Durante décadas, los gobiernos de turno vienen prometiendo medidas políticas, económicas y sociales que beneficiarán al pueblo. Ninguno ha cumplido y cada vez la situación empeora para quienes constituimos la mayoría de la población al tiempo que los grandes capitales se benefician con mayores ganancias.
Los políticos, comunicadores de la burguesía y miembros conspicuos de dicha clase no se cansan de «proponer» medidas que resolverán los problemas. Así aparecen las propuestas de reducción de costos y déficit fiscal, disminución de las tasas de interés para propiciar la producción, incentivar la producción nacional y provisión del mercado interno, disminuir la inflación, estabilizar la moneda frente al dólar, crear más puestos de trabajo, etc.
Pero resulta que todas y cada una de estas medidas van acompañadas de la disminución de la masa salarial. Entonces nos piden paciencia para mejorar en el futuro. ¡Pero hace décadas y décadas que nos piden paciencia y cada vez estamos peor mientras ellos sí mejoran sus ganancias.
Por su parte las propuestas de la llamada «izquierda» que pretende llenar de diputados y senadores el parlamento, para votar leyes que beneficien a los trabajadores y el pueblo, no hacen más que generar expectativas en que es posible cambiar la sociedad modificando paulatinamente, desde el Estado, el rumbo del capitalismo y encaminarlo hacia un supuesto socialismo. Convencidos de su fin, se lanzan a la búsqueda de voluntades y adherentes reproduciendo sin prejuicios ni límites los mismos métodos espurios de quienes dicen combatir, la burguesía, engañando, tergiversando, utilizando a quienes creen para lograr los cargos y puestos que ansían obtener, logrando una mejor posición económica y política que es su objetivo no confesado.
La revolución no es una idea nacida de mentes superiores o más lúcidas dueñas de la fórmula de un mejor gobierno al servicio del pueblo.
La revolución es el camino al que conduce la lucha de las clases sociales enfrentadas por el capital. Es la lucha de la clase dueña de todos los medios de vida contra la clase que produce todo y que no disfruta de nada y, además, sufre las consecuencias de haber producido más y mejor. Porque en la sociedad capitalista cuando más se produce y mejor se lo hace, cuanto más se avanza en tecnología, mayor producción, etc., más se retrocede respecto de la condición humana, porque se generan condiciones para el desempleo, el achatamiento del salario y las peores condiciones de trabajo y de vida, la generalización de la pobreza y la miseria que es lo que estamos viviendo en estos días con posterioridad a años de crecimiento del producto bruto nacional.
La lucha de clases se desarrolla poder contra poder, fuerza contra fuerza. El poder de la burguesía por un lado, contra el poder de la clase obrera y el pueblo laborioso por el otro.
La burguesía, desde luego, esconde la lucha de clases y, los sectores llamados progresistas y también la llamada «izquierda» no mencionan, ocultan y niegan que la revolución es la conquista del poder y la expropiación de los monopolios que se han apoderado de todos los medios de vida fundamentales. Tampoco hablan de que es necesario destruir el Estado y todas sus instituciones que constituyen las herramientas a través de la cuales se somete la voluntad de las mayorías en el país, a favor de las ganancias de los monopolios.
Las mayorías laboriosas que realmente queremos a este país no podremos nunca construir una sociedad que sea solidaria, cooperativa, que nos permita vivir una vida digna generada con nuestro trabajo y esfuerzo, si no tenemos los medios para hacerla. Y hoy, esos medios, los tiene la burguesía monopolista, una «casta» minoritaria y parasitaria que despilfarra riquezas, destruye el mundo y diezma poblaciones mientras priva a las mayorías de los recursos mínimos indispensables para vivir dignamente. Por eso debemos expropiárselos y apoderarnos -los trabajadores y el pueblo laborioso- de los mismos, y eso se podrá lograr sólo con una fuerza enorme de masas movilizadas a tal fin.
La revolución es necesaria y es la única forma de rompimiento de esta lógica a la que nos ha sumido el capitalismo. Esa revolución generará un nuevo Estado. Un Estado que nada tiene que ver con el Estado burgués que conocemos hoy. Un Estado que irá creando sus bases, forma y metodología que, en la práctica presente, estamos desarrollando en la lucha, la unidad y el enfrentamiento contra el poder burgués. El germen y principios que regirán al nuevo Estado están escritos con tinta indeleble en la autoconvocatoria, la organización del pueblo y las decisiones de las asambleas con su democracia directa, a través de las cuales les arrancamos conquistas a los dueños del poder.
El camino para lograr tal objetivo, no es otro que el que se está haciendo en cada lucha. Pero esas luchas, es necesario encaminarlas hacia el objetivo revolucionario que es un objetivo nacional, profundizándolas y generalizándolas. En consecuencia, hay que ir creando desde cada lugar de trabajo, de estudio o vivienda, la fuerza unida, organizada que materialice en acción la lucha contra la fuerza de los burgueses y sus políticos a sueldo y mercenarios de toda laya tales como los punteros barriales, los burócratas sindicales y los intelectuales y decidores de toda estofa al servicio de sus intereses antihumanos, capitalistas, oportunistas o reformistas de un sistema que ya no tiene remedio.