Es difícil a veces determinar cuándo se pasa de una situación a otra, por la interrelación que siempre existe entre los elementos viejos que aún perduran y se niegan a morir, y los nuevos que ya han asomado pero que aún no se manifiestan con toda su plenitud.
El rasgo más saliente del momento actual es la combinación de un estado de lucha incesante de las masas trabajadoras por sus derechos, conquistas y aspiraciones, con el surgimiento y fortalecimiento de organizaciones independientes en el seno de la clase obrera, que por su misma dinámica saltan el límite de las demandas puramente económicas convirtiendo a sus acciones reivindicativas en escenas de lucha política, al desafiar y conmover el orden institucional monopolista.
El nacimiento de una vanguardia política de la clase obrera y el pueblo, producto directo del enfrentamiento clasista, es el colofón de años de lucha, de escaramuzas, de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, una experiencia que continua siendo procesada y sintetizada para preparar las futuras batallas.
Algunos podrán discutir hasta el infinito sobre la situación actual, pero lo central es precisar con claridad cuáles son las tareas fundamentales de los revolucionarios, esas que posibiliten que los brotes maduren, esas que marquen sin lugar a dudas que vamos dejado atrás un período de enfrentamiento a la dominación monopolista y hemos entrado a otro donde lo que prima son nuestros sueños y aspiraciones.
Por años, el reformismo y el oportunismo justificaron sus vacilaciones y su conducta vacilante en la falta de conciencia del movimiento de masas. «Esclarecer» fue para estas posiciones, la misión, la razón de ser, mostrando el grado de desprecio y subestimación a la experiencia que realiza el pueblo. Poniendo el acento en un accionar más propio de un grupo religioso que de una propuesta política, como si la conciencia se tratara de una inyección que hay que inocular. Traemos el asunto del reformismo y el oportunismo no por el impacto de su tradicional concepción política, subordinada a las reglas superestructurales de la burguesía, y por su nefasto papel para el desarrollo de las auténticas organizaciones políticas de los trabajadores y el pueblo.
Con su prédica, abandonan el problema de la organización del movimiento de masas y aportan a la desarticulación de las organizaciones genuinas, que el pueblo construye en las luchas.
El desarrollo de la conciencia revolucionaria es una gran tarea, indispensable para poner a la revolución y al socialismo como el norte que guie la lucha de los trabajadores y el pueblo. Pero la resolución de este desafío no se logra si no nos metemos a fondo con la organización política. No nos cansaremos de repetirlo: la conciencia es producto de la acción, de la experiencia, de la vida y no al revés, como sostiene el idealismo: “pienso, luego existo”.
¿Cómo aportamos los revolucionarios a la formación de una conciencia revolucionaria? Asumiendo los desafíos de profundizar el accionar de las organizaciones de base de los trabajadores y el pueblo, consolidando la unidad con el conjunto de la comunidad, buscando nuevos ejes movilizadores, fortaleciendo la práctica de construcción del poder del pueblo. Y todo esto, haciendo un trabajo profundo, hacia abajo, en cada lugar de trabajo, con los hombres y mujeres de masas, planificando cada una de esas tareas.
Valiosos aportes de revolucionarios a lo largo de nuestra historia como clase, combinados con la experiencia práctica del día a día confrontando teoría y acción, están forjando una nueva camada de revolucionarios, con una formación sustentada en la acumulación de la dirección política de masas.
Aferrarnos hoy más que nunca a nuestros principios, a nuestro territorio, a nuestras tareas, a nuestros desafíos, saltando las zancadillas y maniobras del orden institucional monopolista, combatiendo las posiciones que capitulan ante él, para ganar la dirección política y poner a la correlación de fuerzas entre los monopolios y el pueblo a favor de la revolución y el socialismo.
Desde lo pequeño a lo grande, cada paso que demos en esta dirección irá abonando la marcha de la construcción del movimiento revolucionario indispensable para encolumnar detrás de él a toda la fuerza transformadora de nuestro pueblo.
Ya se han clavado estacas, ya hay hitos donde afirmarse para vislumbrar el porvenir. Los trabajadores y el pueblo cimentamos nuestras fuerzas sin fuegos artificiales, pero con una potencia lanzada a la acción capaz de alcanzar las cumbres más altas, y poner así a las aspiraciones de cambio y de progreso en las vías del triunfo.
En la acción política independiente consolidamos nuestra soberanía, nuestra independencia y descubrimos cuánto poder tenemos en nuestras manos, cuánto somos capaces de hacer. Y descubrimos además que cuanto más fuerte somos nosotros, más débiles son ellos.
Podemos afianzar ese poder, esa fuerza, y con decisión ir por lo nuestro, arrancarle el control a los monopolios y destruir su aparato de dominación.