Cuando la Humanidad vive una época en la que está en juego su propia supervivencia, los caminos a recorrer para evitar el desastre merecen un debate franco y abierto. Nunca como hoy nos hemos encontrado los seres humanos y la naturaleza en semejante emergencia; la crisis estructural capitalista en su etapa más reaccionaria y decadente amenaza con “llevarse puesto” al planeta entero.
Todos los días mueren y sufren millones de personas en el mundo producto de las guerras, terrorismos inventados, la explotación y el hambre. Un diagnóstico que muy pocos se atreven a refutar y que obliga a debatir abiertamente por dónde pasa la salida.
En primer lugar, y como lo venimos sosteniendo en nuestras notas y análisis, debemos identificar al enemigo que debemos enfrentar. La burguesía monopolista que sostiene el sistema capitalista como modo de producción y organización de la sociedad es el enemigo a combatir; y esto vale para todas las variantes del mismo. Como lo decimos siempre, no podemos perder tiempo y esfuerzos en intentar identificar un sector capitalista al que le podamos “pedir” que se haga cargo de la situación. Que de pronto, deje de lado su carácter intrínsecamente explotador y rapaz para ofrecer una salida humanitaria. La oligarquía financiera mundial vive una guerra cotidiana entre sí para el logro de mercados y negocios en los que las vidas humanas valen nada al lado de una mercancía cualquiera; en todo caso, valen si son capaces de consumir las mercancías y baratijas que el consumismo nos impone cotidianamente. Ni más ni menos que eso.
Del otro lado estamos los trabajadores y pueblos del mundo que venimos sufriendo los embates del capital monopolista contra los derechos y conquistas que tanto costaron conseguirse. Ese ataque a las condiciones de vida es sistemático dado que con ello se juega el mantenimiento de la tasa de ganancia que atraviesa un inexorable decrecimiento.
La rebelión de los pueblos del mundo es innegable. Surcan luchas por todo el planeta en contra de las políticas imperialistas y sus consecuencias; a este proceso, se suma la irrupción decidida de la clase obrera en experiencias como la de Francia que, sin lugar a dudas, tendrá efectos y consecuencias en el tablero de la lucha de clases mundial.
Pero todavía no se muestran claros los caminos a recorrer para terminar definitivamente con la infamia capitalista.
Y aquí somos abiertamente intransigentes: todo rumbo que se intente tratando de “corregir” lo incorregible que es el sistema de vida que nos ofrece el capitalismo va hacia un fracaso rotundo. Pretender solucionar la crisis dela Humanidadprovocada por el capitalismo con más capitalismo, detrás de una ilusoria voluntad reformista, es contribuir a alargar el sufrimiento las masas populares.
El capitalismo funciona como el asesino que nos tiene apuntados con un arma en la sien y todavía hay algunos que sostienen que es posible convencer al asesino de perdonarnos la vida y que, además, descargue el arma y se someta a convivir pacíficamente con nosotros.
Esta estrategia, que ya ha mostrado su fracaso en innumerables experiencias en la historia de la lucha de clases mundial, intenta cobrar vigor sosteniendo que no es época de revoluciones porque las masas no están dispuestas a ello. Estas concepciones, además de una enorme subestimación de los pueblos, persigue que la política sea sólo lo posible mientras se le endilga al pueblo “no querer” cambios profundos. Una perfecta combinación de cobardía y cinismo. Entonces terminan proponiéndose como los gestores de un alargamiento del capitalismo con el consiguiente sufrimiento y padecimiento para los explotados y sometidos.
Las épocas de revoluciones no se dictan por leyes o decretos. Las mismas son producto del desarrollo de la lucha de las clases y, fundamentalmente, de la difusión y acción revolucionarias, de la construcción de una política que se proponga la lucha por el poder y el socialismo. Sin ello nunca habrá épocas revolucionarias y nunca se podrá arremeter a fondo contra el capitalismo para derrotarlo y no para humanizarlo.
La salida está en el protagonismo de los pueblos con una clara estrategia de cambio revolucionario. Para ello es indispensable que la estrategia de una revolución social sea planteada abiertamente como salida concreta a los problemas de los pueblos. Y en esta tarea los revolucionarios no podemos esperar momentos más o menos “propicios”, sino ser consecuentes con la lucha revolucionaria abierta contra el capitalismo en todas sus variantes.