El gobierno de los gerentes encabezado por el Ing. Macri, intenta a cada paso “marcar la cancha” en política. Lo acompañan desde los medios masivos diversos voceros de la burguesía, que permanentemente se ocupan de enturbiar los ejes de la discusión de fondo.
Temas de cierto impacto mediático son utilizados por doquier con la intención de perpetrar el engaño que tanto necesita la oligarquía financiera para tratar de “gobernar”. Que la fractura en el FPV, que los traidores que pasean sus miserias, que Milagros Sala, que los “ñoquis” en el Estado… y así, un bombardeo permanente.
De lo importante ninguno de ellos habla una sola palabra. El alza en el proceso de la lucha de clases en nuestro país es algo que se viene dando desde varios años a esta parte, y en particular, durante el último período. Las luchas genuinas muestran un avance de las fuerzas del pueblo es lo que no le da respiro a la burguesía monopolista y condiciona todas sus medidas.
En ese marco, las batallas que viene dando la clase obrera industrial y de otros sectores asalariados, enfrentando el intento de disciplinamiento (iniciado con los fallidos despidos en Siderca antes de que culmine el año pasado y reforzado hoy con la lucha de los obreros autopartistas en Córdoba) han sido y son la muestra de una nueva calidad en este proceso.
Jóvenes que ingresaron por primera vez a trabajar en una fábrica, cuentan (lo sepan o no) con una experiencia histórica acumulada de luchas de toda una clase que, de una forma u otra, hace su aporte para que estas nuevas camadas realicen hoy su experiencia.
Lidian no sólo con la opresión y la súper explotación de las empresas, sino con los sindicatos (que funcionan como una gerencia más dentro de la fábrica); y con todas las instituciones intervinientes del Estado (que siempre están al servicio de los capitales). A pesar de ello, la lucha por las reivindicaciones económicas y políticas de los trabajadores es lo que no le da tregua hoy a los planes burgueses.
El ejercicio de la democracia directa en el corazón de la producción marca una etapa de calidad superadora para la construcción del poder revolucionario. Fusionar, amalgamar la lucha obrera con las ideas de la revolución, es el principal desafío que tenemos por delante. Lidiamos con el profundo diversionismo ideológico que emana de la burguesía, quien no sólo “decreta” nuestra inexistencia, nos denomina “colaboradores”, intenta dividirnos, al tiempo que trabaja a destajo contra las ideas revolucionarias, diciendo que están “pasadas de moda” y que son “anacrónicas”.
Por más que nunca lo reconocerán abiertamente, el enemigo jurado de la burguesía monopolista somos los obreros. La continuidad de su régimen de explotación depende de que los trabajadores no nos constituyamos en clase “para sí”; es decir, como clase de vanguardia capaz de levantar un proyecto político de cambio para toda la sociedad.
Y allí, el papel de los revolucionarios es determinante, desarrollando las labores políticas dentro de la clase para que ésta pueda jugar su papel político de manera efectiva, para construir una sociedad que tenga en su centro las necesidades e intereses del Hombre y no de la ganancia.
Las bases materiales están dadas en el grado de desarrollo de las fuerzas productivas que alcanzaron un nivel sin retorno de agudísima contradicción con las relaciones capitalistas de producción en nuestro país, lo que significa que, objetivamente, el proletariado industrial es la vanguardia social porque el propio sistema es el que la ha colocado en ese lugar. Pero ese papel de vanguardia objetiva debe transformarse en el de vanguardia política de toda la población.
Los trabajadores debemos tomar las iniciativas políticas que vayan más allá de la lucha cotidiana contra “nuestro” patrón, mostrando la relación de nuestra clase con los demás sectores populares, desnudando las políticas de los monopolios, dentro y fuera de las empresas, como los que generan los padecimientos que sufrimos hoy.
En toda zona existen industrias y poblaciones alrededor, se expresan allí a diario luchas por las más diversas reivindicaciones, tanto en las fábricas y centros de trabajo, como en los barrios, en las escuelas, en los hospitales. La acción revolucionaria debe actuar en todas ellas, llevando adelante sus políticas y procurando que se plasme la unidad política entre todos esos sectores en lucha.
Esa unidad no la lograremos si se concibe desde una sumatoria de las reivindicaciones puntuales de cada sector; pero sí, si se plantea desde una unidad superadora que solamente puede construirse enarbolando objetivos políticos nacionales que engloben los intereses sectoriales en un interés común de lucha contra este sistema opresor, con un proyecto de cambio revolucionario que le brinde horizontes más amplios a todas las luchas.