Los grandes hechos históricos políticos más sobresalientes y destacados que se instalaron como referencia desde la República Argentina, y con ello la consolidación de una sociedad capitalista en nuestro país, los produjo nuestra clase obrera, reafirmando contundentemente aquella famosa frase de Carlos Marx de que el motor de la Historia es la lucha de clases.
Desde la composición de nuestro proletariado y sus orígenes, con una influencia ideológica muy fuerte de las expresiones y experiencias de la clase obrera europea, pues la mayoría de los obreros de oficio eran inmigrantes europeos, muchos de ellos expulsados de sus países por anarquistas o socialistas; hasta hechos como la Semana Trágica, el 17 de Octubre, el Cordobazo, y todo lo que significó la lucha política de la clase obrera en los ’60/’70, así como las huelgas durante la última dictadura militar y la caída de la dictadura, tuvieron como actor protagónico al proletariado argentino.
Lo destacado de estos extraordinarios sucesos no sólo fueron sus actores sino su impronta, pues lo que siempre se trata de esconder es que todos estos hechos estuvieron rodeados de miles y miles de experiencias huelguísticas o insurreccionales que nacieron desde el seno de los establecimientos y las fábricas con total independencia legal y orgánica de la burguesía y sus sirvientes de turno. Es decir, la legalidad que consiguieron se las dio la masividad, y lo “orgánico” fue impulsado por vanguardias, a las que la Historia les dio tal lugar por ser lo más avanzado al poner por delante los intereses de la clase obrera por fuera de toda imposición de la burguesía y por interpretar que era determinante actuar en bloque como clase.
Hoy nos encontramos en un momento histórico sumamente rico en cuanto a la complejidad con que se expresa la lucha de clases, con una burguesía que se debate entre “la vida y la muerte” de sus contradicciones como sistema social de vida, donde por un lado necesitan aumentar la súper explotación en una carrera enloquecida y anárquica en el proceso de concentración económica para la obtención cada vez mayor de ganancias; y por el otro lado, una socialización de la producción que le terminó aportando a su enemigo estratégico, el proletariado, una base material mucho más perfecta en su forma de organización.
Esto coloca a la clase obrera en extraordinarias condiciones de poder como clase revolucionaria, para conducir a todo el resto del pueblo a la edificación de una nueva sociedad superadora de todas las experiencias conocidas hasta ahora por la Humanidad.
Tal contradicción insalvable determina que no puede prosperar otra salida que no sea la revolución, salvo la resistencia de la burguesía monopólica que apela y apelará a todos los recursos de dominación con tal de prolongar su agónico derrotero.
En tal práctica socializante de la producción, que ya ha generado una conciencia social simplemente por su práctica, es determinante que los revolucionarios concentremos todo el esfuerzo en hacerlo consciente políticamente, donde la única forma (y como parte del proyecto revolucionario) es que se traduzca en organización de masas para la lucha, donde tal implementación debe ir acorde monolíticamente con estas prácticas de la producción. Es decir, al orden industrial impuesto le corresponden, como contrapartida, formas de organización y metodologías congruentes con la producción más avanzada. En este aparente gran dilema es donde se comienzan a dividir las aguas de lo revolucionario y lo reaccionario, de lo revolucionario y el reformismo, de la lucha revolucionaria y la lucha económica.
Por ello, cuando hablamos de la organización de la clase obrera, en el terreno sindical nos suena tan antiguo como retrasado el término porque esencialmente de lo viejo del sindicalismo (por decirlo de algún modo refiriéndonos del pasado hasta nuestros días) lo preponderante hoy es todo lo peor en contra de los intereses de la clase obrera, salvo raras excepciones. Es la elite, son las decisiones de pequeños grupos que en una cúpula resuelven a las espaldas de las masas de trabajadores, donde la impronta es hacer de la herramienta de masas un apéndice del partido político, o de los intereses de una estructura cuyo fin en sí mismo es ayudar a los negocios de la burguesía.
Este fenómeno, tenga el tinte o el matiz que tenga, en realidad intenta frenar y retrasar el surgimiento de un nuevo movimiento obrero revolucionario que puja desde lo más amplio, y a la vez profundo, desde las más amplias masas proletarias. Esta situación pone en blanco sobre negro la imperiosa necesidad del origen de herramientas de organización de masas de la clase obrera, en consonancia con lo mejor de las experiencias históricas de nuestro proletariado y las nuevas improntas y necesidades.
Desde esa base es que debemos pararnos para avanzar. Lo nuevo nace sobre las espaldas de las experiencias pasadas y toda su riqueza, pero debe traer el sello de lo nuevo, donde el objetivo esencial es que la organización tenga un profundo enraizamiento en las masas.
No estamos hablando de liderazgos solamente, estamos hablando de organización de masas, donde todo el estado deliberativo reinante encuentre en dónde expresarse y condensarse en resoluciones concretas para determinar acciones colectivas que, en definitiva, desnuden, sin leer entre líneas, el real estado de ánimo y disposición. Para ello es fundamental, métodos y formas de organización acordes con tal objetivo.
Debemos partir de que el objetivo a alcanzar es la ASAMBLEA. Pero un estado asambleario implica todo un entramado organizativo en las masas, que no se puede reducir al llamado de reunión donde los delegados o los dirigentes opinan…y a votar.
