El capitalismo es un régimen socio económico que por medio de la explotación del trabajo ajeno, no sólo expropia la producción creada socialmente, sino que ha desarrollado un sistema político en función del sostenimiento de dicho régimen. El sistema político que brota de la explotación del capital, tiene como premisas materiales la existencia de una inmensa masa de obreros libres despojados de sus medios de vida propios y solo dueños de su fuerza de trabajo que alquilan por períodos determinados al capital. A la vez, el capitalismo concentra en manos de los monopolios los medios de producción y la determinación de éstos de qué se produce, cuánto se produce y cómo se produce. Sobre la base de la compraventa de la fuerza de trabajo, la explotación y la producción para la ganancia se desenvuelven la situación política y social, cuyas consecuencias se expresan en las condiciones de vida de millones y se traduce en la destrucción del ser humano y la naturaleza.
El régimen político que se asienta sobre estas condiciones materiales, no puede ser otro que aquel que busque preservarlas y sostenerlas en el tiempo, en función de sostener la ganancia capitalista y profundizar la explotación de la clase obrera y la inmensa masa asalariada de nuestro pueblo.
El Estado (instrumento de dominación de un clase por otra), con su gobierno de turno, su sistema parlamentario y su sistema judicial que garantiza el derecho del capital a usufructuar la fuerza de trabajo ajena en beneficio del los monopolios (es decir, a transformar la producción social en propiedad privada del capital) tiene su expresión política en la llamada democracia representativa.
El Estado en manos de los monopolios que hoy conocemos, es la expresión más cabal de la representatividad que el capital a logrado en función de sus intereses de clase. Es un instrumento de los monopolios, por y para los intereses monopolistas. Más allá de las áridas disputas de facciones que anidan en su seno para sacarse las ganancias unos a otros, el Estado es un instrumento de la explotación y su sostenimiento, y del conjunto de las políticas en función de las ganancias de los monopolios.
Por lo tanto ¿de qué sistema democrático estaríamos hablando? ¿Acaso las contradicciones que saltan a la vista de todo el mundo no cuentan para caracterizar el sistema político? Para el reformismo y el populismo, no. Para sus ideólogos, una cosa es la democracia capitalista y otra el régimen de producción y explotación capitalista. Entre ambas condiciones no hay relaciones materiales estrechas, por el contrario son realidades “paralelas” que no tienen puntos de contacto y así lo hacen saber gastando toneladas de escritos cotidianos que aparentan profundidad pero, que en el fondo no hacen más que defender a su modo el sistema de explotación y la esclavitud asalariada.
Según su concepción –que no deja de ser idealista y burguesa- entre el modo de producción y distribución de lo producido y la superestructura (o sea, entre la vida practica del sistema social derivado de ella y la representación política) no hay conexión real. Según esto, los gobiernos no son expresión de la crisis política producto de la lucha de clases. Sino expresión de las ideas políticas incomprendidas de los pueblos.
Cada cambio en la superestructura es un resultado derivado de las condiciones de lucha por transformar esta realidad de vida en la base social. Pero como el reformismo no ve en la acción de los trabajadores y el pueblo nada más que sujetos accesorios del proceso histórico, sin conciencia social, consideran cada cambio superestructural un producto de su involución, de la incomprensión de sus propias condiciones de vida.
Para estos señores, la lucha de clases es un misterio inexpugnable. Para ellos la virtud de las instituciones de la democracia capitalista es lo principal y la acción de los pueblos es el derivado o resultado de ella. No ven en la democracia directa -con su carácter ejecutivo y decisorio a la vez- una superación de la democracia capitalista; como tampoco ven en la desconfianza a las instituciones del Estado una acción positiva revolucionaria y con ello un cuestionamiento tácito al capitalismo.
Plantean la democracia por un lado y al capitalismo por otro. Para ellos la muchedumbre es la democracia y el capitalismo es lo que la muchedumbre debe aceptar porque es así. Ellos en su demagógica subestimación, obran por honor a la muchedumbre pero en función del capitalismo.
La lucha de clases (cada vez más aguda y tenaz) marca el pulso de la historia presente. La sujeción del Estado a los intereses de los monopolios entrelazados mundialmente, globalizados, se ve seriamente acosada por decirlo así, por la lucha de clases, que al atacar y embestir contra sus políticas en cada país en particular, ataca por consecuencia el entretejido de intereses monopolistas mundiales. Los mismos que se ven afectados cada día mas, conformando un cuadro que refleja la incapacidad del capital en atemperar este estado de cosas.
En estas condiciones, el reformismo y el populismo como parte de la política burguesa de engaño y sumisión a un régimen caduco en plena bancarrota política, insisten en volver a tiempos remotos la historia. Son los verdaderos involucionados, los reaccionarios de siempre.