Después de diez meses del nuevo gobierno que asumió en diciembre de 2015, la situación de la lucha de clases en la Argentina puede analizarse en dos planos: en el “arriba” y en el “abajo”.
El primero es escenario de contertulios, negociaciones, disputas y arreglos. Un toma y daca permanente entre facciones de la burguesía en la que están implicadas todas las estructuras que dan sostenimiento a la dominación burguesa.
El segundo es el escenario cotidiano de la lucha obrera y popular por defender conquistas, reclamos por las más diversas reivindicaciones, lucha incesante y aguerrida que no para de acrecentarse año tras año.
Por “arriba”, todo es negociable en función del interés del sector que se trate. Nadie representa los intereses de las grandes masas populares. Por “abajo”, la lucha sigue su curso sin contar todavía con una propuesta que aglutine la misma en un enfrentamiento político abierto contra la burguesía monopolista.
Podríamos sintetizar esta situación de la siguiente manera: la burguesía intentando hacer lo único que necesita hacer para continuar con la reproducción capitalista; esto es achatar la masa salarial, aumentar la explotación y atentar contra el nivel de vida de las grandes mayorías. La clase obrera y el pueblo, con sus luchas, cuestionan y condicionan toda iniciativa que la burguesía acomete, pero aun sin encontrar el camino que oriente todo ese caudal de luchas hacia objetivos revolucionarios.
Es en este punto en el que se hace necesario evaluar los pasos a seguir por las fuerzas revolucionarias.
El gobierno de los monopolios podrá maquillar sus medidas antipopulares, pero eso no le alcanzará para convencer a las masas de que las mismas traerán soluciones. Esta es la principal debilidad política de la burguesía. Las masas populares seguirán su camino de enfrentamiento, pero eso por sí solo no desembocará en caminos que cuestionen la dominación burguesa. Esta es la principal debilidad de la lucha obrera y popular.
Por lo tanto, las fuerzas de la revolución tenemos un gran desafío por delante. Partimos de que el alza de masas no se detendrá y ese es el mejor escenario para el crecimiento y la consolidación de la propuesta revolucionaria. En este contexto, nuestros desafíos pasan por enraizar las ideas y propuestas de la lucha por el poder en el terreno concreto de disputa cotidiana. Debemos profundizar la acción política y reivindicativa en cada lugar de trabajo, estudio, vivienda, para que las fuerzas políticas de la revolución crezcan en organización y masividad. Que los trabajadores y pueblo en general tomen en sus manos las propuestas y las lleven adelante efectivamente siendo parte y constructores de las herramientas.
Al aferrarnos al terreno concreto estaremos en mejores condiciones de que las ideas y propuestas de la revolución lleguen con fuerza y sumen a los distintos sectores de las masas; que se consoliden las organizaciones a partir de que las mismas incorporen materialmente la participación de las masas a las tareas de la revolución. No alcanza con grandes iniciativas si las mismas no contemplan en todo momento que las mismas echen raíces y se fortalezcan con el protagonismo activo de los hombres y mujeres de nuestro pueblo.
La fuerza de la revolución será incontenible sólo si la misma está corporizada en miles y miles que la sostengan, la fortalezcan, la recreen, la alimenten permanentemente con las más variadas iniciativas de lucha y organización que anidan en las masas.
La confianza en estas fuerzas debe ser ilimitada, debe ser consecuente, no debe detenerse ante ningún traspié que pueda suceder, dado que la experiencia que las masas populares deben realizar es irremplazable e indispensable para que la lucha por el poder sea materialmente posible.
Estas tareas de los revolucionarios son indelegables. Son las que darán un nuevo impulso a la lucha por la revolución y servirán para que el proceso de la lucha de clases escale a nuevos niveles de enfrentamiento político.