La unidad de los trabajadores y el pueblo es el desafío que tenemos por delante para seguir transitando el camino de las conquistas con más fuerza y determinación, profundizándolas en un sentido político, estratégico, con una perspectiva de revolución.
No partimos desde cero. Es mucha la experiencia de estos años, grandes pasos hemos dado, pero es mucho lo que tenemos por hacer. Esa unidad es cada vez más necesaria para la lucha y a su vez, cada vez más posible. Todos los días los monopolios, con su accionar, y sus políticas, nos declaran una guerra franca y abierta, cotidiana e ineludible. La acumulación de capitales, la generación de ganancias, la conquista de mercados, el saqueo permanente, esa es la guerra lanzada por los grandes capitales contra el pueblo en pos de sus beneficios. Nosotros nos tenemos que organizar para imponer nuestros intereses de clase. Y en esa organización, la unidad, sin dudas es clave.
La ciencia proletaria nos brinda los fundamentos para el análisis de cuál es la situación en que nos encontramos.
Para la unidad hay dos condiciones básicas: las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas. Las primeras están vinculadas con la existencia de un enemigo común, la burguesía monopolista, que desde su dominación explota y oprime a los trabajadores y al pueblo. Nada nos une más que la dictadura monopolista, que en su loca carrera por la máxima ganancia no oculta su ambición, su voracidad y su absoluto desprecio por nuestro pueblo.
Cuanto más intentan los monopolios avanzar en sus planes más abonan el sentimiento unitario popular. También hay que considerar el desarrollo de la socialización de la producción, la distribución y la comercialización, base material desarrollada por nuestro Partido en varios artículos. Las condiciones subjetivas derivan de la disposición a enfrentar esos planes monopolistas por parte de los sectores afectados por su dominación.
Es la combinación de estas condiciones la que determina en qué punto estamos y cómo han de desarrollarse cada una de ellas, en la medida que, cuanto más avanza la lucha popular, más crudas se hacen las condiciones objetivas y, dialécticamente, más disposición a la lucha aparece. Cabe aclarar que esto no es «mecánico», es el propio desarrollo de la lucha de clases.
Hoy vivimos una época signada por un fuerte incremento de las aspiraciones populares, de la resolución de los problemas de fondo, que aportan al crecimiento de un sentido unitario en el seno del pueblo. Las manifestaciones de diverso tipo – más o menos espontáneas u organizadas en diferentes niveles- frente a los atropellos, contra los abusos e injusticias, y el enfrentamiento masivo por respuestas y soluciones a las legítimas demandas, nos da un nivel definido del punto logrado en la unidad.
Determinante es también (y no nos cansaremos de decirlo) la experiencia de la autoconvocatoria y la democracia directa como garantía de que los conflictos no sean saboteados, abortados o traicionados. Es este arsenal de elementos el que nos brinda las bases materiales para consolidar una unidad política aún más potente, que se fortalezca cualitativamente con la acción de masas.
Para profundizar esto es imprescindible que los revolucionarios asumamos las responsabilidades que nos caben y cumplamos el papel que nos toca.
Alcanzar un nivel superior de unidad de los trabajadores y el pueblo requiere un plan político de acción popular, que contemple las aspiraciones e inquietudes de las masas, su estado de ánimo y su disposición. Impulsar los ejes movilizadores que pongan en marcha la energía del pueblo, es el primer paso.
Establecer un estado de movilización general y masivo, utilizando todos los recursos disponibles, todos los vasos comunicantes del pueblo con una mirada amplia y generosa, confiando en la capacidad y las ansias de protagonizar, es la premisa.
Pero el eslabón principal, del cual debemos tirar si queremos poner en movimiento toda la cadena, es concentrarse en la organización de esas fuerzas. La tarea de organización, en esta situación política, no es de forma sino de un profundo contenido. Poner sobre la mesa todas las fichas, armar las jugadas contemplando todo el espinel, es esencial. Preparar las fuerzas es fundamental para poner en marcha planes de lucha, y su realización, desde esta visión, toma otra dimensión.
Consolidar estas organizaciones desde la experiencia de las masas es condición para dar un salto en calidad en la unidad política de la clase obrera y el pueblo. Las mismas se forjan en la acción, se forman y maduran en cada enfrentamiento, y desde este prisma, no hay acción que no pese, por más insignificante que parezca.
Debemos considerar que esta tarea exige una mirada paciente y abierta, ya que no existen recetas. La lucha en este sentido es tan diversa, como diversa es la experiencia de cada sector, de cada lugar. Pero tendrán en común esas bases antes mencionadas y la labor estratégica de un plan revolucionario.
Construir las instancias del poder del pueblo, construir las organizaciones independientes de los trabajadores y las más amplias masas populares, y construir el partido revolucionario, son las tareas claves para generalizar un estado insurreccional y la unidad política de la clase obrera y el pueblo.