Atravesamos días tumultuosos para la burguesía y sus instituciones, en donde todo aparece cuestionado frente a los ojos del pueblo. La difusión de datos de cuentas off shore para lavar guita y evadir impuestos (conocida como los «Panamá Papers») que engrampa a varios políticos, dirigentes y empresarios (incluido al presidente Macri); o las detenciones de funestos personajes del gobierno anterior como Jaime, Lázaro Baez y compañía (punta del iceberg de una corrupción furibunda inherente a este sistema), ocupan la plana de los diarios, los canales de televisión y todo medio masivo por estas horas.
Más allá de que todo esto sea «un vuelto» comparado con las enormes ganancias y recursos que se vienen apropiando los monopolios del trabajo que generamos millones, y que semejante repercusión mediática no tapa los problemas «terrenales» de cada familia trabajadora (en donde la plata ya no alcanza y el mazazo de la suba de absolutamente todo destruye de un plumazo nuestros ingresos), hay un sentimiento generalizado que recorre cada charla: que devuelvan la plata.
«Esa plata» también es parte de los recursos que generamos como pueblo y que la burguesía monopolista se apropia en beneficio de unos pocos. Y que nunca en este sistema será utilizada para resolver los verdaderos y urgentes problemas que tenemos.
Uno de los ejemplos que grafica lo que decimos, sean quizás las cifras que hace unos días difundiera el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), dependiente de la Iglesia.
Más allá de los criterios que se aplican para elaborar este tipo de estadísticas (siempre dudosos cuando provienen de la propia burguesía) hay cosas que ni ellos pueden ocultar, probablemente también producto de sus propias contradicciones.
Allí se señala que 11,5 millones de personas eran pobres en nuestro país, según los datos de 2015. Teniendo en cuenta los primeros meses del año esa «tasa de pobreza» se elevó al 32,6% en marzo y en la proyección de abril, se estimó en un 34,6 por ciento. El informe proyectó que la cantidad de pobres en nuestro país se incrementará a 13 millones de personas en abril de 2016.
Y como esto ya no se puede ocultar, siempre es presentado como una calamidad o como una consecuencia que podría ser evitada, si los poderosos «abrieran sus corazones y fueran un poco más solidarios con el prójimo».
Pero un problema de semejante envergadura debe tener un diagnóstico preciso y claro: el capitalismo es la fábrica de pobres más «productiva» que la Humanidad haya soportado en toda su historia. Y cuando hablamos de pobres no nos referimos solamente a los más desamparados, que ni un plato de comida tienen; estamos hablando de miles de millones de personas en el mundo que trabajan y son pobres. Se expresa (entre otras cosas) cuando menos del 10% de la población mundial detenta el 90% de la riqueza.
El gran desafío hoy para los pueblos del mundo, que todos los días luchamos, de una y mil formas, contra la pobreza a la que condena el sistema capitalista, es ir contra la causa de la pobreza, que es ir contra el sistema mismo. No es posible luchar contra la pobreza sin luchar contra el capitalismo.
En la crisis que atraviesa el capitalismo (crisis estructural, ni cíclica ni coyuntural) la pobreza seguirá creciendo a la par del declive del sistema. La oposición revolucionaria al capitalismo, la lucha por el socialismo, es el camino que debemos tomar decididamente los pueblos.
La burguesía nos educa en la afirmación de que “siempre hubo pobres”; lo que no enseña es que ese siempre es desde que la sociedad está dividida en clases sociales: la que explota y la que es explotada.
La explotación del trabajo humano y la apropiación de la riqueza que ese trabajo produce, es la causa de la pobreza material y espiritual que provoca el capitalismo; su carácter esencialmente explotador y depredador del ser humano y la Naturaleza, debe ser combatido incondicionalmente para erradicar la pobreza definitivamente, no para que siga siendo parte de una estadística más de este sistema.