Para los medios de la burguesía pareciera “que no pasa nada”, pero en realidad pasa de todo. Ellos malgastan horas y horas del día hablando de cualquier cosa, menos de lo que hay que hablar. Pero como señala un viejo dicho: no se puede tapar el sol con la mano.
Cada nuevo conflicto proletario profundiza un camino de lucha elegido por la clase obrera y el conjunto del pueblo, que no es otra cosa que la profundización de la lucha de clases.
La acción decidida de instalar un escenario para las luchas por fuera de los marcos institucionales del sistema, romper con las reglas de la delegación y las negociaciones espurias, las reglas de la traición, la corrupción y la entrega. Es la verdadera grieta que le hemos abierto a la dominación de los monopolios.
En muchos casos se supera la improvisación y el espontaneísmo de los inicios y comienza a notarse que el ejercicio de esta forma de lucha va cimentando un auténtico protagonismo de masas. Al calor de nuevas experiencias se van puliendo y aceitando la soberanía, el poder de decisión y la convicción de que podemos torcerles el brazo. Cuando aparece la intervención decidida y contundente de la clase obrera, se marca una nueva calidad al desarrollo de la lucha, se enfrenta materialmente al verdadero responsable de todos nuestros padecimientos, se golpea al corazón de los planes e intereses del poder dominante: la burguesía monopolista.
Cuando emerge un conflicto proletario, se pone al desnudo toda la putrefacción de un orden a imagen y semejanza de la voluntad de los monopolios, un orden sostenido con un único fin: superexplotar a los trabajadores y oprimir a las masas populares. Los beneficios del trabajo y del esfuerzo de todo un pueblo terminen abultando los bolsillos de un puñado de parásitos que viven en lujo y la opulencia.
Por eso no nos cansaremos de señalar que la unidad y la lucha no son el techo de la confrontación de clases, no son los “objetivos” que nos debemos plantear. La unidad y la lucha son el piso de este momento político, son atributos que aparecen con cada nueva expresión de nuestro pueblo.
La disposición a defender nuestros derechos, a mejorar nuestras condiciones de trabajo y de vida, a pelear por nuestra dignidad pisoteada y bastardeada, ponen un sello ofensivo al accionar popular. Cada nueva experiencia robustece la confianza de las propias fuerzas, y los ejercicios de poder marcan toda esta etapa de la lucha de clases. Es desde este presente que los revolucionarios vemos el futuro, y las tareas que se corresponden con esas aspiraciones.
La necesidad imperiosa de conquistar un porvenir de dignidad, de humanidad, que deje atrás los oprobios, la miseria y el sometimiento, anidan y crecen en el corazón y en el pensamiento de los trabajadores y el pueblo.
La llama que guía nuestro accionar es la esperanza de un cambio auténtico, de una sociedad sin explotadores ni explotados. Una verdadera alternativa política de los trabajadores y el pueblo, una salida. Un movimiento obrero revolucionario que unifique toda la potencia transformadora de nuestro pueblo, precisa no sólo orientaciones claras y definidas sobre qué hacer. Se afirma y materializa -sobre todo- cuando son claros y definido los objetivos a alcanzar, su razón de ser, el porqué de la lucha.
El odio a la sumisión a la dictadura de los monopolios, el odio a la brutalidad, la explotación y la descomposición social que caracteriza a la sociedad burguesa, debe convertirse en fuerza transformadora, constructora del porvenir. El telón de fondo de este tiempo es organizar la lucha de clases, es la acción revolucionaria en un marco de neto enfrentamiento político.
La pelota está rodando. La inmensa tarea que tenemos por delante es saber dirigir las jugadas para que cada avance se convierta en un paso más hacia la victoria, hacía el triunfo definitivo de nuestros sueños y aspiraciones.