En vísperas de navidad hay una sensación que pesa en el ánimo de mucha gente: el cansancio. Cansancio por todo: por las condiciones de trabajo, por las presiones a las que estamos sometidos en lo económico y cansancio espiritual. Es un cansancio que no te baja los brazos pero denota que así las cosas no pueden seguir.
La angustia no está asociada necesariamente a la imposibilidad de cambio, no se puede ocultar esa bronca estructural que tenemos, que nos asfixia y a la vez, que nos lleva a buscar oxígeno.
Este sistema no tiene “remedio” ni “cura” pero no es un asunto de un médico o un “mecánico que lo pueda arreglar” como lo dice un clásico de nuestro tango.
Nuestra sociedad está asqueada y se expresa de alguna forma por el cansancio. Un cansancio fundamentado en que todo lo que hacemos nos es ajeno, es una fuerza de la costumbre que nos frena, nos amordaza y nos aplasta. Nos aliena.
Los dueños de “todo”, los monopolios, sus políticos y sus funcionarios, en síntesis “los de arriba” tienen sus discursos, sus peleas, sus “problemas” para dominarnos, llenan páginas, horarios de TV y redes sociales para agobiarnos de amenazas, de entuertos y otras calamidades. Pero a decir verdad, los problemas de las familias trabajadoras (en el más amplio sentido de la misma), de lo que hablamos, son otros diametralmente opuestos.
Somos un pueblo que queremos avanzar, progresar espiritualmente e intuimos que nuestro anhelo material va mucho más allá que un coche, una casa o un celular de última generación. Vamos viviendo una época en donde hay una fina capa, muy delgada entre las aspiraciones materiales y espirituales que le den un verdadero sentido a la vida. El capitalismo no llena ninguna expectativa.
No está muy claro, no se puede tocar con las manos un camino directo a ese bienestar… pero de alguna manera vamos asimilando -de una u otra forma- que el fruto de nuestro trabajo nos es ajeno a nosotros mismos y a la vez, a la sociedad. No hay una explicación masiva, no recorre las primeras planas de la información, pero se siente y se expresa con el “cansancio” a todo.
Ese descontento estructural, ese estado de ánimo caótico y crónico, no está cargado de desánimo como en otras épocas de nuestra historia. Por el contrario, a diario se incorporan a las filas de la rebeldía infinitas experiencias en nuevas búsquedas de salidas.
Esta víspera de navidad y vísperas de año nuevo conllevan un cansancio visceral a toda la podredumbre que el sistema capitalista nos ofrece. Esa rebeldía “innata” de clases explotadas y oprimidas nos lleva decididamente a encontrar los caminos que en definitiva pongan en su lugar al Hombre con el producto de su trabajo.
Que en él la sociedad futura, revolucionaria, deje por fin a un lado un sistema Capitalista que pone en manos de muy pocos los medios de producción y cambio, y libere a la sociedad para elegir una vida digna en su relación directa con la transformación de la naturaleza. Y que a la vez permita esa sabia armonía del Hombre como parte de ella. El trabajo como liberador, muy lejos del concepto actual de opresión material y espiritual.