El poder de fuego de las masivas movilizaciones políticas con la gente en la calle, trata de ser minimizado y hasta desestimado por el poder. Sólo en apariencia, y por medio del ocultamiento, pretende demostrar que no “le entran balas” y que la lucha de los de abajo les es indiferente. Las movilizaciones se minimizan no sólo porque se dan en todo el país, sino porque todas y cada una de ellas son golpes demoledores del edificio burgués.
No sólo las multitudinarias como las del 24 de marzo, imposibles de esconder, sino las que se entraman en las localidades, en las barriadas, en las fábricas, en los lugares de trabajo, en asambleas, en autoconvocatorias, en la multiplicidad de organizaciones políticas y sociales, en debates y charlas, que en la diversidad de sus acciones su suma también es multitudinaria. En la búsqueda de encontrar soluciones a todo este degradante estado de cosas que el capitalismo exuda en perjuicio de los trabajadores y el pueblo, los trabajadores y los pueblos no están quietos.
En el suelo norteamericano multitudinarias movilizaciones azotan la superestructura de la llamada primer potencia mundial. La institucionalidad electoral, las condiciones de vida, las condiciones laborales y salariales, el racismo etc. están sumamente cuestionados. Las demandas políticas económicas y sociales no tienen tiempos de espera y las organizaciones de trabajadores y populares están en las calles masivamente en su amplia geografía. Digamos que la gira del pastor Obama se da en este marco que está muy lejos del capitalismo vivito y coleando de otras épocas, como se afirma en el artículo del 23 de marzo en esta página. Por el contrario, recibiendo golpes demoledores, aunque pretendan disimularlos, los iniciales 100 días de Macri y los terminales días de Obama están identificados por una generalizada situación de lucha de clases incontrolable.
El poder, por el odio que detentan estas movilizaciones por esta mugre social que los acosa, las enjuicia y las aísla. Para que no aparezcan como un torrente de furia y bronca, se esconden; y para sostener el disciplinamiento a la clase obrera y profundizar la superexplotación se vociferan desde las alturas mecanismos ideológicos de división, de chantaje, de extorsión a los trabajadores, azuzando miedos sobre las condiciones salariales, los despidos, los derechos laborales. Todo en función de sostenerse frente a su debilidad política, todo en función de atemorizar a la clase obrera para intentar frenar su lucha por una vida digna, todo en función de sostener en el poder la dominación de los monopolios. Pues sobre la base de la constante movilización y las búsquedas de soluciones de fondo, revolucionarias y unitarias que comienzan a ser cada día mas apreciadas por las masas, está el mayor de los peligros para la oligarquía y todas las variantes llamadas opositoras que le hacen el juego oportunista a la defensa del régimen capitalista.
Sabedores por su experiencia histórica el poder monopolista no subestima el peso de las ideas, la construcción y la acción revolucionaria. No es únicamente la objetividad material de las transformaciones que anhelan las masas sino, la subjetividad que las impele y las impulsa hacia adelante, hacia el despliegue de una revolución social, lo que preocupa al poder. En el marco de su movilización la clase obrera y los pueblos del mundo acentúan la debilidad política y las crisis políticas de la burguesía monopolista.
Impregnadas por la necesidad de la revolución y la destrucción del capitalismo, esas condiciones de debilidad se catalizan acelerando un proceso de descomposición susceptible de ser barrido al basurero de la historia.