El término neoliberalismo fue acuñado en los 90 para denominar las políticas que el imperialismo mundial adoptó luego de la caída de la URSS, aunque ya en los 80, antes de producirse dicha caída, Ronald Reagan y Margaret Thatcher impulsaron dichas políticas en sus propios países y la presentaron como ejemplo para el mundo.
Se entraba así a la llamada “globalización”, que no era más que la extensión de la disputa por el dominio de las nuevas áreas del mundo por parte de la oligarquía financiera internacional.
Globalización y neoliberalismo eran las dos caras de una misma moneda. Al mismo tiempo, eran dos definiciones tramposas que ocultaban que verdaderamente significaban más imperialismo y, por lo tanto, más política imperialista que se expandía por el planeta.
El “neoliberalismo” forma parte del proceso de concentración y centralización de capitales, característica esencial de la etapa imperialista del capitalismo. Se trata de un proceso por el cual la oligarquía financiera mundial adoptó una ofensiva política, ideológica y económica contra los derechos del proletariado y los pueblos del mundo que implicaron recortes de esos derechos y una profunda reconfiguración de la economía capitalista, a tono siempre con la época imperialista.
El capitalismo monopolista de Estado significa el dominio total por parte de los monopolios de todos los resortes estatales para su beneficio; de esta manera, el propio capitalismo extendió el certificado de defunción a la etapa del libre cambio. Los grandes conglomerados económicos, industriales y financieros, pasaron a dominar los aparatos estatales. Este proceso que nació en las primeras décadas del siglo XX llega a nuestros días con una característica peculiar: de la mano de la mal llamada “globalización”, el imperialismo profundizó y extendió su trasnacionalización. En un proceso contradictorio y complejo, el dominio del capital trasnacional sentó sus reales en los hasta entonces Estados nacionales por lo que los mismos ya no serían los aparatos garantes de los intereses de sus burguesías nativas. La etapa imperialista trasnacional declaró muertas y enterradas a las burguesías nacionales. De allí en más, lo que se impuso fue una guerra abierta y sin fronteras por los negocios con el planeta entero como campo de batalla, donde los Estados debían garantizar el flujo y la circulación constante de inmensas masas de capitales de diversos orígenes y entrelazados por múltiples mecanismos.
Es así entonces que el “neoliberalismo” no es una política que la oligarquía financiera mundial adopte porque la elija o no. Es la única política del capital concentrado para esta etapa del imperialismo.
Es imposible volver atrás para superar esta etapa con un pretendido “posneoliberalismo”. Eso implicaría que existe otra política imperialista más “buena” para superar las “malas”. Los llamados gobiernos “posneoliberales” no modificaron un ápice las bases estructurales del capitalismo reformadas por los gobierno “neoliberales”. Simplemente porque la concentración y centralización del capital es un proceso que es objetivo, no depende de la voluntad de tal o cual gobierno burgués, sino que es una característica intrínseca de la economía capitalista en su etapa imperialista y que siempre va hacia más concentración y más centralización.
El “posneoliberalismo” es otro engaño que se pretende para retrasar el reloj de la Historia. Es una posición claramente contrarrevolucionaria que ataca directamente las políticas que luchan por la única solución que la Humanidad hoy tiene en sus manos para superar la prehistoria capitalista. Una revolución obrera y popular que destruya el Estado de la burguesía y se proponga la construcción del socialismo. El “posneoliberalismo” se propone identificar a los capitales que nos sacarían del atolladero al que nos han llevado, siempre en la línea de dejar para mejores ocasiones la lucha irreconciliable contra el capital en cualquiera de sus variantes.