Se está por cumplir un año de la asunción de Macri como presidente de la Argentina. No nos imponemos un balance del año transcurrido; durante todo ese período, incontables notas publicadas en este medio y los demás medios partidarios han realizado una caracterización a fondo del carácter monopolista del gobierno macrista.
Las medidas pro monopolistas que ha intentado llevar a la práctica el gobierno nacional, con la colaboración de todos los gobiernos provinciales y fuerzas de la oposición parlamentaria, se han visto envueltas por las redes inmanejables de una crisis política que atraviesa a toda la burguesía, tanto en el plano nacional como internacional.
De allí que los avances y retrocesos de cada medida adoptada, los acuerdos y desacuerdos por arriba, son el producto de lo que la lucha de clases permite o no permite concretar a la hora del respaldo político con la que cuenten. Nunca debemos olvidar esto a la hora del análisis político. La lucha de clases lo tiñe todo del color que impone su ritmo; la burguesía monopolista lo sufre en carne propia y llora lágrimas de cocodrilo cuando debe asumir que el plan de los monopolios al momento del triunfo de Macri eran unos y hoy esos planes, aunque no hayan sido desechados, se chocan frontalmente con la posibilidad política o no de aplicarlos.
Anoche mismo, la foto de una oposición “unida” en el parlamento para imponer su proyecto de modificación del impuesto a las ganancias y las quejas del oficialismo, nos hablan a las claras de que un gatopardismo que quiere reflotar la idea de proyectos políticos en pugna cuando en la realidad nadie discute la cuestión de fondo: de que el salario no es ganancia. Sin embargo, la presión de la lucha de clases (que no se ve pero se siente, y vaya que se siente) obliga a los actores burgueses a montar un escenario de opereta interpretando roles que, lejos de representar interés popular alguno, intentan acomodarse a la realidad de que el tiempo de tolerancia al nuevo gobierno se agota irremediablemente, por lo que los protagonistas cambian su vestuario de “acuerdistas” por el de “opositores acérrimos”, más aun en la entrada del año electoral.
La representatividad política en la democracia burguesa se limita a los procesos electorales y a las encuestas amañadas que ellos mismos producen en la que, supuestamente, evalúan el termómetro social. Este modelo de representación política está en una crisis terminal en la Argentina desde hace ya, al menos, dos décadas y en el mundo comenzó a hacer agua por los cuatro costados.
Los revolucionarios debemos asumir que esa crisis de representatividad no está resuelta en la medida que no se materialice un proyecto de la clase obrera para todo el pueblo que le dispute a la burguesía monopolista, palmo a palmo, la dirección política que adopte el proceso objetivo de la lucha de clases. Sus crisis serán cada vez más severas y estructurales también porque la lucha de clases no les permitirá acomodarse y gobernar como ellos quisieran o necesitan hacerlo. Pero la lucha de clases por sí sola no resuelve el problema político de qué rumbo tomará el proceso.
De allí que lo nuevo que debe terminar de surgir, expresando en organización política las verdaderas demandas y aspiraciones de la gran mayoría de la sociedad, depende de la acción y la convicción con la que los revolucionarios llevemos adelante la política revolucionaria desde abajo, masiva y organizando políticamente de una y mil formas el torrente de lucha que recorre lo más profundo de la sociedad.
Lo nuevo y lo viejo no se contraponen solamente en el contenido de sus propuestas sino en las formas que las mismas adopten. Y esas formas revolucionarias deben nacer con la nueva representatividad que las masas han ido y siguen gestando en la lucha cotidiana, la que marca el camino de la organización del proyecto alternativo. Nunca podrá surgir lo nuevo si lo viejo es lo que predomina; nunca podrá hacer pie una propuesta revolucionaria con las formas obsoletas y podridas de la institucionalidad burguesa.
Entonces nuestro camino, aun cuando parezca el más largo, debe ser el más sólido para que los cambios revolucionarios sean posibles de llevarse a cabo con el concurso de las más amplias masas y no con un mero cambio de representantes que por arriba decidirán todo.
Por allí corre lo nuevo y por allí rumbeamos los revolucionarios para profundizar los pasos dados y las acciones por venir.