Uno de los principales elementos conque la burguesía intenta sostener todos su andamiaje de engaño es el miedo. Que los trabajadores no reaccionemos frente a sus siniestras decisiones es el principal objetivo, porque saben que cuando nos plantamos, trastabillan.
En momentos como estos, cuando se intenta poner nuevamente sobre la mesa que «a pesar de la crisis y de la herencia, lo importante es que tenemos trabajo» (sin detenerse obviamente en cuánto cobramos por ello), vale la pena pensar en algunos aspectos que se presentan como «verdades absolutas» o como «lo único posible», cuando en realidad no lo son.
Las agencias hicieron su aparición, tímidamente, a comienzos de los años ’70, bajo el formato de servicios eventuales. Tengamos presente que en aquel entonces, Argentina vivía un momento de pleno empleo, la desocupación prácticamente no existía, y las agencias de empleo temporario cubrían de un modo formal lo que popularmente se conocía como changa.
Con la dictadura de Videla-Martínez de Hoz, estas agencias empiezan a proliferar, «abriendo» el abanico del personal contratado bajo esa modalidad: de las tareas administrativas al inicio, se suman los pedidos de puestos en la industria.
La contratación de personal por agencia era entonces una forma de extender el período de prueba antes de efectivizar a un trabajador; ya que en general, el empleado u obrero, después de un tiempo, pasaba a ser trabajador de planta de la empresa. Primaba la eventualidad de la tarea, y no era corriente que se permaneciera un tiempo largo trabajando por agencia.
La agencia era como un escalón inicial para la efectivización del trabajador. Incluso se daba en algunos casos, la paradoja, de que el personal por agencia percibiera más salario que el trabajador efectivo, precisamente, por lo eventual de su labor.
Esta forma de contratación se fue imponiendo cada vez más, llegándose al «absurdo» que las mismas empresas crearan sus propias agencias, con el objetivo de evadir impuestos, o sea, autocontratándose.
Pero es con la flexibilización laboral de los años ’90, donde las “Agencias de colocaciones”, como se las denominaba usualmente, adquieren la dimensión con que hoy las conocemos: obras siniestras de la precarización, de la superexplotación y del fraude laboral. Las propias leyes burguesas son borradas con el codo: el objetivo es mantener sus ganancias achatando la masa salarial.
Abandonado totalmente el carácter eventual de sus inicios, las agencias están instaladas hoy en los centros de trabajo para ocupar puestos permanentes, puestos fijos en las líneas de producción. Se da así un contrasentido: en la misma máquina, en la misma sección, dos trabajadores realizan la misma tarea pero, ni perciben el mismo salario, ni están encuadrados en el mismo convenio.
Se da el absurdo que, un obrero metalúrgico o un trabajador de la alimentación, tengan que producir bajo el convenio de los empleados de comercio, por ejemplo.
Las condiciones precarias de estos trabajadores son una verdadera Espada de Damocles sobre sus cabezas; lo que se busca por medio de esta extorsión es impedirles cualquier tipo de organización, planteándoles que «carecen de status» legal para ello.
Desde el punto de vista formal de las instituciones de la burguesía, estarían impedidos para actuar en común con sus compañeros efectivos.
La precarización aparece así como un corsé que aprieta desde el aislamiento y desde la asfixia. Esto no puede ser posible sin el concurso de los sindicatos, sin su complicidad.
Permitir que trabajadores realicen su labor fuera de convenio, absolutamente flexibilizados, sin ningún amparo, es no sólo someter a estos trabajadores. También lo que se busca es condicionar y apretar a los trabajadores efectivos.
Los gremios aceptaron y acompañaron esta maniobra que rompe con el histórico principio de “a igual tarea, igual salario”, avalando así el cercenamiento de los convenios colectivos, de los derechos del trabajador, y consumando una traición más a su colección de agachadas.
Y como no podía ser de otra manera, hasta se da el fraude de agencias formadas por los mismos sindicatos, con formas de «cooperativas» o empresas «tercerizadas». También los gremios «trabajan» codo a codo con las «agencias» de las empresas, pasándoles listas negras o diciéndoles quiénes deben ser cesanteados.
Por supuesto que esto ocurre con un Estado al servicio de los intereses de las empresas, motorizado desde las necesidades de las patronales, con un Ministerio de Trabajo sin ningún interés en controlar nada o castigar estos fraudes al derecho laboral.
Para la burguesía monopolista en el poder, los trabajadores no somos humanos, los trabajadores no tenemos derechos. Su silencio de tumba frente a esta violación de años y a las condiciones dictatoriales en que trabajamos, lo demuestra cabalmente.
La «década ganada», bandera discursiva del progresismo ilustrado, ni se asomó por los centros laborales. La flexibilización laboral no solamente se mantuvo sino que se profundizó. La opresión y la superexplotación patronal están a la orden del día, el gobierno, las empresas y los sindicatos muestran su verdadero rostro: todos responden a los intereses de una misma clase.
Y como siempre ocurre, el único freno que encuentran estos nefastos planes, es la decidida lucha del obrero que, contratado, tercerizado o efectivo, quiebra con los intentos de división que la burguesía implementa, y busca y concreta nuevas instancias de organización y unidad, en un espiral ascendente.