Es imposible para cualquier habitante de este país transitar el mes de diciembre sin recordar los sucesos de 2001. Tampoco es casualidad que los medios se monten sobre esto, hablando desde la debacle de la Alianza y el helicóptero de De La Rua, hasta “lo importante que son las instituciones para la democracia”… Pero una cosa está clara: se oculta y tergiversa la esencia de aquellas jornadas.
Hay que recordar que pocos años antes de las mismas, durante los 90, era corriente escuchar frases como “este pueblo tiene el gobierno que se merece”, “la clase obrera ya no existe”, “este pueblo no lucha”, “lo único que podemos hacer es resistir”… Parecía que la burguesía monopolista tenía la partida ganada y que sólo nos cabía la resignación. Sin embargo, por abajo y en las entrañas mismas de nuestro pueblo, esa calma aparente engendraba un odio contenido que buscaba en silencio el momento para expresarse. Y lo encontró: la franca rebeldía popular y el quiebre con lo institucional que se expresaron en diciembre de 2001, fueron el punto más alto de un proceso que se desarrolló en el seno del pueblo. Los “triunfos” electorales de la burguesía eran cada vez más efímeros, alejados de los verdaderos problemas de las masas. Constantemente golpeada por luchas que expresaban el descontento, el estado de ánimo y el desacato a la autoridad impuesta, la burguesía encontraba cada vez más inconvenientes para hacerle frente al creciente aumento de la tensión entre las clases. Que los bancos se quedaran con los ahorros de los sectores medios y medio-altos (porque los más grosos ya se la habían llevado, avisados semanas antes de que se venía el vaciamiento), es un dato más de la expoliación, y es falso que fuera el único reclamo que dio lugar a aquellos acontecimientos. Fueron largos períodos de experiencia social y acumulación política, de resistencia contra la explotación, de golpes a la clase trabajadora con sus millones de desocupados, contra la destrucción de la educación y la salud; contra el saqueo de nuestro patrimonio. El hartazgo moral y la indignación fueron abriendo surcos en la experiencia cotidiana de “ir por lo nuestro”. Los trabajadores comenzaban a levantar la cabeza frente a la trampa sindical-empresarial y también en las fábricas comenzaba a manifestarse la lucha contra los monopolios. Se combinaban simultáneamente el rechazo a las políticas de la burguesía y sus administradores, con el incipiente ejercicio del poder propio. Utilizando la autoconvocatoria y la democracia directa, las masas deliberaban, decidían cómo golpear y cómo exigir al poder, resolvían colectivamente cómo continuar.
De esta manera se fue quebrando la farsa de la representación burguesa, acoplando la voluntad popular al ejercicio del poder directo, única garantía de concretar las reivindicaciones. El festival de créditos hipotecarios para un determinado sector y las cuotas para el consumo popular, el congelamiento de salarios durante 10 años, la farsa de la Convertibilidad “un peso un dólar”, la especulación financiera combinada con altos niveles de producción, era el modelo de acumulación de un sector de la burguesía monopolista que estaba llegando a su fin.
El proceso de descomposición política de la burguesía se entrecruzaba con las pujas intermonopólicas, contiendas de las distintas facciones del poder económico para exprimir hasta la última gota y para ver quién iba a pagar los platos rotos de su fiesta. Día a día y lejos de la portada de los diarios, las masas iban gestando herramientas nuevas. Eran puntas de un iceberg popular que crecía por abajo. Veníamos del Santiagazo, los Cutral Co, Tartagal, Mosconi, el puente Correntino, y miles de puebladas por reclamos de justicia, trabajo, contra la violencia policial… en donde la autoconvocatoria se hacía cotidiana.
No es casual que durante todos estos años la burguesía haya desmerecido el 19 y 20 de diciembre de 2001, rememorándolo como la bronca de sectores medios por la confiscación de sus ahorros, y nada más. Que los sectores medios reaccionaran contra los bancos, con la conciencia que la solución no era jurídica sino que se dirimía en la calle, fue posible precisamente por toda la acumulación de experiencia propia que venía haciendo el pueblo. El ataque a las instituciones del sistema, obligando a bancos y empresas a amurallarse para protegerse de la furia popular, se sumaba al ingenio aplicado en las protestas, expresando una ruptura con el poder. En las calles: la iniciativa, el golpear juntos, el plantarse ante el poder y no pedir, exigirle; todo eso ya era parte del patrimonio popular.
La burguesía nunca regala nada, y si no nos roban más es porque no pueden. Y si tuvieron que reconocer las deudas, fue porque el pueblo estuvo en la calle. El proceso de quiebre institucional venía dándose gota a gota, perforando el sistema. El “que se vayan todos” que atravesó la noche y la madrugada de aquel diciembre, fue el grito de guerra de todo un pueblo que les decían “ustedes no nos sirven para nada, ustedes son los responsables de nuestros problemas”. Expresión mucho más profunda que un recambio electoral para que se vayan algunos, y vuelvan otros. Desde el punto de vista del interés de clase y de la conciencia popular significó que hay otro poder distinto al de la burguesía y es posible construirlo.
