Se ha impuesto en el discurso político la definición de izquierda y derecha para calificar a las fuerzas revolucionarias y a las fuerzas de la reacción. De esta manera, la ideología dominante busca despojar de todo carácter de clase las categorías políticas.
Si el enemigo deja de ser la burguesía, para pasar a ser una derecha genérica por lo que entonces dentro de la izquierda se engloba a toda aquella expresión que se oponga a esa derecha, incluidas las fuerzas de la burguesía; si el enemigo es la derecha, la política independiente de la clase obrera no tiene razón de ser; sólo debe limitarse a encontrar, en cada momento del proceso de la lucha de clases, a qué facción burguesa seguir para combatir a la supuesta derecha.
Veamos entonces que lo que la ideología burguesa persigue es liquidar la concepción clasista en el terreno de la política del proletariado, dado que éste debe terminar siempre por buscar a qué burgués “menos malo” apoyar dejando de lado definitivamente la lucha contra toda la clase burguesa.
Dejar de lado la lucha contra la burguesía tiene como correlato inmediato dejar de lado la lucha por el poder político para la clase obrera y el pueblo. Así se completa el cuadro perfecto para que la burguesía siga adelante con su dominación.
Pero debemos decir que estas teorías tan en boga en la actualidad no son nuevas. Su antecedente histórico inmediato es la política adoptada por los partidos comunistas a mediados del siglo pasado que, guiados por las orientaciones del PC soviético, dejaron para mejor momento la lucha por el poder y buscaron alianzas con fuerzas burguesas “nacionales” para realizar las transformaciones que “permitieran” el paso al socialismo, que en definitiva nunca llegaría. Pruebas al canto; en pleno siglo XXI sigue la afanosa búsqueda de la “burguesía nacional”. La que no existía hace sesenta años ni tampoco existe ahora.
América latina, producto de las insurrecciones populares que obligaron a la oligarquía financiera a buscar cambios que mantuvieran intacta su dominación clasista, es escenario predilecto de estas nuevas/viejas teorías. Capitalismo andino, capitalismo con orientación nacional, capitalismo serio (como lo definiera Néstor Kirchner en nuestro país), socialismo del siglo XXI, son todos ejemplos de lo que afirmamos. Todos sirvieron para seguir la afanosa búsqueda de las fuerzas de “izquierda” para cambiar sin que nada cambie; las mismas fuerzas que hoy se rasgan las vestiduras ante el retroceso de los gobiernos “progresistas” en la región.
Nunca más vigente la clarísima definición del Che Guevara: “Revolución socialista o caricatura de revolución”.
Esta máxima guevarista, seguida por una pléyade de revolucionarios en las décadas del 60 y 70, pone en el centro de la lucha revolucionaria el tema del poder, la concepción clasista de la revolución y la vigencia del socialismo y el comunismo como alternativa real al capitalismo en todas sus variantes. Porque la revolución socialista está definida, fundamentalmente, por la toma del poder por las fuerzas obreras y populares y no por compartir el poder con vaya a saber qué sector de la burguesía. Probado está que la burguesía no comparte el poder; lo defiende a como dé lugar y, en ese camino, le da aire a todo el cacareo reformista y populista que está tan en boga.
La toma del poder implica barrer con el Estado burgués en todas sus manifestaciones, nunca en reformarlo o adecuarlo a condiciones antimaterialistas y ahistóricas.
Las fuerzas revolucionarias somos intransigentes en estos conceptos y principios. Lo contrario sería mentir a las masas y llevarlas por caminos destinados al fracaso y a alargar los sufrimientos y padecimientos a los que nos condena el sistema capitalista.