Los pueblos, como los grandes torrentes de agua, siempre buscan su curso. A veces, algunos trayectos se hacen más lentos, en otros más rápidos, se forman remansos o corrientes, estrechas y veloces. Otros, profundos y caudalosos, ríos llenos de vida y plenitud.
Así ha transcurrido y transcurre la historia de la humanidad, plagada de accidentes pero en un constante movimiento, cuya fuerza motriz es la lucha de clases. Así ha transcurrido y transcurre la historia de nuestra clase obrera, plagada de tenacidad, heroísmo y caracterizada por su rebeldía. Aquellos trabajadores (abuelos de muchos de nosotros), expulsados y desterrados de la vieja Europa por rebeldes y revolucionarios, fueron llegando a nuestro país desde el inicio del siglo pasado y le dieron a la clase obrera argentina un sello indeleble: su preciada mano de obra, la lucha y sus ansias de libertad.
La burguesía nunca perdió de vista esto y sus políticas siempre lo tienen en cuenta. Por eso utiliza todo lo que tiene a mano tratando de desvirtuar, dividir, corromper, aplacar y aplastar, cualquier intento serio para que su oponente antagónico histórico no avance. Y ahí aparece la clase obrera insistiendo una y mil veces, recuperando fuerzas y atacando, replegándose y de vuelta a la carga. Lo que la llevó a forjarse en años y años de experiencia, llegando hoy a un estadío de conciencia muy importante.
Este proletariado está a las puertas de una situación de ofensiva y con un elemento extraordinario y excluyente desde el punto de vista de la lucha de clases. Primero, el descreimiento total a todo lo que viene del sistema y sus «bondades» (lo que a su vez es un hecho masivo). Segundo, y producto de esto, la vanguardia que está surgiendo es muchísimo más amplia que en otros períodos históricos, de masas. Las formas de producción actuales le dan un mayor nivel de socialización al conjunto social, un nivel tan colectivo que choca abiertamente con el caudillismo y es rechazado todo lo que viene de arriba hacia abajo. El producto terminado lo hacemos entre todos.
Entre otros, este es un factor que deja hoy al desnudo mecanismos de organización sindical que no se corresponden con el nivel de lucha y conciencia adquirido, ni con la sociabilización de la producción. Los trabajadores perciben, sienten, saben, que ese antiguo carruaje con el cual transitaba su organización no sirve; con prácticas netamente superestructurales que se da en el terreno de la burguesía, y son ajenas a la clase obrera.
Inclusive hasta la propia burguesía muestra la hilacha cuando por primera vez en décadas admite con un fallo de la Corte la existencia de organizaciones obreras por fuera de los gremios.
Hoy la situación está cambiando. La burguesía monopólica sigue teniendo tremendos negocios, y es desaforada la necesidad de extraer plusvalía en este nuevo ciclo, es cierto, pero la extorsión y el chantaje no inhiben a los trabajadores transitar un nuevo camino de lucha.
Y el mismo conlleva un gran desafío: que tenga un contenido revolucionario. La organización y la unidad para nuestra clase son de primordial importancia, pues es lo que le da confianza en sí misma. No es suficiente la organización de la vanguardia, hay que llevar a cabo acciones y políticas que favorezcan formas de organización donde estén involucrados la mayor cantidad de compañeros de la fábrica, diferentes instancias de organización política de masas. Está claro que las herramientas de los trabajadores deben partir de la democracia directa. Al pié de la máquina, en el sector, en el resto de la fábrica y en el parque industrial. Debemos tener en cuenta todos estos aspectos. Y debemos correr de las filas de la clase obrera a los delegados burócratas y a sus comisiones internas; hay que reconquistarlas para los intereses obreros, no pueden estar en manos de la burguesía.
Y las “negociaciones” son con la asamblea, los conflictos se ganan así. Las decisiones las debe tomar el proletariado movilizado y no un “grupito esclarecido” al que el resto de los trabajadores debe acompañar. La defensa de este principio hará que como clase comencemos a mandar dentro de la fábrica.
Con este concepto y con este criterio de organización, lograremos que cada trabajador tenga un acceso inmediato y un canal de participación directo, tanto en la decisión como en la ejecución de las medidas que se emprendan. Garantía que ratifica una representación genuina de la mayoría de los trabajadores y que es imprescindible institucionalizarla en el sentido revolucionario, como un pilar central en la construcción del poder de la clase obrera.
Hay que dar batallas diarias, que tenemos que apuntar a ganar todos los días. En lo reivindicativo, en lo político, en lo ideológico, la contienda es golpe por golpe; nosotros desde una posición de ofensiva y ellos desde la defensiva.
Las nuevas organizaciones que necesita la clase obrera son un puente y una herramienta material para acumular, unificar y foguear a la clase. Sin estas organizaciones y sin una organización revolucionaria en ellas, dar pasos efectivos y duraderos será más difícil. Debemos garantizar el peso de las mayorías para que la lucha de clases se vuelque, en cada momento, a favor del triunfo popular.