El 19 de diciembre fue el hecho político emergente de masas más profundo de los últimos años, antecedido por múltiples protestas en las anteriores semanas, y cacerolazos varios, la movilización colectiva, el estampido hacia las calles. La gota que rebalsó el vaso fue netamente política: el anuncio del presidente De la Rúa que intentaba imponer el estado de sitio para frenar la protesta popular, como hace la oligarquía siempre que ve peligrar su poder. Los cacerolazos recorrieron el país al grito de “el estado de sitio se lo meten en el culo”. La respuesta también fue política: el pueblo no iba a permitir que le cercenaran sus derechos. Ciudades tomadas hasta altas horas de la madrugada por centenares de miles de compatriotas que en familia y desde los barrios, se movilizaron para repudiar en conjunto la última medida de un gobierno que ya no reconocían. El estado asambleario gana la gran mayoría de los barrios. Tal vez algún desmemoriado olvide que en los años 80, Raúl Alfonsin también había declarado el Estado de Sitio, pero esta vez la situación era diametralmente opuesta: en lugar de confianza o expectativa había un rechazo absoluto a la institucionalidad burguesa.
El estado de movilización se llevó puestos 5 presidentes en escasos días, como expresión de la crisis política de la burguesía. Por eso decimos que más allá de sus farsas electorales no han logrado recuperar la confianza del pueblo en sus políticas: a partir de aquel 2001 ellos saben que no pueden gobernar tranquilos, que el pueblo sabe de sus derechos y los hacer valer. Durante aquellos días, en el agitado accionar de las masas populares ocupando las calles, importantes sectores populares pudieron ver y comprender una capacidad que distingue al pueblo argentino: la voluntad de intervenir con decisión y con firmeza en la historia política nacional.
La rebeldía popular y el quiebre con el poder no ha hecho más que crecer y profundizarse durante todos estos años. La fuerza expresada y desatada en aquella etapa corrió como un hilo conductor hacia el proletariado que también levantaba cabeza, y se reconocía y fortalecía como clase. Todo lo que se expresó en el 2001 como lucha popular no hizo más que fortalecer a la clase obrera, que se enriqueció y se reafirmó en sus luchas, a sabiendas que todo lo que pasaba en las calles era también parte de su patrimonio, como parte del mismo pueblo. Esa “falla” que se expresó en el quiebre del sistema no pudo volver a suturarse, como esos bloques de las montañas luego de un terremoto.
Con el 19 y 20 de diciembre de 2001 el pueblo salió fortalecido ante el poder; el proletariado, que estaba expectante y recomponiendo sus fuerzas, preparaba su propio salto, que comienza a expresarse hoy en las luchas obreras de los grandes centros fabriles.
Las masas gestan su historia desde las entrañas de sus luchas y con cada paso adelante que dan. Desde este concepto, ninguna experiencia popular puede ser despreciada. Todo lo que el pueblo haga con su iniciativa, todas las fuerzas que sea capaz de generar genuinamente, acumulan para su propio poder, en el camino de la construcción de la nueva sociedad.
Transitamos hoy una época que también ha comenzado a manifestarse casi sin darnos cuenta, que ya ha dado las primeras señales; que se instaló en la vida cotidiana sin provocar aún “grandes hechos”, pero que sin lugar a dudas cuando se exprese con total nitidez, servirá para que comprendamos y veamos una capacidad cualitativamente superior: la capacidad de la clase obrera argentina para impulsar un plan político, de unidad y organización revolucionarias.
Y esto resulta determinante para el devenir de la lucha de clases y para el futuro de los trabajadores y el pueblo. La capacidad de la clase obrera de motorizar una salida política independiente que exprese, sintetice y represente las aspiraciones e intereses populares, es un sello distintivo que marcó al proletariado argentino desde su nacimiento, y que a pesar de los golpes recibidos a lo largo de toda su historia, vuelve al ruedo con la participación activa de cada nueva generación y de sus jóvenes vanguardias.
La capacidad del pueblo argentino –con su masividad y protagonismo- de buscar su propio camino en el curso de la Historia, es un patrimonio incorporado en la conciencia, a través del ejercicio de nuestra propia fuerza. Cimentada en su propio accionar, en sus experiencias directas, en profundizar el camino emprendido, se valoriza la necesidad de una dirección política clasista que asuma este desafío, que fogonee y aliente la acción política decidida de los trabajadores y el pueblo.
Los destacamentos revolucionarios y como parte de ellos, nuestro Partido, ligados de forma indisoluble a las experiencias populares, debemos ocupar la primera línea de combate con total generosidad y entrega. El momento actual del planeta está signado por la hora de los pueblos y es imperioso darle un horizonte de victoria.