Otra semana coronada de movilizaciones, paros, cortes de ruta, asambleas en fábricas, en empresas, en instituciones terciarias, estatales, escuelas y barriadas. Donde algunas de estas luchas fueron reprimidas brutalmente, como la movilización de los trabajadores del transporte de la línea 502 “s” en la Plata, como la movilización de trabajadores municipales en Avellaneda. Sobre la base de un amplio protagonismo político de nuestro pueblo que se expresa con un profundo sentido democrático, estas represiones lejos de hacer retroceder las luchas, no hacen más que aumentarlas. El denominador común de todo esto es el repudio de la clase obrera y la amplitud de los trabajadores y el pueblo que, parados sobre la experiencia del enfrentamiento y conquista, no se dejan avasallar por las políticas de los monopolios que Macri y su gobierno implementan en pos de sus negocios.
La lucha de clases se tensa y pone en planos opuestos e irreconciliables cada día mas definidos, los intereses mayoritarios frente a los intereses de la burguesía monopolista profundamente inhumana, decididamente minoritaria. Pasa a primer plano “el ellos o nosotros”, “la vida digna o la sumisión”. La necesidad de cambios revolucionarios o la continuidad de este sistema perverso.
El enfrentamiento es el denominador común de la lucha de clases. Es inevitable. Es inherente a la sociedad dividida en clases antagónicas. Sin embargo el peso de esta realidad en la conciencia es tan profundo que desdibuja la necesidad de la organización como clase con objetivos y con planes de conquista, haciendo aparecer la lucha como el único fin de la acción. Es decir que la lucha por sí sola, tal como se nos presenta es insuperable. Junto a la necesidad hacer algo, de contrarrestar las políticas burguesas que demandan los trabajadores, aparecen “los luchadores” que se alzan por sobre los demás con heroísmo prestado, como sus “representantes de la lucha”. Quienes parados sobre la lucha a secas y con viejos métodos y el mismo folclore de siempre evaden todo desarrollo de la organización de base. Que se expresan en las clásicas organizaciones sindicales burocráticas y también en las nuevas que aun no han roto con esa tradición. Con algunos delegados estrechos, con las normativas institucionales de estos aparatos y con los convenios estatutarios que reducen la organización y el amplio protagonismo de los trabajadores al llamado a la convocatoria espontánea cuando arrecia la broca y la furia. Vegetan al margen de las necesidades inmediatas y concretas de los obreros. Aferrados a convenios perimidos y abarrotados de reuniones superestrucutrales y mientras hablan de la unidad les hacen el juego a la burguesía. Teniendo en el mismo seno de la producción la brasa caliente de la organización política de los trabajadores deambulan por sus contornos temerosos de encender un fuego que no controlarán. Estas expresiones, en el marco de la tensión de la lucha de clases, hoy están viejas y no se corresponden con las demandas que, en el seno de fábricas y empresas, la amplia mayoría expresa.
En una sociedad como la nuestra donde el peso de la producción industrial se expresa en la organización de la vida de cada uno de sus habitantes en consonancia con la organización laboral, que incluso imprime su estampa en la masa de obreros desocupados y en la vida social en general, la organización política de la lucha no puede estar divorciada de esta realidad ineludible y objetiva. La lucha de clases que se potencia con cada enfrentamiento y cada experiencia asamblearia y de democracia directa, que por estas metodologías abre caminos más profundos y hace subir un peldaño la calidad de la lucha que, en correspondencia con la masividad y el protagonismo adquiere cada día un marcado carácter político se dirime por la fuerza. Dirimir por la fuerza no es otra cosa que derrotar a la burguesía con la fuerza mayoritaria de la clase obrera y el pueblo frente a los minúsculos detentadores del poder. La organización de la fuerza es la condición ineludible para la acción y los planes de lucha que son la acción misma, deben ser expresión de la organización en el seno de cada fábrica y empresa, en cada institución. La unidad que se exprese con el desarrollo de las organizaciones de base rompe con la vieja tradición de los “representantes de la lucha”. Es la unidad práctica y necesaria para sostener en el tiempo los planes de lucha. No la unidad vociferada y formal de cada discurso declamatorio y para la tribuna, sino la unidad que expresan las demandas asamblearias y los debates en las secciones de trabajo de la propia organización laboral. No solo en respuesta a los planes de los monopolios, sino en estrecha relación con nuestras necesidades. El divorcio de los planes de lucha de la organización de base hace posible que nuestra acción se reduzca a responder a sus planes e imposiciones, que la misma esté sujeta a sus caprichos y quede reducida a acciones momentáneas y esporádicas, en consonancia con su agenda y sus iniciativas. Por el contrario la materialización de los planes de lucha con la organización de base de los trabajadores, implica la disputa en un plano superior de enfrentamiento que se traduce en poner los objetivos de conquista votados y las formas de lucha más convenientes y en imponer a la patronal la agenda desde estas expresiones de poder de los trabajadores desde la propia iniciativa de clase.