Si hay algo que no pierde la burguesía es su capacidad para realizar negocios, incluso en las situaciones más críticas que le podría tocar vivir.
Cuando la lucidez de Carlos Marx parió la idea de que «el último burgués vendería a su verdugo la soga con la que sería ahorcado», no sólo estaba expresando la irracionalidad de la clase dominante; en la misma idea queda implícita, además, su capacidad de hacer negocios, incluso, al pie del patíbulo.
El paralelismo que puede hacerse con la situación actual en nuestro país, encaja como un guante en la mano. Haciendo extraordinarios negocios, la burguesía monopolista marcha rauda hacia la profundización de su crisis política y estructural del propio capitalismo que tenemos que destruir.
Muchos sectores políticos medrosos (el oportunismo y el reformismo), interpretan esa capacidad de hacer negocios como fortaleza política para la dominación. De allí, salen a agitar las banderas de la defensa y de la resistencia, haciéndose eco de las afirmaciones de la propia burguesía monopolista blandiendo la bandera de la crisis económica, las dificultades para la producción, la falta de inversiones, etc., ¡Como si esos problemas nunca hubieran existido en el sistema capitalista!, «olvidándose», a propósito, que son los mismos problemas que los gobiernos de toda la historia desde finales del siglo XIX, durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, han dicho que vienen a solucionar. Argumentos que utiliza hasta el hartazgo la clase dominante para mentir, confundir y poder así hacer negocios, lesionando seriamente las vidas de la población laboriosa.
Sobre estos argumentos se erigen las políticas de ajuste para el pueblo que está aplicando la oligarquía financiera con su gobierno de turno, y que tienen como fin la disminución de la masa salarial y la reducción de los recursos estatales para, lo que ellos consideran, gastos tales como los ítems de jubilaciones, educación pública, salud pública, beneficios sociales para los trabajadores y el pueblo, etc. A la vez que se aumentan los subsidios, chanchullos y desvíos o asignación de fondos para la ejecución de los negocios burgueses monopolistas.
Desde una posición de clases se advierte con claridad la gran mentira de las baterías argumentales, a partir de las propias decisiones políticas que se toman desde el Estado. ¿Cómo se explica que para combatir el déficit fiscal se disminuyan y eliminen retenciones al agro, a las mineras, se subsidie el precio del petróleo llevando el valor del mismo a más del doble de lo que cuesta a nivel internacional? ¿No son estos ejemplos contradictorios con las argumentaciones que aseguran que el país está quebrado?
¿Cómo se sostiene que hay que ajustar para que vengan capitales cuando los capitales han acudido ansiosos y no sólo han prestado los US$ 15.000 millones sino que, además, han ofrecido invertir un valor cuatro veces más grande? Es que a cambio se les ha beneficiado con una tasa de interés promedio de 7,5%, cuando la tasa promedio mundial es de 1,7%. También se paga 38% de interés por cada lámina de letras LEBAC que el Estado emite, y todas han sido adquiridas por capitales deseosos y ansiosos de invertir en semejante negocio. Es que el terreno para atraer capitales no hay que prepararlo, pues ya se ha preparado durante los años pasados, ahora sólo se dio la vuelta de tuerca necesaria que este gobierno (cualesquiera fueran sus funcionarios) debía dar para el sostenimiento de las ganancias monopolistas.
Todas estas medidas, contrarias a la disminución del déficit fiscal, aumentan los negocios actuales y a futuro de la burguesía monopolista, y pueden aplicarse sobre la base material de una importante producción en relación a las potencialidades del país. Ahora, ¿esto quiere decir que el país dejado por el gobierno anterior era muy bueno?
La misma realidad de las masas y nuestra firme concepción de clases, nos demuestran enfáticamente que lo que dejó el gobierno anterior era bueno para la burguesía monopolista y muy malo para los ingresos de los trabajadores y la situación del pueblo laborioso; y que, para que siguiera siendo muy bueno para la clase dominante, el gobierno actual debía realizar las medidas que se están implementando para el achicamiento de los ingresos salariales y recursos destinados a la población laboriosa, que es lo que ellos llaman costo país.
Es una burda mentira decir que se está preparando el terreno para la llegada de capitales que, en el segundo semestre del año, solucionarían las angustias y padecimientos del pueblo. Los capitales estaban y otros vinieron para hacer lo que siempre hacen: reproducir sus ganancias exorbitantes y ajustar salarios, condiciones de trabajo e ingresos para la población en general. Ningún capital se invierte para beneficio popular. El motivo de la inversión es la ganancia y ella se obtiene a costa de las condiciones de vida del trabajador y del pueblo en general.
Pero al tiempo que despliegan esa elevada capacidad para realizar negocios, los burgueses monopolistas y su gobierno profundizan su crisis política y su incapacidad cada vez mayor para embaucar a las masas de trabajadores y el pueblo que, por su parte, les ofrece batalla para conquistar lo que por derecho humano y de clase les pertenece, desoyendo los atribulados gritos del oportunismo y el reformismo que llaman a «resistir» y a «defender lo poco que nos dejan».
Estamos viviendo un proceso de elevación y generalización de las luchas que, de ser reivindicativas, sectoriales y acotadas a cuestiones puntuales, se están transformando en luchas políticas y de cuestionamiento generalizado, no sólo al gobierno sino que en las mismas anida el germen de la crítica al sistema.