Estimado lector: en nuestro país, en la planta que Toyota tiene en Zárate, una camioneta está compuesta por 14.700 autopartes. ¿Puede imaginarse un individuo que de esa misma planta salen 492 unidades por día con un 93% de eficiencia? Aproximadamente, un minuto cincuenta y cinco segundos para producir cada camioneta. ¡Increíble! Pero cierto.
14.700 autopartes que llegan de todas partes del mundo y que a la vez en la mayoría de ellas no se trabaja con stock. ¡Cuánto trabajo acumulado de la humanidad para llegar a esta situación de producción de mercancías! Cuánta fuerza de trabajo, cuánta inteligencia, cuánto potencial se descubre a diario. Producir y ensamblar esa cantidad de elementos a un promedio de 1 minuto 55 segundos es algo digno de reflexionar.
Ahora imaginemos cuántas mercancías que están a nuestro alrededor fueron hechas de la misma manera, ¿Cuánto tuvo que socializarse la producción a nivel mundial para lograr éstos objetivos? El Hombre ha llegado a situaciones inimaginables, y a pesar de todo ello está la contracara, la que todos conocemos, la que vivimos a diario: la vida se hace insoportable, la presiones a las que estamos sometidos y a pesar de tantas riquezas que generamos permanentemente estamos indignados. ¿Nos hemos acostumbrado a vivir con el dolor? ¿Las cosas son así y no se podrán cambiar?
Pero a pesar que 14.700 piezas se ensamblan en segundos, vivimos con un freno de manos. Tanta riqueza generada… pero en vez de ir para adelante vamos para atrás. Estamos estancados, tenemos fuerzas, hombres paralizados, angustiados. ¿A dónde va a parar el producto de algo tan fenomenal que brinda el trabajo de las grandes mayorías? En este caso, al “señor” Toyota.
Pero podríamos extender este fenómeno a unas pocas empresas más que concentran la producción y centralizan los capitales a nivel planetario. Es decir, se producen como vimos 492 unidades por día, multiplique usted lector ésta cifra por lo que se vende al mercado el producto final y verá que un salario razonable que tiene la automotriz termina siendo una ínfima parte de la gigantesca bola de riqueza generada por el trabajador.
La frase hecha de que el trabajo dignifica, es una verdad a medias. Por lo tanto es una gran mentira. Cuando viene el domingo por la tarde la angustia invade la mente y el corazón del asalariado. Si el trabajo dignificara no sería así. Yo hago una camioneta que jamás podre comprar y pongo mi vida y la de mi familia para ella, para que el dolor me invada. Todo el fruto de mi trabajo es de ellos y nada me pertenece.
Claro que el trabajo debería dignificarnos, pero en este sistema capitalista que lo hacemos todo y no tenemos nada, el trabajo, por el contrario nos aplasta como personas, nos paraliza, nos frena, no podemos dar todo lo quisiéramos dar, estamos obligados a trabajar, no lo hacemos como una necesidad para la sociedad sino para salvarnos de la jungla que nos impone este perverso sistema. Trabajamos para pagar.
Si la humanidad ha logrado tanto y a pesar de ello está frenada, turbulencias en todos los continentes, incertidumbre por todos lados, entendemos que lo que nos está frenando como personas es que unos pocos lo tienen todo, y ese todo son los medios de producción. Ellos son los dueños de algo que nos han robado y nos siguen robando como lo hacen hoy en Toyota. Hicieron la plata con las horas de trabajo que no nos pagaron y después su presidente dice que va a invertir y le agradece al sindicato y al gobierno por los servicios prestados…
La vida es así pero puede ser de otra manera. Imaginemos entonces si el sistema fuese otro.
Un sistema en donde lo que producimos valga la pena producirlo, es decir no para el mercado sino en beneficio del Hombre. Un sistema que cada uno de nosotros producimos para una sociedad que necesita de lo que hagamos en nuestro lugar y a la vez ese producto logrado vuelva a la sociedad y a mi familia. Sabríamos entonces a dónde va el producto de nuestro trabajo, no sería ajeno a mi porque sé a dónde va y yo accedo a él. Entonces el domingo no sería con tardes de angustia. Por el contrario el trabajo sería una necesidad, en donde yo podría desplegarme como Hombre en beneficio colectivo. Dejaría de ser un número, dejaría de ser una mercancía, el trabajo entonces sí me dignificaría.
En este sistema el dolor hay que quebrarlo luchando y organizándose contra las injusticias pero también para dar vuelta la historia.
Necesitamos como nunca antes cambiar el sistema, de ninguna manera mejorarlo para que algo cambie y que no cambie nada, como ha pasado en nuestra historia. Cuando los políticos nos mienten a más no poder, lo que intentan hacer -y les va relativamente bien- es ocultar a la gran mayoría de explotados y oprimidos que lo que hay que cambiar es el sistema capitalista.
Ellos no lo harán por más progresistas y populistas que sean. Entonces ya no se trata de neoliberales, populistas, reformistas o como se los quiera llamar. Necesitamos un nuevo Estado revolucionario de las mayorías, que le quite el freno al desarrollo del hombre, pasando los medios de producción y cambio a todo el pueblo. Eso es a lo que llamamos revolución.