El proceso electoral de Estados Unidos está siendo, como nunca antes, una caja de sorpresas. Por un lado, el Partido Republicano parece enfilado a proclamar al impresentable Donald Trump a pesar de todas las resistencias, hasta las de su propio partido. Por el lado del Partido Demócrata, el senador Bernie Sanders (que proclama el socialismo en sus discursos de campaña, lo que significa en Estados Unidos lo mismo que invocar al diablo en el atrio de una iglesia) presenta batalla a la candidata Hillary Clinton.
Todo el establishment político, económico y comunicacional de ese país no atina a dar una respuesta coherente a lo que está pasando. Desde la concepción de la clase dominante, lejos están de encontrarla. Sabemos que la lucha de clases no está incorporada en sus análisis, al menos en los que dan a conocer públicamente.
El capitalismo atraviesa una crisis estructural e inédita en toda su historia; y la situación interna de Estados Unidos (como así también la de otros de los países capitalistas centrales) es una muestra palpable.
Las últimas mediciones conocidas en 2015 arrojaron que más de 50 millones de norteamericanos tienen ingresos anuales de 23.500 dólares. Para tener una idea de lo que significa esta cifra, es un poco más del costo anual de una carrera en una universidad estatal. El aumento de las ayudas alimentarías y de salud no ha parado de crecer desde 2007. La aparición de asentamientos precarios en los suburbios de las grandes ciudades (las llamadas “obamavilles”) no han parado de crecer.
Éste no es un proceso nuevo. Es el resultado de las políticas llevadas por los distintos gobiernos que aumentaron astronómicamente las ganancias de la oligarquía financiera, el llamado 1%., que apuntaron fundamentalmente a la rebaja salarial. El llamado salario mínimo federal es de 7,25 dólares la hora.
Toda esta situación es la base material de los “acontecimientos” que sacuden la política estadounidense. La lucha de clases en ese país ha retomado un vigor inusitado como hacía décadas no se vivía. Las huelgas se multiplican y se masifican; se mantienen los movimientos huelguísticos y de reclamos en el tiempo, dando origen a nuevas organizaciones de trabajadores que sobrepasan a los sindicatos tradicionales o los obligan a ponerse al frente de los reclamos.
Uno de estos movimientos es, precisamente, el que lucha por un salario mínimo de 15 dólares la hora que viene protagonizando huelgas y movilizaciones masivas en todo el territorio de ese país desde hace dos años. Desde finales de 2015, las huelgas se han multiplicado: Trabajadores de aeropuertos paralizaron nueve aeropuertos sumando reclamos salariales y vacaciones pagadas y días por enfermedad; en Detroit, las escuelas públicas cerraron por una huelga docente que reclama que les paguen sus salarios durante el verano por la amenaza de falta de fondos, reclamo que se replica en Chicago y en otras ciudades; en abril, 40.000 trabajadores de la firma tecnológica Verizon realizaron huelga y se movilizaron en pleno centro de Nueva York contra despidos y tercerización de servicios.
La agudización de la lucha de clases en el corazón del capitalismo mundial (lo mismo que ocurre en Francia y Alemania) agudiza la crisis estructural capitalista. Ya no solamente el sistema explota y expolia en la periferia disfrazando la explotación y la expoliación en sus países centrales. Y ya tampoco los pueblos esperan.