El Estado ha alcanzado en el presente su máxima expresión como instrumento al entero servicio de la oligarquía financiera y los monopolios. En concordancia con la globalización y dominación a escala planetaria del capital, con el agudo proceso de concentración, con el desarrollo de guerras intermonopolistas y los grandes negocios multinacionales, con las políticas más decididas por las rebajas salariales a escalas globales, y abiertamente inhumanas para profundizar la superexplotación de millones de obreros y los pueblos del mundo. El Estado, en función de sostener estas y otras tantas condiciones más, como es la constante presión ideológica sobre la imposibilidad de cambiar este régimen social, al mismo tiempo, son condiciones para sostener el sistema capitalista.
No es un instrumento por arriba de la sociedad, para oficiar de mediador entre las demandas políticas y económicas de los trabajadores y el pueblo contra la clase capitalista que monopoliza y domina la producción, el comercio y la distribución de lo producido.
Por el contrario, es un instrumento de los monopolios, del capital monopolista, para sostener su régimen de explotación independientemente que frente a una lucha salarial se vean obligados a ceder frente a la acción de los obreros.
La conciliación obligatoria, tan profusamente utilizada en estos últimos tiempos en nuestro país, justifica a cada paso el carácter de clase del Estado. En función de garantizar a los monopolios no sólo una tregua a la acción de los trabajadores en lucha que los acorrala, sino que sus intereses no se vean afectados por el conflicto. Y todo esto sobre la base de la legislación burguesa, es decir, la legislación y las leyes que ellos mismos han reglamentado para obtener garantías, políticas, jurídicas, económicas y represivas para que el Estado como instrumento de sus intereses obre como tal: un órgano de dominación de una clase por otra.
En el mundo, este instrumento que es el Estado capitalista y sus instituciones, están cuestionados y muy seriamente. La lucha de los trabajadores y los pueblos con sus masivas acciones y movilizaciones los han puesto sobre el banquillo de los acusados. Por ejemplo, la legislación de Estado burgués francés que promueve una reforma laboral que abarca desde la rebaja salarial, cambios en las conquistas sobre las condiciones de trabajo, aumentos de las jornadas, flexibilización de los contratos, etc. y el enfrentamiento masivo en contra de estas medidas reaccionarias promovidas por los monopolios, no sólo pone en evidencia el carácter del Estado sino el cuestionamiento a todo el andamiaje institucional abocado a justificar la superexplotación de la clase obrera.
Este hecho, como tantos otros, a los que la masividad de la lucha hace desenmascarar y que ya lleva varios años, tiende cada vez más a profundizarse y es la causa por la cual el poder está en una encrucijada. No sabiendo cómo responder vuelven una y otra vez a los viejos recetarios, con ideas y visiones carentes de toda credibilidad. Frente a situaciones cada vez más agudas -en referencia a su dominación- sacan a relucir la puja entre dos variantes, como la del capitalismo nacionalista, populismo o el liberalismo político.
La prensa burguesa no se cansa de desplegar en sus medios los acontecimientos electorales de EE.UU., presentando el panorama como la expresión mundial de los dos caminos que hay por delante.
El corto vuelo de estas propuestas, es precisamente la preocupación central del poder, que ve ante sus ojos que pese a detentar el poder, se les escurre como agua entre los dedos la posibilidad de sostener el engaño por tiempo indefinido.
Ni una ni otra cosa escapa al hecho de ser expresión de la desesperación de la oligarquía financiera, ni una ni otra cosa está en condiciones de ofrecer un Estado que no sea lo que hoy enfrentan los pueblos en pos de sus conquistas.