El gobierno tuvo su semana negra. El día martes pasado, el presidente dirigiéndose a los empresarios, les prometió un ajuste de cuentas a la clase obrera y a todos los asalariados, amenazando con una nueva ofensiva de flexibilización laboral atacando los actuales convenios. Ayer jueves, tuvo que retroceder varios casilleros, ante una presión social que no tolera ningún exabrupto del poder. Un día dicen una cosa y otro día dicen otra totalmente diferente.
Lo revolucionario propone terminar con la clase dominante y el Estado a su servicio, a la vez que los medios de producción pasen a manos de un nuevo Estado revolucionario de la clase obrera y el pueblo.
El reformismo y el populismo, variantes oportunistas de derecha e izquierda, alardean “cambios”, sobre todo en lo social, pero sin cambiar lo fundamental:
¿En manos de quienes están los medios de producción?
Son fuerzas de la burguesía que desde lo institucional han sacado una ventaja razonable en lo ideológico respecto a la posibilidad de una revolución. Si hay que mentir ¡hay que mentir!
Macri hace populismo. Hasta desde su riñón lo llaman PROpulismo, haciendo honor a esa etapa de la historia que decían detestar.
Se puede hablar y protestar por todo, luchar, movilizar y organizar, pero en última instancia las fuerzas que expresan el oportunismo apuntan a salvaguardar los intereses de la burguesía: el sistema capitalista.
Son intentos de frenar lo que se viene por abajo. Y hasta usan la calle, que es lo que más les duele. Del otro lado de la barricada, es decir, la gran mayoría del pueblo, se lucha, se moviliza y se golpea el interés del poder, no se los deja acomodar
Pero lo cierto es que la burguesía actúa como clase y se abroquela en un punto: bajar el salario y como parte de ello aumentar la productividad. No más cuento… y no perder de vista lo fundamental que se avecina para las mayorías explotadas y oprimidas.
El problema de la revolución es que mientras la clase dominante vive en una crisis política permanente, en un contexto internacional del mismo tenor, que las crisis estructurales del capitalismo se sostienen y perduran en el tiempo a nivel mundial y por supuesto local, el proceso revolucionario padece de una expresión política que aún no está a la altura de la actual lucha de clases. Aún estamos varios pasos atrás para erigir una salida revolucionaria a la altura de la actual crisis.
Entendemos entonces que hay que precisar los pasos necesarios que el proceso de lucha de clases permite desplegar con más rapidez. Entre otros:
Organización: ante el embate de la burguesía en su intento de ajuste de cuentas contra la clase obrera, y visto y comprobado el papel traidor de los sindicatos que son parte y arte de la del poder, se hace necesario que desde la base, desde cada sección de trabajo, desde cada fábrica, desde cada parque industrial se impulse una corriente sindical revolucionaria, independiente de la burguesía, que por un período inicial cobre fuerza localmente y se organice de las más variadas formas como agrupaciones, corrientes, trabajadores de base etc. Es necesario que cobre cuerpo orgánico impulsando reclamos -que bajo la defensa a ultranza de los derechos políticos más elementales- vaya por todas las conquistas.
Estas corrientes políticas sindicales revolucionarias deben responder a lo que sucede por abajo. Hay un fuerte rechazo a los sindicatos pero siguen siendo aún un paraguas ante la falta de una fuerza independiente. En la medida en que en cada lugar, la embestida de los trabajadores adopte formas organizativas capaces de dar batallas de las más pequeñas a las más grandes, se irán entretejiendo embestidas mayores con fuerza políticas independientes y de mayor envergadura.
Para ello se hace necesario poner en marcha en cada lugar planes que involucren a obreros o trabajadores que puedan ocupar un puesto de lucha y organización en éstas nuevas propuestas.
Por ejemplo: una corriente revolucionaria para instituirse como tal debe organizar el reclamo organizando por fuera del sindicato, a representantes por cada sector de trabajo que pueden o no ser los delegados y que ya existen. Esos trabajadores, que encaran la medida, deben saber que esa lucha responde a un plan político más general, debe ser un centro político que adopta una organización revolucionaria, cuyo sello es la democracia directa, metodología de organización que pone en el centro del problema a la masividad para golpear. Y a la vez, combate todo oportunismo de utilización de los trabajadores para encubrir sus intereses electorales.
Esta corriente sindical debe desplegarse por un período histórico en lo fundamental por abajo, establecer rápidamente redes que desde lo local se avecinen a los centros más cercanos.
En donde ya existen avanzadas, en donde ya hay expresiones concretas de ésta corriente revolucionaria, la actitud debe ser la de desplegar la independencia política y enfrentar con decisión los planes que el poder tenga en ese lugar.
Esos mismos planes concretos de lucha tienen que ir esbozando embrionarios programas políticos, que sin ser acabados, vayan perfilando en la sociedad el carácter revolucionario de cada embestida ya organizada.
¡El ajuste de cuentas tiene que morir en el intento! y para ello hay que redoblar el paso de la organización política sindical, tomar todas las iniciativas posibles de organización práctica y golpear.