En una noticia perdida de un diario de tirada nacional aparece en escena el viejo -y a la vez actualizado- “trolebús” que circula en algunas importantes ciudades de nuestro país.
No más detalles salvo “uno” y no por casualidad: que la empresa está capacitada para hacerlo en nuestro territorio salvo el componente fundamental que es la batería.
El jueves 7 de Julio pasado en el diario el Cronista la cosa toma «cuerpo y alma”.
La empresa Roggio se pone la camiseta de “argentina” y recoge el guante “patrióticamente”.
En principio hará 400 troles pero con el aporte inestimable de una empresa rusa especializada en la exportación de éstos medios de transporte. Amén de los subsidios del Estado, por supuesto.
Los argumentos son consistentes: “muy bueno para el medio ambiente”, “muy bueno para el Hombre” y desde ya, muy bueno para los bolsillos ideados para embolsar desde un gran negocio como es el Metrobus, ya que el condicionamiento es que estos nuevos medios de transporte marchen orgullosos por esas vías.
Quizás una revolución socialista, la que impulsamos, en sus inicios tomaría medidas similares para paliar el caos, son temas muy grandes para desechar por el solo hecho de que hoy sean un negocio.
Pero de ninguna manera una revolución social atacaría los problemas por las consecuencias, en todo caso en forma inmediata iría a las causas de tal anarquía que se produce en el transporte colectivo.
En la noticia nada se dice del costo cotidiano al bolsillo del pueblo, tampoco se menciona las largas colas que hay que soportar para trasladarse al puesto de trabajo o de estudio, mucho menos de las condiciones en que se viaja.
Ni una palabra al desbarajuste que provoca la anarquía de la producción capitalista para montar gigantescos movimientos, en donde familias enteras se trasladan cotidianamente usando sus propias viviendas como dormitorios, con extenuantes horas de trabajo y además viajando como ganado.
400 troles son un negociado que pagaremos todos, podrá ser un “aliviador» del dolor por poco tiempo; es como el ir construyendo autopistas por pisos para drenar el tránsito.
Hay que atacar las causas que provocan tanto dolor y en ello va la idea de que para el capitalismo el trabajador es una mercancía más y como tal, lo único que interesa, es que pueda llegar al lugar de trabajo como sea y para ellos lo que está en juego es eso, la productividad.
Para una revolución social la productividad está indisolublemente pegada al interés del Hombre y en nuestro país es justamente ese Hombre que produce y trabaja, es esa gran mayoría de la población quien debe decidir qué se debe producir y que no.
Cuando ello sucede, cuando comienza ese proceso lo que se produce es bienes de uso o productos para cubrir las necesidades del ser humano, y como tal el Hombre deja de ser mercancía, es decir el Hombre comienza a producir lo que necesita para vivir… y comienza un período para dejar de ser esclavo de lo que produce.
La planificación aparecerá en escena y los negociados como los de los Roggio y sus homónimos rusos desaparecerán, porque en el proceso de inicio de la revolución los medios de producción pasan a manos del pueblo organizado en democracia directa.
Desde ésta concepción -en donde el negocio deja de ser protagonista- y el Hombre y la naturaleza la pasan a dominar, seguramente que el transporte colectivo tendrá una infraestructura radicalmente opuesta a respuestas como las de ahora, que por “aliviadoras” que aparezcan seguirán por un camino sin salida.
Cuando el Hombre comienza a producir para sus necesidades y alcanza el producto que hace, la calidad del mismo es superior y a la vez la productividad se elevará, permitiendo al Hombre hacer uso del goce, del descanso y de una vida digna. El trabajo y el traslado a él será liberador.
Ni Los Roggio, ni sus socios, ni los “grandes inversores prometidos” por el gobierno atacarán las causas de degradación social que produce el sistema capitalista. Para ellos todo es negocio, para la revolución todo es el Hombre y su relación con la naturaleza.