el freno objetivo que la lucha de clases presenta a las intenciones de mayor explotación y sometimiento del imperialismo mundial. Cuando los pueblos presentan batalla, a pesar de los sufrimientos y padecimientos, lejos está la oligarquía financiera de caminar por un lecho de rosas. Por el contrario, lo que está abierto es un período de épocas de cambios revolucionarios que, más tarde o más temprano, pondrán las cosas en su lugar.
Así lo demuestra la Historia, muy a pesar de la burguesía y de aquellos que le hicieron coro al anunciar su fin.La Historiasigue adelante porque los pueblos la empujan irremediablemente.