Para comenzar, por ejemplo, una fábrica o establecimiento de 1.000 trabajadores hoy, tiene como mucho 15 delegados (pueden ser menos o más, pero no pasa de esa cantidad). Ahora bien, los 1.000 trabajadores están repartidos en 20, 40 ó más sectores de trabajo; lo cual hace, primero, que los 15 delegados (siendo buena gente, pongámosle) estén haciendo el recorrido por toda la fábrica pero no conviven ni con la producción ni con la discusión al pie de la máquina, ni con nada. Y aparece a los ojos de los trabajadores la organización como algo que está allá arriba donde nadie controla nada.
Ahora bien, si cada sector de la fábrica, así sea de 5 obreros en más tiene 2 delegados elegidos (y esto proporcional a la cantidad de trabajadores del sector) tendríamos un fenómeno inequívoco: primero, de 15 delegados se pasaría a 200 o más, lo cual ya hace que la organización de la fábrica sea amplia y profunda, pues todo el mundo conoce mejor los problemas, y participa con sus opiniones.
Donde el delegado convive las 9 o 12 hs. de trabajo con sus compañeros; éstos controlan y saben lo que sucede en toda la fábrica, al tiempo que toda la fábrica sabe lo que ahí se opina y se siente, donde incluso pueden ser rotativos o revocables en el sector sin intermediario alguno.
Siguiendo con el ejemplo, los 200 delegados necesariamente tienen que tener un lugar donde funcionen tan solo una vez a la semana, o quincenalmente, o cuando lo requiera una urgencia, lo que hará que la fluidez y certeza de la transmisión no tenga margen a nada por fuera del pensamiento y voluntad de todos los trabajadores.
Si a esto le sumamos la extraordinaria intercomunicación que existe, producto de la tecnología y las redes sociales, terminamos de completar un verdadero ámbito de debate. Ahí sí la asamblea general no es una formalidad de unos pocos burócratas, o producto de un rosqueo que confunde, divide y desarma a las masas pues todo ello le resulta ajeno, donde todos terminan dándole la espalda a cualquier iniciativa por más justa que sea.
Muy por el contrario, cuando surgen las iniciativas en una organización amplia, la masividad está garantizada; las masas la sienten como propia, y con ello el margen de error ante una decisión en un conflicto (ya sea en la fábrica o de carácter zonal o nacional) se reducirá a la nada; y si los hay, la capacidad de revertir será más efectiva. Reemplazar así la voluntad y opinión de los trabajadores se torna imposible.
La resolución de estos pasos es de un carácter netamente político: la plena confianza en la capacidad organizativa de las masas; para lo cual es necesario conquistar los cuerpos de delegados y las comisiones internas; es imprescindible sacar de las filas de los trabajadores a estos enclaves que nos pusieron políticas nefastas, ya sean de la burguesía o sean del reformismo. Nos referimos a la burocracia en el seno de la fábrica, que reducen la organización de masas de la clase obrera a un pequeño grupo.
Estas tareas son parte determinante en la lucha por las conquistas de los derechos políticos de los trabajadores. Este tipo de organización no se puede llevar adelante si no es partiendo de una política independiente de la burguesía y su institucionalidad. Es ganar la legalidad en las fábricas. Habrá 15 delegados “legales” pero eso no impide que desde ahí hasta el último rincón de la fábrica exista un entramado organizativo y la implementación de este tipo de organización.
Otro aspecto determinante y que transita en simultáneo partiendo de las ideas mencionadas, donde surge lo sindical como parte de una propuesta política, de una resolución política como anunciáramos más arriba, está en el impulso y la construcción de un movimiento sindical de base, revolucionario, nacional. La unidad con otros frentes, donde habrá que dar muchas batallas políticas, esencialmente en las metodologías que hagan de la democracia directa y la masividad las llaves claves que quiebren la correlación de fuerzas del enemigo. Pues la debilidad de la burguesía no está en condiciones de tolerar la masividad, aspecto central donde las masas también deben ser conscientes: de su propia fuerza cuando se expresan en masividad. Puesta a rodar, esta concepción que se condensa desde la experiencia en los frentes fabriles, los trasciende. En su forma, en su contenido, en su movilidad, en su impronta, en sus metodologías, incidirá en TODO EL MOVIMIENTO DE MASAS en cada barrio, en cada universidad, en cada lugar de trabajo político, sea cual fuese.
La pregunta que surge indefectiblemente es qué papel juega y cuál es la relación de los revolucionarios en el impulso y construcción de las organizaciones de masas de las clase obrera, más específicamente en el terreno sindical. No es que conquistadas las comisiones internas, después construiremos el Partido revolucionario; o cuando tengamos el Partido revolucionario bien armado nos damos la tarea de conquistar el cuerpo de delegados… Ambos transitan por dos carriles paralelos que no se tocan, pero son como las vías de un tren: un necesita de lo otra, van en la misma dirección, sufriendo los mismos accidentes naturales en el transitar de la lucha de clases, aunque solamente el Partido y su proyecto revolucionario, con el militante en el seno de un frente, es el puntapié fundamental de todo este proceso, para colocar las cosas en su lugar.
El Partido revolucionario orienta hacia la revolución. Incluso un dirigente obrero revolucionario cuando se gana el corazón de las masas, pasa a constituirse en el principal tribuno político; y el Partido, como el factor fundamental en la organización de la revolución.
Organizar es en todos los planos, y en una empresa se necesita tener una política de construcción, de organización de masas, en las masas; lo cual nos lleva a la lucha política en lo particular (lo local) y así hacia las políticas nacionales.
No se puede comprender el fenómeno de la revolución sin embarrarse en las problemáticas esenciales de la organización y reivindicaciones de las masas.